Sophie Saint-Claire a sus casi dieciocho años, parecía la típica joven de su época, pero en realidad si había algún ser atípico, esa era Sophie. La singularidad había sido una característica que había marcado su vida casi desde su inicio. Última y no esperada hija del muy atípico matrimonio Saint-Claire, ya el solo hecho de que fuese hija de su padre era insólito, teniendo en cuenta la licenciosa vida que había llevado su progenitora. Antes de cumplir su primer año de vida, se vieron obligados, básicamente por lo anterior, a abandonar su tierra natal y a empezar una nueva vida en la fría Inglaterra.
Siendo que Sophie no había conocido la tierra que la vio nacer, no la echaba de menos, pero otra singularidad que formaba parte de su vida, era el hecho de que su padre le dedicaba una gran atención, razón por la cual, si bien Sophie nunca había estado en Francia, conocía su historia, sus costumbres, los lugares de interés y casi todo lo que hubiese que saber, gracias a las muchas horas que Phillipe había dedicado a contarle historias.
Con la enfermedad de su madre, Phillipe, aunque ya no le dedicaba tanto tiempo a su pequeña hija, no dejó de hacerlo. Pero después de la muerte de Daphne, y con las sucesivas presentaciones y matrimonios de sus hermanas mayores, la relación con su padre se había distanciado mucho. Ella seguía amándolo por encima de todo, y seguía siendo la persona más importante en su vida, pero comprendió que él debía cumplir con sus obligaciones y nunca se lo reprochó o lo resintió, y lo único que había contribuido a hacer más llevadero ese período, era la presencia de sus amigos en su vida.
Sin embargo, después de la muerte de su hermana mayor, Sophie pensó y sintió, que su mundo se caía a pedazos. Ella había logrado sobrellevar el alejamiento forzado de su padre, porque entre otras cosas, sabía que eso terminaría, pero cuando Phillipe cayó en aquel terrible estado de depresión, pensó que ahora sí lo estaba perdiendo para siempre. En medio de ese caos, otra noticia que la golpeó de forma terrible fue la partida de Kendall. Ya había pasado por eso cuando Dylan los dejó, pero le había quedado Kendall. No obstante, ahora se quedaba sola y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no caer ella también al igual que su padre.
Sin duda Sophie poseía un espíritu práctico y una voluntad de hierro, porque a pesar de tantas adversidades, había logrado sobreponerse, lo que fue una gran suerte para Phillipe, porque sin los cuidados de su hija probablemente habría muerto muy de prisa.
Sophie intentaba seguirle la pista a sus amigos a través de los diarios, con Kendall había sido sencillo, pero con Dylan un asunto imposible. Al chico solo lo mencionaban eventualmente y solo haciendo referencia al misterioso hijo de Lord Danworth. De manera que Dylan poco a poco se fue convirtiendo en un recuerdo borroso, aunque ella había seguido fiel a su promesa, y la cadena con el dije que él le había dado, seguía colgada en su cuello, aunque siempre oculta entre sus ropas, porque ella aún no estaba autorizada a llevar joyas.
Pocos días después que Sophie había leído en el diario, acerca de la boda de Kendall, había salido a caminar por la propiedad, porque aunque ya los chicos no estaban, ella seguía conservando la costumbre de salir a la misma hora todos los días. El asunto es que mientras se paseaba por el jardín, ya que ahora no iba mucho más lejos, primero porque no había razón para ello, y segundo porque prefería estar cerca por si su padre la necesitaba, estaba recogiendo unas flores cuando un sirviente se acercó a ella.
Sophie lo saludó con su habitual cortesía, pero en seguida notó que aquel joven no era un empleado de su casa. En efecto no lo era, venía de Darnley a entregarle una nota, y apenas lo hizo salió corriendo. Sophie desdobló el papel y su corazón comenzó a latir desbocado. ¡Kendall estaba en Darnley! Se olvidó de las flores y corrió a su casa, cambió sus zapatos por unos más adecuados para la caminata que le esperaba, porque su amigo le pedía que se vieran en el lugar de costumbre.
Hizo el trayecto en un tiempo excepcionalmente corto, sin embargo, cuando llegó ya Kendall estaba allí. Sophie lanzó un grito de alegría al verlo haciendo que él se volviese, y corrió a sus brazos. Después de aquel inusual y decididamente impropio saludo, Kendall la tomó de las manos y la miró.
Kendall pensó en lo escandalizadas que estarían las damas a las que frecuentaba si la escuchasen hablar y no pudo evitar reír.
La chica no prestó atención al evidente cumplido que acaba de hacerle, no estaba acostumbrada a esas sutilezas o a tener que adivinar bajo las palabras, y se concentró en lo que había dicho en forma directa.