El cumpleaños número veintiuno de Derek se acercaba y Madeleine lo veía como una terrible sombra amenazante que se cernía sobre ellos, y después de lo sucedido el día anterior, decidió ir a Cleves y después de saludar a su tío y decirle que había ido a buscar unas cosas, fue al salón y susurró:
Madeleine subió a su habitación, porque como le dijo a Phillipe que iba en busca de algunas cosas, tenía que llevar algo. Sin embargo, aun no había decidido qué llevarse cuando Istval apareció frente a ella haciendo que se sobresaltase.
Madeleine guardó silencio por un rato antes de responder, porque estaba segura que si se lo decía, era posible que él se negase a hacerlo.
Madeleine cerró los ojos, Istval la sujetó por la cintura y varios minutos después Madeleine sintió que se estabilizaba de nuevo y desaparecía la sensación de estar flotando a gran velocidad, de modo que en cuanto Istval retiró sus brazos ella abrió los ojos. A diferencia de la vez que había ido con Edin, Istval se había detenido a la entrada y no en el interior, de manera que comenzaron a avanzar. La primera sensación de Madeleine cuando estuvo un poco más adentro, fue de intensa vergüenza al ver el cubo donde le había llevado el agua a Edin y que permanecía en el mismo sitio.
Istval sintió la violenta alteración de la energía, giró la cabeza y vio las mejillas teñidas de rojo de Madeleine y se preguntó qué había ocasionado aquello; siendo curioso como era, no pudo resistirse e intentó averiguarlo, y para su sorpresa, pudo hacerlo con absurda facilidad tal vez porque ella tenía su mente abierta a los recuerdos. Sin embargo, una vez que lo hizo, la dejó en paz recordando que ya en otra ocasión se había preguntado por qué demonios las mujeres Saint-Claire se empeñaban en enamorarse tontamente de los sujetos equivocados. Y vaya si Edin Dòmine era el individuo más equivocado del mundo para cualquier criatura, porque si bien el francés no iba pregonando por allí que no le interesaba enamorarse como lo hacía Lucien, todos sabían que era así, pero parecía no poder evitar dejar un rastro de corazones rotos por donde quiera que pasaba, y lo peor del caso era que ni siquiera se daba cuenta. Pero Istval también pensó que en cualquier caso, Madeleine no abría sido una opción para Edin a menos que el Levjaner tuviese urgencia por morir.
Madeleine había abandonado sus bochornosos recuerdos y ahora estaba mirando con atención las paredes. Istval decidió no interrumpir su atenta observación, aunque dudaba que encontrase lo que estaba buscando. Él, como casi todos los miembros del círculo más cercano a Iziaslav, había estado en aquel lugar en una u otra oportunidad y por distintos motivos, aunque en su caso nunca había prestado mayor atención a lo que había en las paredes, pero estaba seguro que su hermano sí, de modo que si hubiese algo de utilidad, Istvan lo sabría.
Llevaban mucho tiempo allí, pero siendo que en realidad aquello se trataba de un abrigo rocoso como le había explicado Edin a Madeleine cuando habían estado allí, y no una cueva de larga extensión, habían llegado al final. Sin embargo, como había muy poca claridad, Istval se regresó, buscó algo con qué hacer luz y encontró una tea en su soporte, miró hacia el suelo y un poco más allá encontró lo que estaba buscando, un trozo de pedernal y otro de pirita y sonrió, los tomó haciéndolos chocar entre sí y se produjo de inmediato la chispa con la que encendió la tea.
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Editado: 29.09.2021