Caminaron otro rato por los pasillos repletos de mármol blanco que reflejaba la luz vibrante de las antorchas y la propagaba por todas partes, haciendo que pareciera mucho más iluminado de lo que estaba en realidad.
Súrion volvió a prometer que entenderían todo si llegaban al destino que les quería enseñar. Jhin también había podido informarse en un libro, que se deshacía si no lo manipulaba con sumo cuidado, que cuando los dioses abandonaron el mundo dejaron tras de sí monumentos escondidos que conmemoraban su recuerdo. No obstante, el autor del libro, del cual ya ni recordaba su nombre, juró buscar dichos monumentos y no los encontró jamás. «¿Se tratará de uno de esos monumentos?», se preguntó a sí misma bastante intrigada. Ya costaba mucho creer que ese lugar estuviera bajo el castillo, pero lo era aún más creer en que uno de los monumentos a los dioses estaría allí. Según su padre se trataba el de Rymtarr y de, con toda probabilidad, el secreto mejor guardado de la familia real. Wander se sentía fuera de lugar y se notaba a la legua que estaba deseando marcharse por el otro pasadizo y huir a las montañas.
Tan solo hicieron falta unos minutos más para que, por fin, la imponente imagen se presentase ante los ojos de los tres visitantes de la milenaria estancia. Todo el lugar estaba cubierto por cada centímetro por el característico mármol y la junta de las losas estaba rellena de oro. El camino llevaba a unas escaleras que estaban custodiadas por estatuas de Rymtarr del mismo material pálido. No todas estaban en perfecto estado y era imposible conocer la causa, pero de todas las estatuas solo una estaba completa. Al resto se les había caído un brazo, la cabeza o se habían resquebrajado y repartido por el suelo.
Jhin giró sobre sí misma repetidas veces para intentar fijarse en todos los detalles, y vio que la capa de polvo y el olor viciado demostraban que esa cámara llevaba cerrada muchísimos años y estaba por completo en ruinas. El terremoto que se había dado también podía ser un alto responsable del desastre. En el centro de la misma, enorme, alto e imponente, se encontraba un monolito rectangular iluminado por dos lámparas de aceite enormes que se situaban a cada lado, que Súrion acaba de encender haciendo uso de su antorcha.
Jhin y Wander subieron las escaleras con cuidado, como si sus pasos pudieran dañar más el lugar, y se situaron a ambos lados del rey, que estaba admirando el monumento. Tal y como lo había descrito, el monolito llevaba grabadas una serie de runas incomprensibles para ellos y en el centro había un dibujo primitivo de una mujer con el cabello largo y una túnica ornamentada. De las manos de la mujer salían pequeñas espirales que se perdían entre las letras del antiguo lenguaje. Jhin había visto las suficientes representaciones de Rymtarr como para saber que la figura grabada en oro era de la diosa misma, pero Wander no comprendía lo que estaba pasando.
—¿Quién es la mujer que aparece dibujada en el centro? —preguntó. Al ver que sus dos acompañantes le lanzaron miradas inquisitivas, terminó imaginándoselo—. Es Rymtarr, ¿no? La diosa de la vida.
—Por supuesto que es ella —le respondió Jhin ofendida. Ella tampoco creía en el Octáreo, pero aquello era una pieza histórica de valor incalculable.
—Los mayores expertos a lo largo de los años intentaron traducir que dicen estas runas, pero nunca llegaron a ninguna conclusión —explicó Súrion apenado—. De todas formas, se trata de una prueba irrefutable de que Rymtarr existió hace mucho tiempo.
Una segunda vez se produjo una mirada cómplice entre Jhin y Wander. Ninguno de los dos creía en temas religiosos y seguían sin comprender la razón por la que Súrion les había llevado hasta allí abajo. Jhin, esperando más del soldado, espero unos minutos para permitirle expresar su desconcierto, pero una vez más le decepcionó.
—¿Qué tiene que ver esto con nosotros, padre? Por favor, termina ya con esta incertidumbre.
Súrion, que estaba de acuerdo con su hijastra, dio varios paseos recorriendo de lado a lado el imponente monolito intentando encontrar la mejor manera de explicarse.
—¿No notas nada raro, Jhin? —terminó por preguntar el rey intrigado a su hijastra.
—No.
Súrion se retiró la corona como si fuera un sombrero y se revolvió el pelo mientras apretaba los dientes. Parecía decepcionado, como si hubiera esperado una respuesta diferente por parte de Jhin.
—Jhin, hace casi treinta años murió la última familia que quedaba de los magos de Cintheria, los Rymka —reveló el rey atrayendo el interés de los dos chicos—. La familia real se propuso proteger lo único que hacía especial este lugar, así que después de la masacre durante la guerra contra Calathra y Pollswin, escondieron con sumo cuidado y con el mayor secretismo posible el último legado de los Rymka, una familia que logró escapar y ocultarse.
Jhin, sin ser capaz de controlarlo, empezó a temblar al ver el camino que estaba teniendo la conversación. Por supuesto que sabía que era adoptada, sus padrastros jamás se esforzaron en ocultarlo, aparte de que por mucho que buscasen parecidos se parecía a ellos lo mismo que un cerdo a una vaca.
—Padre, estás queriendo decir entonces que…
—Sí, Jhin, eres la última de los Rymka.
Wander, que seguía en silencio y quieto como un fantasma, cambió su expresión al caer en la noticia. Eso convertía, bajo su propio criterio, a Jhin en alguien mucho más importante que el propio rey.
Editado: 13.12.2024