El túnel por el que escaparon era angosto, húmedo, y su aire olía a tierra mojada. Cada paso los alejaba de los emisarios de la princesa y los acercaba a algo desconocido. Vania iba al frente, guiada más por el instinto que por la vista.
—Ya casi —murmuró, como si intentara convencer tanto a los demás como a sí misma—. Ya casi salimos de las entrañas de esta montaña maldita.
Lichty caminaba a su lado, respirando aliviada al sentir el aire más fresco.
—Tía… ¿crees que al otro lado nos esperará paz? ¿O solo otro peligro?
Vania la miró un instante y esbozó una sonrisa cansada.
—No lo sé, pequeña. Pero prefiero buscar la paz que quedarme esperando el peligro.
Kael, detrás, apoyó su bastón en la roca y exhaló hondo.
—Al menos aquí abajo no hay emisarios. Quizá la montaña decidió tenernos piedad.
El túnel terminó en una cavidad inmensa y antigua. Un débil fulgor plateado caía desde grietas en el techo, iluminando un círculo de espejos que parecía surgir del suelo mismo. Algunos eran de cristal, otros de metal bruñido, otros apenas roca pulida hasta el brillo.
El silencio era tan profundo que los tres contuvieron el aliento.
Kael fue el primero en romperlo, adelantándose unos pasos.
—¿Qué lugar es este? —preguntó, con asombro.
Vania se acercó despacio.
—Un santuario. Lo escuché nombrar en los cuentos viejos: los espejos que cantan solo a quienes llegan buscando más que refugio.
Como si sus palabras despertaran el eco dormido, un murmullo comenzó a brotar. Al principio apenas un susurro, luego un canto etéreo que parecía fluir de los marcos y las superficies reflejantes.
Lichty se llevó una mano al pecho.
—¿Escuchan eso? Es como… como un himno sin lengua.
Kael asintió, boquiabierto.
—Es hermoso. Es… es como si hablara a algo que había olvidado dentro de mí.
Los espejos comenzaron a mostrar imágenes. En uno, Lichty se vio a sí misma, no como la niña marcada del pasado, sino como una joven firme y serena, guiando a un pueblo bajo un cielo limpio.
—Soy yo… pero no soy yo —dijo, con un temblor en la voz.
Vania la tomó del hombro.
—Es lo que puedes ser. Lo que serás si no renuncias.
En otro espejo, Kael vio un fuego que no destruía, sino que protegía. Niños y ancianos lo rodeaban, y él alzaba su bastón convertido en llama pura.
—¿Eso… eso me espera? —preguntó, sin apartar los ojos.
—Eso vive ya dentro de ti, Kael —dijo Lichty, con una dulzura que nunca antes había tenido oportunidad de mostrarle—. Solo tienes que creerlo.
Vania miró su propio reflejo y contuvo el sollozo. Allí estaba ella, sentada bajo un árbol en flor, y junto a ella, su hija perdida. Ambas sonreían en paz.
—¿Me perdonas? —susurró Vania al reflejo, aunque sabía que no podía responderle.
El canto se hizo más suave, y de él emergió una voz que no era voz, un eco que se enredó en sus pensamientos:
“El futuro aún es canción no escrita. Pero la luz que buscan no ha muerto: habita más allá del reino podrido. Sigan al amanecer, y el sendero se abrirá.”
Los espejos, uno a uno, fueron apagando su brillo, como si hubieran entregado su secreto.
Kael se frotó los ojos, emocionado.
—Nunca imaginé… que algo así pudiera existir.
Vania respiró hondo y alzó la cabeza.
—Lo que vimos aquí debe bastarnos para seguir. Ningún emisario, ningún hechizo, puede quitarnos esto.
Lichty tomó la mano de su tía.
—Entonces sigamos. El amanecer nos espera.
Emergieron por un boquete en la roca, y ante ellos se extendió un valle amplio, aún dormido bajo el primer resplandor dorado del alba. Las sombras del reino de la princesa maldita se divisaban a lo lejos, pero ahora no les parecían invencibles.
Por primera vez en mucho tiempo, la esperanza iba delante de ellos.
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¿Qué les parecio este capítulo, que cambios crean que deba hacerle, a donde van mis tres principales?