Tiempo atrás, en el camino sur de Pollswin…
A muchos metros de distancia de la casa del bosque de los sacerdotes, Theron respiró aliviado. Había optado por robar uno de los caballos y sabía que la sacerdotisa del Octáreo se enfadaría cuando se diera cuenta, pero ese era el menor de sus problemas. La decisión de ir en una montura le forzó a seguir los caminos, ya que el caballo se negaba a ir atravesando la nieve.
Cuando se fue acercando el anochecer, se planteó buscar algún refugio o montar un campamento improvisado, aunque no sabía si podría hacerlo junto al animal. Una hoguera en la distancia llamó su atención y creyó que era una oportunidad. Solo esperó que no se tratara de ningún soldado de Pollswin ni nadie que le pudiera reconocer.
Antes de llegar, se bajó del caballo y continuó a pie tirando de las riendas para que su montura no se escapase. Cerca de la luz, vio que se trataba de dos cazadores de bestias, lo cual le impuso un estado de alerta. No obstante, no quería morir congelado, así que continuó con sus intenciones. Al llegar, les saludó, esperando no encontrar hostilidad hacia él. Por suerte, fue todo lo contrario, le recibieron con una ovación y ofreciéndole una botella de whisky. Eran dos cazadores novatos, una elfa y otro humano, y, a juzgar por su armadura, debían de llevar poco en el gremio. Se constituía de manera casi completa de cuero sencillo y lucían tan solo algunos retales de la piel de sus presas.
Theron se sintió como un rey, rellenó su petaca que llevaba días vacía y rio con los dos inexpertos cazadores. Le pidieron anécdotas de sus cacerías y él disfrutó narrando y decorando sus mejores historias. Cuando terminó de contar la segunda, les preguntó qué hacían allí.
—Queríamos cazar a la bestia del bosque Rimouwin—se sinceró el humano orgulloso.
—Sabéis que tenemos prohibido acercarnos al bosque, ¿no? —les cuestionó Theron haciendo como si él mismo no hubiera intentado lo mismo días atrás.
—Sí, por eso optamos por cruzar el bosque a través —explicó la elfa torciendo el gesto—, pero es muy peligroso… No merece la pena.
—¿Peligroso? —preguntó Theron cuestionando qué peligro pueden ocasionar algunos animales y un bosque nevado—. Hay lobos huargo por la zona, eso os lo compro, pero nada que dos chicarrones como vosotros no podáis gestionar
Los dos cazadores se miraron entre sí preocupados. Theron, esperando a que se decidiesen a contarle qué era tan peligroso, le pegó un buen trago al delicioso líquido destilado.
—Es la razón por la que ningún soldado vigila el bosque… —empezó la explicación el cazador humano—. Fuera de los caminos está infestado de unas bestias raras.
—¿Qué clase de bestias? —interrumpió Theron dejando de beber y acercándose a ellos.
—Como una especie de hombres lagarto armados con cualquier cosa que corte, pinche o pueda hacer daño.
Los ojos de Theron se abrieron de par en par. Era vital para los cazadores de bestias leer al menos una vez el antiguo bestiario para saber salir de una situación complicada, solo que en ocasiones aparecía alguna bestia que no estaba descrita en sus páginas. Les pidió más detalles y no fueron capaces de decirle mucho más, aparte de que tenían escamas azules y eran más bajitos que ellos. Era consciente de que la situación no era normal y que tampoco surgían hidras así como así en mitad de un bosque tranquilo.
Sin remediarlo, Theron se acordó de Wander, Jhin y la sacerdotisa, y un escalofrío desagradable recorrió todo su ser. No era capaz de explicar cómo ni por qué, pero la simple idea de pensar en que podían estar en peligro le generaba un fuerte sentimiento de culpa. Se quedó mirando fijamente a la botella medio vacía de whisky como si tuviera que elegir entre el alcohol y su seguridad o regresar y ayudar al grupo de insensatos que entraron a enfrentarse a una hidra los tres solos. La angustia se fue apoderando de él y la mano con la que sujetaba la botella comenzó a temblar.
—¡Joder! —gritó tirando la botella con todas sus fuerzas al suelo, la cual no se rompió porque se hincó en la nieve.
Theron, odiándose a sí mismo, se puso en pie e inició el proceso de colgar de nuevo sus armas de sus sitios habituales. Lo hizo bruscamente y sin parar de maldecir en voz baja.
—¿A dónde vas? —preguntó la cazadora elfa poniéndose en pie.
—Al bosque —respondió cortante—. Y no me detengáis.
Theron supuso que los dos intentarían frenarle para salvar su vida, pero no fue así. Le miraron fijamente mientras seguía murmurando, se subía al caballo y le espoleaba para intentar que fuera lo más rápido posible. «Estos críos no me tienen ningún respeto», protestó en alto cuando estuvo seguro de que no podían escucharle.
El camino de retorno lo acortó llevando al límite al caballo para llegar a la entrada del bosque cuando empezase a clarear. Al principio, estaba muy preocupado de ser incapaz de seguirles el rastro, pero estaba muy equivocado. Donde en teoría estaba el camino, había un surco evidente y bastante amplio en la nieve que se internaba en el bosque. La entrada al bosque estaba prohibida y pensó que habría pocos idiotas que cometieran la imprudencia de entrar allí, así que dio por hecho que lo había dejado el grupo que buscaba. Supo que si no descansaba no podría ser del todo productivo, de modo que se escondió junto al caballo dentro de un cobertizo de la casa de los sacerdotes del Octáreo, rogando porque ninguno necesitaría cuidar del huerto durante una ventisca.
Cuando se despertó era de día, aunque era imposible determinar la hora exacta a causa del temporal. De primeras el caballo se negó a ir por el pequeño camino del rastro, pero Theron era mucho más tozudo que el animal y terminó cediendo. Gracias a que pudo avanzar con su montura, sintió que les alcanzaría en poco tiempo. Juraría que era mediodía cuando llegó a un punto dónde el reguero se ensanchaba en una forma circular, con los restos de una hoguera en medio. Tocó la madera, pero ya estaba fría, aunque la capa de nieve no era muy espesa, así que supuso que no hacía mucho habían pasado por allí.
Editado: 10.12.2024