La vida de Louis Saint-Claire había desmejorado mucho desde el punto de vista social en los últimos años, y todo gracias a su hermano Phillipe. Si bien Louis seguía siendo un personaje importante dentro de la iglesia, para aquel monumento de orgullo desmedido eso no era suficiente. Él se había acostumbrado a vivir rodeado de la admiración y la adulación de las altas esferas sociales, y desde el regreso de Phillipe a Francia, era innegable que él había descendido en esos círculos.
Después de los hechos acaecidos en la boda de su sobrina, Louis había pasado un tiempo en España, pero luego había regresado a su patria, y después de un desagraable encuentro con Phillipe que le costó a Louis un par de costillas rotas y la cara hecha una pena, recibió la avertencia de Phillipe de que si tan solo lo veía cerca de su familia, lo enviaría directo al infierno. De manera que Louis, si bien seguía planeando la forma de deshacerse de su molesto hermano, lo hacía con mucha cautela y a una distancia aun mayor.
Cada vez había ido recibiendo menos invitaciones, y en la actualidad casi ninguna, de modo que si ya antes era desagradable, ahora se había vuelto directamente insufrible. Recientemente había escrito a Roma con la finalidad de ser transferido a España, pero por algún extraño motivo no había recibido contestación, y de no haber sido porque Phillipe era anticatólico, le habría achacado aquella falta de atención también a él.
A pesar de todo lo anterior, ese día en particular se encontraba en una animada velada, aunque él no la estaba disfrutando de manera especial, ya que poca gente se acercaba a conversar con él. Sin embargo, estaba distraído mirando a un grupo de personas de entre las cuales estaba clasificando mentalmente las que eran incondicionales de Phillipe cuando escuchó una voz a su lado.
Louis se volvió y se topó con un hombre de mediana edad que le sonreía con amabilidad.
Louis tenía muchísimos defectos, entre ellos el de una arrogancia suprema, de manera que aceptar necesitar a alguien no estaba en su sistema por ninguna parte. No obstante, también tenía algunas virtudes y de vez en cuando ejercía la de la prudencia en beneficio propio.
Como Louis no era del todo estúpido y el largo ejercicio en materia de intrigas lo habían convertido en un maestro de ellas, su instinto le advirtió que allí había una, e independientemente que le interesase o no, también había aprendido que era necio molestar a algunas personas, y aquel sujeto podría ser el portavoz de alguien más importante. De manera que tomó una decisión rápida y citó al individuo para verlo en su despacho esa misma noche, pues en cualquier caso, no lo estaba pasando bien allí, y quedaron en verse unos minutos más tarde.
El señor Hinault estuvo puntualmente en el despacho, y Louis se preparó a escuchar qué era lo que tenía que decirle. Pero mientras su secretario les servía el té, Louis tuvo la misma impresión que un momento antes. No era que a él le cayesen bien muchas personas, porque por regla general veía al resto de la humanidad como seres inferiores, y aunque decía que eran como un rebaño de ovejas que necesitaban la guía de un pastor, lo decía en un tono que derrochaba más arrogancia que misericordia cristiana. Pero el caso era que aquel hombre le inspiraba un rechazo casi visceral, algo natural siendo que Louis era un Saint-Claire y aquel individuo era un Devrig, pero hizo eso a un lado como hacía siempre sin detenerse a analizar la diferencia, algo que en cualquier caso no le habría servido debido a que él no sabía nada de aquellas criaturas.
Esto era algo del todo innecesario, porque Louis ya lo sabía, de haberlo sido habría besado su anillo cuando se había presentado, y ni siquiera lo había intentado, pero no dijo nada y siguió en actitud de espera.
Si bien Louis estaba muy satisfecho de su actuación y de haberse ganado aquel apelativo, también era cierto que guardaba un gran resentimiento, porque debido a eso su padre había hecho que fuese expulsado de Francia.
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Editado: 20.08.2021