Después de casi seis meses en aquella rutina interminable de días que parecían deslizarse a una velocidad lentísima, y noches que parecían igualmente eternas, Lucien comenzaba a dar muestras de desgaste físico.
Desde pequeño, él había sido muy activo y, de hecho, era algo que había desesperado a sus padres, pues nunca estaba donde debía. En aquellos meses, había hecho un recuento de su vida y no solo era un simple repaso debido a la inactividad, algo que siempre había evitado por el dolor que le ocasionaban ciertos recuerdos, sino que había compartido los mismo con Dylan. Le había contado desde sus travesuras hasta sus disparates más memorables, y aquel en particular, estaba recordando uno en el que corría descalzo por la estepa, y aunque los veranos allí eran breves y con temperaturas que no superaban los 16°, para ellos, acostumbrados a temperaturas extremas, aquello era lo bastante cálido como para ir descalzo y sin camisa. Lucien no sabía por qué aquel recuerdo había invadido su memoria, si era uno especialmente feliz, ya que corría por el mencionado lugar con Ayla haciéndolo a su lado, y si no entendía, era porque la mayoría de sus recuerdos, y más encontrándose tan deprimido como estaba por la condición de Dylan, solían ser de los tristes.
Sin embargo, fue bruscamente sacado de los mismos cuando Ilian entró a la habitación, de modo que él la abandonó de inmediato. Lucien era un peligro para cualquier mujer, y aunque a aquella la había encontrado atractiva, para buena fortuna de Ilian, él ni estaba como para fijarse en ninguna fuese atractiva o espectacularmente bella, ni aquella poseía la condición que era indispensable para él, como era la de llevar un anillo en el dedo, así que la había desechado sin más trámite y no le interesaba ni siquiera establecer una relación de simple amistad.
Se fue a su Dvorets como hacía cada vez que Ilian aparecía, y después de bañarse y vestirse, se disponía a salir de nuevo cuando vio el móvil. No era que él le dice mucho uso a aquel aparato, porque habitualmente cuando quería decirle algo a alguien, prefería hacerlo personalmente, sin embargo, poseía uno como casi todo el mundo, y en aquel momento vio la luz parpadeante y decidió mirar de qué se trataba. No obstante, aquello no mejoró su ánimo, pues se trataba de varios mensajes de Anastasia, y si en condiciones normales él no soportaba que le reclamasen nada, menos en las actuales, así que lanzó el aparato a un lado y se marchó.
La situación de Anastasia no era la más favorable para nadie, y si bien en la época de la que procedían, habría podido considerarse normal, el tiempo había avanzado y las mujeres se habían acostumbrado a reclamar derechos y un trato que antes eran cosas impensables, la cuestión era que la sociedad a la que pertenecía Anastasia, había variado en realidad muy poco, al menos para los miembros de la realeza. De manera que ella se pasaba la mitad del tiempo diciéndose que no merecía ser tratada como lo hacía Lucien, y la otra mitad pensando que debía sentirse agradecida de que él no la hubiese desterrado de su vida, pues sin Lucien, ella no habría sabido que hacer con la misma.
Itlar, que era sin duda más considerado que Lucien, le había hecho saber que Dylan seguía en el Haigala, y que, en esas circunstancias, era improbable que Lucien abandonase Riùrik. Ella lo entendía, y solo quería hablar con él, aunque fuese por teléfono, pero él parecía decidido a ignorarla, lo que en principio gritaba fuerte y claro que no albergaba por ella los mismos sentimientos que ella por él, y aunque eso siempre había sido evidente, los dichos populares suelen estar basados en hechos reales, así que, en el caso de Anastasia, había uno que le acomodaba a la perfección, y era que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Itlar, al igual que todos los parientes de Lucien, se había preguntado muchas veces por qué Lucien seguía con Anastasia, algo que aparte de egoísta, ya que le impedía a la chica encontrar el amor en otro, era cruel, porque nunca le daría lo que ella quería. Sin embargo, había dejado aquel inútil ejercicio hacía mucho tiempo, pero se mantenía vigilante debido a lo que su abuelo le había dicho en una ocasión en la que le exponía lo que se preguntaba.
A Itlar siempre le había dado la impresión de que, al mirar a su abuelo, se miraba a sí mismo en un espejo, porque en él se daba la circunstancia de parecerse más a su abuelo que a su padre, ya que Iliar a quien se parecía era su madre y lo único que tenía de Kireg eran los ojos.
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Editado: 11.02.2023