Tú que obtuviste victoria sobre los enemigos,
y nunca dejaste de confiar y creer en la ayuda del Altísimo,
ora para que yo también reciba los favores del Cielo
y pueda salir de la amargura que me embarga (1)
Del manuscrito de Mireille
Poco puedo decir de las andanzas nocturnas de Bruna. Algo tan impropio de ella, pero que la hacía feliz, y en eso Valentine y yo no nos metíamos. Por supuesto que sentíamos terror de que fuera descubierta por su marido o por alguien más, así que cumplíamos con celo la labor de vigilar y estar atentas ante cualquier amenaza.
La llegada del vizconde Trencavel a Cabaret fue una sorpresa que no esperábamos, y fue una suerte que las cosas no acabaran mal para nadie, excepto para el pobre vizconde. Cierto, yo también le guardé rencor por mucho tiempo cuando abandonó a mi señora, pero al saber la verdad fue que todo cambió, y solo logré sentir pena por la situación.
Es de eso que quiero escribir, de la verdad. La razón por la que Bruna y el vizconde fueron separados: La existencia de la orden del Grial. En aquel entonces no era siquiera una sombra que se cernía sobre nosotros o, mejor dicho, no la vislumbrábamos. Pero siempre fue más que una sombra: La orden fue las cuerdas del titiritero, marcando nuestros pasos y dirigiendo el rumbo de nuestras vidas.
Bruna decidió hablar conmigo la mañana en que Trencavel partió. Ella pasó la noche fuera de la habitación, y Valentine y yo nos turnamos para que nadie se acercara a la alcoba y descubriera su ausencia. Cuando llegó, casi al amanecer, la ayudamos a desvestirse y a ponerse cómoda. No nos quedó ni ganas de hacer preguntas cuando la vimos tan contenta, como en las nubes.
Pero ya hacia la hora sexta (2), con ella recuperada y con deberes por cumplir, mandó a Valentine a encargarse de algunos asuntos y se quedó a solas conmigo. Yo estaba ocupada arreglando su ropa, pero ella me pidió que me sentara a su lado.
—Mirelle, nunca te he preguntado, ¿qué fue lo que te dijo mi madre antes de morir?
—Pues... —Eso sí que me tomó por sorpresa. Bruna supo, así como varios en el palacio vizcondal, que la señora Marquesia me mandó a llamar. Pero nadie hizo preguntas, cosa que siempre me pareció muy extraña—. Estaba muy débil, vos lo sabéis, apenas podía hablar.
—¿Y qué te dijo?
—Me contó que mi madre siempre estuvo a su lado, pues juró que la protegería. Me pidió que hiciera lo mismo, que me quedase con vos y la protegiera. También me contó que os entregaría algo... Una carta. Que me asegurara que lo leyerais.
—Entonces lo sabías —me dijo, pero no sentí reproche en su voz. Aun así estaba avergonzada, de alguna forma pensé que no había cumplido con los deseos de la señora Marquesia en su lecho de muerte.
—Sé que la carta la tenéis, pero prometí quedarme a vuestro lado y así lo he hecho. Nunca me separaré de vos.
—Lo sé, Mireille. No es reclamo, es solo que no entiendo algo. Nadie ha querido hablarme de ese asunto en años, nadie ha insistido. Ni siquiera mi padre.
—¿Y me permite preguntar por qué ahora pensáis en eso?
—Porque al parecer mi madre era guardiana de una reliquia, y ahora yo también lo soy. Hay una orden secreta involucrada en esto.
Bruna me contó lo poco que sabía sobre la orden del Grial. No era mucho, apenas que el señor Guillaume los lideraba por herencia de su padre, que varios caballeros de Provenza estaban involucrados, y que fue así que decidieron que ella no podía ser la dama ni la esposa de Trencavel. Ambas llegamos a la obvia conclusión de que también acordaron su matrimonio, y quién sabe qué otras cosas más.
—Dime la verdad, ¿sabías algo de una orden? ¿Nunca te dijeron nada?
—Nunca me han hablado de eso, señora. Lo que sí puedo deciros fue algo que pasé por alto, pensé que no era importante. Sucedió este año en Béziers. —Bruna me miró con interés, y fue entonces que le conté lo que vi hacía meses. Una conversación entre Luc y el señor Bernard en donde mencionaban que estaba sucediendo algo grave en la "orden", y por el padre de Bruna tuvo que partir de pronto. También mencionaron a Bota de Maureilham, así que al menos ya sabíamos que tres personas de Béziers estaban involucradas en todo eso.
—¿Por qué no me lo contaste? —preguntó cuando dejé de hablar.
—No pensé que fuera importante, y en verdad no entendí lo que decían —me excusé—. Solo ahora me mencionáis la existencia de esa orden puedo entender de lo que hablaban. Lamento no haberos contado.
—No importa, yo tampoco lo hubiera entendido —contestó, pensativa—. Pero ahora sabemos que hasta mi primo está en esa orden.
—¿Y eso qué significa, señora?
—No lo sé aún, y temo averiguarlo. ¿Por qué se me devela todo esto de pronto? Debe haber alguna razón, un designio divino.
—Sin duda, señora —respondí convencida. Era lo único que se nos ocurrió a ambas en ese momento, era lógico para nosotras. En algo tuvimos razón, eran designios divinos, pero no los que creíamos—. ¿Y qué va a hacer?
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Editado: 08.09.2022