La dosis perfecta

3. Un nuevo amigo.

La alarma sonó y yo tuve que levantarme. Desde el lunes había estado desvelándome y me estaba pasando la factura ya; necesitaba dormir todo el fin de semana para recuperar mi sueño. Me di una ducha fría para poder estar despierta todo el bendito día; me puse un vestido floreado en tonos rosas y mis botines negros. Cepillé mi cabello y lo dejé suelto para que se secara así, tomé mis cosas y un suéter, un cárdigan blanco que me regaló Tate hace un mes.  No lo usaba mucho por miedo a ensuciarlo con cualquier cosa, así que lo dejaría para la tarde.

Bajé las escaleras y dejé mis cosas sobre la mesita; en la sala estaba Gemma comiendo un tazón con cereal mientras veía una película, creo que era Enredados: últimamente era su favorita.

― Buenos días ― mi mamá estaba revisando su agenda mientras terminaba de voltear unos huevos.

― Buenos días cielo ―su sonrisa era vida para mí, siempre me reconfortaba verla sonreírme. Adoraba esos pequeños gestos, me alegraban el día―. ¿Cómo te sientes? Pasó algo ayer, ¿cierto?

Me encogí de hombros, había sido demasiado obvia que ahora no me quedaba más que aceptar la verdad: me había dejado vencer por el coraje y la frustración que me encerré toda la tarde y parte de la noche.

― Discutí con un compañero ― le dije mientras sería un poco de leche en un vaso limpio. Me senté y tomé el plato que me tendió mamá; ― Me frustré y terminé llorando como bebé.

― Los bebés lloran porque no pueden hablar y es su forma de que nosotros estemos ahí para ellos, no está mal que llores ― mi mamá se acercó y me tomó de las manos ―. No importa qué pase, quiero que sepas que estaré contigo siempre que me necesites.

Mi mamá me abrazó y nos quedamos así por unos minutos, entonces me dio un beso y me hizo prometer que no dejaría que nadie me desmotivara o arruinada mi día. Era la mejor madre del mundo, y no había duda de eso.

Se sentó junto a mí y conversamos mientras desayunábamos; me contó sobre su día ayer, también de lo preocupada que estaba por no verme, pero mi papá le había asegurado que había sido alguna cosa hormonal, pues era su única posibilidad y, si en algún momento se enteraba que yo había llorado por culpa de un chico, seguro ya estuviera en camino para reñirle. Para mi suerte, papá había tenido que ir al Nedonna Beach: tenía que asistir a un curso para renovar su acreditación como bombero, y regresaría el sábado por la mañana.

― Te puedo llevar…

― No te preocupes ― interrumpí a mi mamá ―, puedo caminar, además, el autobús escolar no es tan malo.

Le di un beso en la mejilla para después tomar mis cosas y salir casi corriendo; me había entretenido tanto con la plática que no vi la hora; cerré la puerta y me colgué la mochila para después salir corriendo. Ni loca alcanzaba el autobús, por suerte, no estaba tan lejos.

El campo de golf no era tan grande y era lo que a veces me tardaba más en cruzar; me tomó un poco de tiempo, pues había mucho lodo y no quería ensuciarme. Al llegar a la calle, por fin me limpié las botas y caminé a buen paso. Llegué en diez minutos con la carrera y todo.

La mayoría de alumnos ya estaban ahí, y no es como si fuéramos demasiados, en realidad éramos los suficientes, algunos estudiantes venían de otros pueblos cercanos, y es que la mayoría de pueblos eran así, pequeños. Por lo regular había sólo una escuela superior para tres pueblos.

― ¡He! ― Me di la vuelta por mero instinto, grave error. Erik Murphy estaba caminando en mi dirección con cara de pocos amigos. Seguro seguía molesto por haberlo dejado solo.

― ¿Yo? ― pregunté como si realmente me importara.

― ¿Quién más? ¿La Reina Isabel?

― El día está iniciando y no quiero tener alguna otra conversación contigo ― le dije de mala gana y seguí caminando, pero Erik me siguió y me bloqueó el paso. Algunos estudiantes chismosos nos miraban con curiosidad, y no los culpo, nunca pasa nada importante en la escuela como riñas y esas cosas.

― Lo siento, de acuerdo ― Mi sorpresa duró a lo mucho unos cinco segundos, luego la confusión llegó a invadirme ―. Hice mal en no tomarte en cuenta, pero tampoco ayudaste mucho.

― ¿Perdón? ― mi confusión fue devorada por el enojo ―. Estaba completamente dispuesta a colaborar contigo, tú fuiste el que me sacó del equipo sin más, ¿se te olvida? Y vienes a decirme que soy yo…

Erik se llevó las manos a la frente y se las pasó por su cabello negro a la nuca. Estaba tan estresado como yo, cosa que me alegró, pues si pensaba que iba a ser una tonta y ceder, estaba completamente equivocado.

― Vale… ambos tuvimos parte de culpa ― levantó la mano impidiéndome que le contestara ―. Empecemos de nuevo, ¿te parece? En blanco.

― ¿Así y ya? ― me cruce de brazos.

― Sí, así y ya ―. Le estaba costando bastante, lo podía ver en su cara, su mandíbula estaba tensa y apretaba los labios, como reprimiendo su enojo―.  Necesito mantener mi promedio para seguir en el equipo, y seguro que tú no quieres una mala nota, de acuerdo. Entonces empecemos de nuevo, podemos vernos mañana después de la escuela.



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En el texto hay: estudiantes, primer amor

Editado: 06.04.2019

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