La Duquesa

VII

Una calurosa tarde, mientras yo leía en una posición muy poco femenina Francisco entró en el salón sin que me diera cuenta y se sentó frente a mí , haciendo que me sobresaltara e intentara con rapidez y torpeza colocarme adecuadamente.

-Sira, no tienes que intentar ser como las demás- dijo entre risas- eres maravillosa- intenté disimular mi rubor con una contestación banal y distante.

-¿Deseabas algo?

-En verdad si... no se muy bien cómo decirte esto, porque se lo poco que te gusta, pero esta mañana me a llegado una carta de mi madre comunicándome que retrasarán unos días más su vuelta y que por favor fuera yo el que te pusiera al corriente.

-Francisco, me estás asustando-dije sin saber exactamente qué pensar.

-No tienes porque... simplemente quería recordarte que en unos días es tu cumpleaños.

- Oh Dios mío... -suspiré sin querer, había estado tan distraída que había olvidado por completo mis planes de huida.

- Mi madre dice, que de ninguna manera puedes pasarlo sola y ... -se notaba que Francisco estaba incómodo en esta conversación, puesto que no dejaba de mirar hacia las estanterías de la habitación y rascarse la cabeza- bueno, como mi cumpleaños es tan solo una semana después del tuyo, quiere comunicarte que tiene la intención de celebrarlos juntos y ha invitado a todos nuestros amigos a un baile en nuestro honor- dijo casi sin respirar y sin dirigir su mirada hacia mi.

El silencio que se generó entre los dos no era incomodo como antaño, pero nos encontrábamos en una situación de incertidumbre. ¿Qué se supone que debía decir? Su madre ya había comunicado a los invitados que se celebraría una fiesta en nuestro honor sin tan siquiera mencionármelo, por lo que si ahora yo no aparecía, sería muy descortés y desagradecida. Francisco pareció leer mis pensamientos.

-Lo siento mucho Sira... si lo deseas -dijo mirándome directamente a los ojos- puedo escribir a mi madre y decirle que no deseamos celebrar una fiesta ...

-No digas tonterías, a ti te encanta celebrar tu cumpleaños. Yo... a pesar de que me encantaría, se supone que estoy de luto, no puedo celebrar mi cumpleaños, no puedo hacer fiestas... - Mi respiración comenzó a ahitarse, Francisco se sentó junto a mi y me cogió de la mano.

-Sira, sabes que ya has cumplido con el luto, pero no estás obligada a nada- No pude morderme la lengua, y por mi boca se deslizaron todos aquellos pensamientos que bailaban por mi cabeza.

- ¿Qué no estoy obligadamente? Tu madre ha enviado invitaciones en mi nombre, sin mi consentimiento.... generando en mi una obligación con todos y cada uno de los invitados que han aceptado venir al baile. No tengo elección- Estaba muy enfadada, pero aún así respiré hondo y aye una solución- De acuerdo, dile a tu madre que asistiré al dichoso baile, pero como muestra de luto vestiré de negro y no consentiré en bailar con nadie.

-¿ Con nadie? - dijo con un ápice de esperanza en sus ojos

- No, con nadie- la dureza de mis palabras pareció herirle, pero no dijo nada al respecto- la modista vendrá a visitarnos esta tarde, si lo prefieres podemos llamara a tu modista habitual...

¿Mi modista habitual? A pesar de la fortuna y los títulos que poseía, jamás había tenido una modista. Mi padre desconocía todo el mundo que acompañaba los preparativos femeninos. Durante toda mi vida había contado con la ayuda de mis sirvientas o mis damas de compañía, Y entre todas habíamos decidido cómo serían mis vestidos, y alguna costurera del castillo los había confeccionado, pero jamás había imaginado o necesitado la ayuda de una modista.

Aquella fue una tarde interesante, y a pesar de todas mis expectativas, para mi sorpresa fue divertida. La modista, María, era una mujer de avanzada edad, muy coqueta y extrovertida. En cinco minutos había conseguido sacarme más sonrisas que cualquiera de mis amigos a lo largo de los últimos meses. Juntas conseguimos diseñar un vestido al gusto de ambas que permitiría hacer que sobresaliera sin ser excesivamente llamativa. María y yo congeniamos perfectamente, tan solo nos mostramos disconformes al hablar del color del vestido, pero ante mi inflexibilidad la mujer acabó aceptando que el vestido sería negro.

Unos días después la casa comenzó a llenarse de gente, algunos invitados venían de lejos y residirían con nosotros hasta el día del baile, los criados no paraban quietos con todos los preparativos y así la casa paso de ser un lugar tranquilo en el que se respiraba paz a un bullicioso lugar en el que uno no podía oír ni sus propios pensamientos. Ni tan siquiera podía pasear por los bosques sola, puesto que algún invitado se ofrecía muy caballeroso a acompañarme en cuanto me veían dirigirme al bosque. Aquella situación me superaba, lo que provocó que algunos días fingiera sentirme indispuesta y otros me encerrara en la biblioteca. Pero pronto incluso aquello dejo de servirme de refugio, ya que con la llegada de Marta ella y sus amigas venían a visitarme a mis habitaciones para que no me sintiera sola y pronto la biblioteca se lleno de caballeros que parecían no conocer la utilidad de esta, ya que en vez de leer, se dedicaban únicamente a hablar. Por ello, el día de mi cumpleaños no me quedó más remedio que esconderme en la cabaña de Jorge. Allí junto a uno de mis libros favoritos transcurrió toda la mañana. Cuando ya tenía la intención de volver a la casa comenzó a llover a cántaros, lo que provocó que mi estancia se alargará. 
Estaba apoyada junto a la ventana contemplando la lluvia, cuando la puerta se abrió y una sombra alta se introdujo en el interior de la cabaña. Me escondí detrás de las escaleras, quizás no me había visto. El hombre estaba de espaldas y totalmente empapado. Comprendí que no me había visto cuando se quitó la chaqueta y comenzó a desabrocharse la camisa. Por lo que no pude continuar en silencio.



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En el texto hay: misterio, romace, epoca victoriana

Editado: 13.04.2019

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