El ambiente en el pueblo comenzaba a cambiar. No era algo evidente a simple vista, pero en las miradas de la gente, en la forma en que se hablaban entre ellos, se sentía la tensión acumulándose como nubes antes de la tormenta. Azrael lo percibía con claridad: había voces, susurros cargados de miedo y duda. Algunos lo veneraban como un enviado, otros lo miraban con recelo. La paz que había logrado sembrar comenzaba a agrietarse.
—Algo se está gestando —dijo Elías mientras caminaba junto a él por el sendero del río—. Hay reuniones secretas, grupos que se apartan... no creen en lo que haces. Dicen que solo traes desgracias.
—Eso era de esperarse —respondió Azrael, observando el cielo nublado—. Sariel no se quedaría quieto. Y los humanos, incluso con la verdad frente a ellos, siempre hallan razones para desconfiar.
Elías lo miró con atención. Había cambiado desde que lo conoció. Ya no era solo un espectador; había empezado a comprender las señales, a sentir las vibraciones del cielo y la tierra. Algo dentro de él despertaba lentamente.
—Y tú... ¿tienes miedo? —preguntó Elías.
Azrael guardó silencio por un momento.
—Temo perder lo que me ancla aquí. Y no hablo solo de la misión.
Esa noche, Isabella tuvo un sueño. Se encontraba en un lugar desolado, con un cielo rojo como la sangre y una figura imponente que se alzaba entre las sombras. No era Azrael, aunque tenía alas. Sus ojos ardían con odio y su voz retumbaba como un trueno.
—Él te mentirá, Isabella. Los ángeles no aman. Solo destruyen.
Despertó con el corazón latiendo con fuerza, y una extraña sensación de pérdida. Buscó a Azrael al amanecer, encontrándolo cerca del bosque, concentrado como si esperara algo.
—Tu rostro lo vi en mi sueño —le dijo, sin rodeos.
Azrael giró a verla, con el ceño fruncido.
—¿Qué viste?
—Una figura alada, rodeada de fuego y sombra. Me advirtió sobre ti.
Azrael cerró los ojos, reconociendo la presencia de Sariel en aquel mensaje. Él ya había empezado a interferir en los sueños de los puros, tratando de manipularlos.
—Sariel intenta romper tu fe. Pero yo no te ocultaré nada, Isabella. No soy como él. Ya no.
—Entonces dime… ¿por qué me siento tan dividida por dentro?
—Porque estás despertando. Tu alma recuerda cosas que tu mente aún no puede explicar. Lo que compartimos no es solo humano, Isabella. Es sagrado.
Isabella sintió un escalofrío. Algo en ella había comenzado a despertar desde que lo conoció. No podía negarlo más.
Mientras tanto, en los rincones más oscuros del pueblo, un grupo se reunía en secreto. Entre ellos, una figura encapuchada observaba con atención. No era del todo humana. Sus ojos, si se los miraba de cerca, revelaban un brillo rojizo.
—Debemos acabar con él antes de que destruya todo lo que conocemos —murmuró uno.
La figura encapuchada asintió lentamente.
—El caos es inevitable. Pero también necesario.
Lo que nadie sabía aún… era que aquel ser había sido enviado directamente por Sariel.