—¿Lo perdonarías? —preguntó Ronald minutos después, cuando ella estaba un poco mejor.
Ella no dudo ni un minuto en responder, asintió, aun tenía la esperanza (una muerta en realidad) de que su marido le pediría perdón y que volverían a estar juntos. Amándose de nuevo. Ella estaba dispuesta a perdonarlo, si tan solo, él se lo pidiera. Siempre fue su pensamiento.
—Sí, lo haría, Ronald —contestó—. Lo haría sí él me lo pidiera. Si me dijera lo arrepentido que se encuentra, yo... definitivamente lo perdonaría. Pero…
Desvió la vista al cuarto de enfrente, la que se mantenía cerrada; aquella era la habitación en donde ella y su amado habían pasado noches apasionadas, desenfrenadas e intimas llenas de amor... o ella pensó que eran por amor. ¿No lo habrían sido? Pensar en la posible respuesta la abrumó todavía más.
—Pero —susurró—, ¿y si…? ¿Y si es demasiado tarde? —Se tapó el rostro con las manos y soltó un débil—: Ronald, no sé que debo hacer. Ahora mismo estoy tan confundida.
Ronald bajó la mirada discretamente, afligido por la respuesta de ella. Muy dentro de él esperaba escucharla decir que no perdonaría, que lo dejaría. Que ya había sido demasiado tarde, y que era mejor continuar, divorciarse y hacer otra vida; encontrar a un hombre que la haga igual o más feliz. Era lo que él deseaba escuchar, porque él deseaba ser ese hombre.
Sin embargo, estaba consciente que Amy amaba a su amigo, por eso lo había elegido como esposo. Por su parte, él la amaba a ella desenfrenadamente desde que su amigo se la presentó. Cayó siendo presa por el amor. La amaba en secreto y fue por ese amor que cuando se enteró, un par de días atrás, que él estaba teniendo una relación amorosa con una compañera de trabajo, vio aquello como la oportunidad perfecta para demostrarle a Amy al canalla de esposo que tenía.
Él había organizado todo, junto con una amiga en común, para que Amy fuera a dar una vuelta exactamente el día y la hora precisa en que su marido y su amante habían quedado en reunirse. Fue de esa forma en que Amy se enteró de que su esposo le era infiel.
Sí, había sido una treta deshonrosa.
Sin embargo, ella debía enterarse de la infidelidad de él. Él nunca la amó de verdad.
«Es un descarado, ya no lo perdones» pensó Ronald, con la garganta quemándole, aguantándose las ganas de gritárselo, deseoso de hacérselo saber, de hacerle saber que él se quitaba su anillo de matrimonio cada vez que se iba de viaje por trabajo. «Ya no lo perdones, olvídalo y veme a mí. Yo sin duda te amaré y respetaré por toda la eternidad».
Tragó saliva con dificultad, intentando cambiar de tema, temeroso de que se le escapara. Ella lo miró a los ojos, y le hizo saber con su voz más dulce:
—Gracias por estar aquí, Ronald. Te lo agradezco.
Él la tomó de las manos y las acaricio con ternura.
—Estaré aquí para cualquier cosa —se irguió—. Una taza de café hará bien. Iré a preparar café.
—No hay —contestó ella mientras lo seguía con la mirada—. A él nunca le gustó el café, así que no tenemos ni cafetera.
—Es cierto. Entonces iré a la tienda a comprar café instantáneo —Se acercó a la puerta sin dejar de mirarla, ya se le veía más serena, se alegró un poco—. Por ahora, tranquilizate, medita en el asunto y… si las cosas se pueden arreglar, toma una decisión.
Ella asintió y él salió.
«Sí, tienes razón» pensó mientras asentía a las palabras de Ronald.