La desaparición de Sara

Capítulo 1

Capítulo 1

 

 

Octubre 2016

Dos semanas antes

 

 

 

 

El teléfono había sonado tres veces aquella mañana, pero Amaya había ignorado todas las llamadas porque el nombre que salía en la pantalla de su móvil formaba parte de su lista de enemigos de la adolescencia. Era la segunda vez aquel mes que intentaba contactar con ella una persona de su antiguo grupo de amigos, y sentía cómo los fantasmas del pasado la invadían de nuevo. Sara le había dejado un escueto mensaje en el buzón de voz: «Llámame, Ami, necesito hablar contigo». En diez años, nadie la había llamado Ami, y volver a escuchar ese nombre la había transportado a su adolescencia e, inevitablemente, a sus viejos amigos. Aquella mañana no era Sara la que estaba al otro lado, sino Bruno, uno de los miembros de su grupo de amigos de la adolescencia y propietario de la mitad de los edificios de su pueblo de nacimiento, Valle de Robles. Amaya se había marchado de aquel lugar a los dieciocho años para ir a la universidad y desde entonces había vuelto en contadas ocasiones. No le gustaba el pueblo ni su gente, y pese a todo sentía como si un hilo invisible la tuviera atada a aquel lugar y no pudiera escapar, ligándola al Valle para siempre.

A Amaya acababan de despedirla después de haber invertido todo su dinero en la autoedición de un cómic que había sido un fracaso. Se había quedado sin empleo, sin dinero y sin recursos, así que debía regresar a su casa a vivir con su padre, a quitarle el polvo a los libros de su antigua habitación, que él aún conservaba intacta como el día que se marchó. Había estudiado Bellas Artes para poder vivir de sus dibujos y sus historias, había trabajado con varios dibujantes y, finalmente, se había asentado en una editorial, pero los recortes de personal y los problemas de presupuesto habían acabado en despidos masivos en los que se había visto implicada. Y Amaya se encontró, de un día para otro, con veintiocho años a sus espaldas, sin dinero, sin trabajo y sin casa. La primera semana después de la noticia, se pasó los días y las noches en la cama, sintiendo que había fracasado en el mundo, pero al llegar el lunes se dijo a sí misma que necesitaba un trabajo y un hogar, así que llamó a la única persona que podría ofrecerle una solución: Teresa, su antigua jefa. Con sus casi cincuenta años, su imponente metro ochenta de estatura, su pelo rubio por los hombros y sus trajes hechos a medida, Teresa era una de las voces más populares de Valle de Robles. Directora de los medios de comunicación del pueblo y examante de la mayoría de los hombres poderosos de la zona, iba adonde quería y hacía lo que le daba la gana desde siempre. Convertía los rumores en verdades y las verdades en humo cuando le interesaba. Era la propietaria del Diario del Valle y la Revista Robles, y nadie tenía el valor de llevarle la contraria. Consideraba a Amaya la hija que nunca había tenido, así que la contrató con una única condición: que volviera a casa para quedarse. Teresa le aseguró que no la haría trabajar fuera de su horario y le dejaría tiempo libre para continuar con sus novelas gráficas, por lo que Amaya pensó que cerraba un buen trato.

Ignorar las llamadas de Bruno había sido mucho más fácil para ella que desatender las de Sara, pero sabía que en cuestión de horas se encontraría con ambos en el pueblo, y aquello le provocó un escalofrío. No quería verlos, ni a ellos ni a los demás miembros de su antiguo grupo, pero sabía que su situación era límite. También pensó que los antiguos amigos a los que menos le apetecía ver no vivían ya en el pueblo, y Bruno iba y venía, así que solo tendría que enfrentarse a Sara, a pesar de que volver a hablar con ella la tenía de los nervios. Ella había sido su mejor amiga de la infancia, pero el tiempo, y algunas situaciones que se dieron el año antes de ir a la universidad, las separaron por completo. Sara se había convertido en profesora de la escuela del pueblo, así que iba a ser inevitable verla por allí.

Amaya había empaquetado todo el equipaje que le faltaba aquella misma mañana y lo había bajado a su pequeño coche, en el que apenas cabía nada. Muchas de sus cosas las había enviado la semana antes en una furgoneta: los libros, la ropa y algunos recuerdos. Lo demás había ido a parar a los contenedores de reciclaje. Estaba despidiéndose de su apartamento cuando llamaron a la puerta. Se asomó por la mirilla y vio a una de sus vecinas saludándola con la mano. Llevaba cuatro años viviendo en aquel edificio y ni siquiera sabía el nombre de la señora que había al otro lado. Aun así, en un ataque de melancolía por dejar aquel lugar, le abrió la puerta.

—Buenos días, vecina —le dijo la señora—. Disculpa las molestias. —Hablaba pausadamente, y Amaya pensó que podría dormirse entre palabra y palabra—. Llama un chico a mi teléfono preguntando por ti. Dice que es muy importante.

—¿Un chico? —preguntó Amaya muy sorprendida.

—Ten, ponte. —La señora le alargó su teléfono móvil.

Amaya lo cogió con una mano y se lo puso en la oreja, aún atónita.

—¿Sí? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Por fin, por Dios. Llevo llamándote toda la mañana.

—¿Quién eres?

—El hombre de tus sueños —dijo el desconocido con voz misteriosa.

—¿En serio? —preguntó Amaya, reconociendo la identidad de quien estaba al otro lado—. ¿Qué coño te crees que haces?

—Jolín, Ami, es que era muy urgente y tú no me cogías el teléfono.

—¿Cómo iba a cogerte el teléfono si no he hablado contigo desde hace un montón de años? —le preguntó indignada.



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En el texto hay: asesinato, secuestro, thriller

Editado: 13.09.2021

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