POV: CARINA.
Y el alma, un océano encerrado en gotas.
—Papá —murmuro cerrando la puerta detrás de mí.
Él suspira al verme. —Ven, siéntate cariño —me ordena haciéndome una seña con la cabeza.
Obligo a mi cuerpo a avanzar y paso a sentarme en el asiento frente a él.
—Tú dirás, papá —trato de sonar natural.
—¿Harías cualquier cosa por la familia, verdad? —asiento sin argumentar nada, sabiendo lo que conllevan sus palabras. —Necesito que hagas algo por nosotros, créeme que si no fuera necesario, no te lo pediría.
—Lo sé —contesto con la voz a punto de quebrarme.
—Si bien supongo que sabías que el señor Lombardi pediría la mano de tu hermana, pero él lo estaba pensando, y te quiere a ti como esposa.
A pesar de haber escuchado ya aquella palabra, mi corazón se abre como un abismo peor que la primera vez, y las ganas de llorar me inundan, pero trato de ser fuerte.
"No puedes escapar de tu vida".
Otra vez aquella frase retumba en mi cabeza, pero ¿por qué yo? ¿Qué quiere ese hombre de mí? No lo entiendo, por más que lo pienso, no entiendo nada, absolutamente nada.
—Estarás bien —asegura.
—Entiendo —asiento, me levanto y salgo del despacho apresurada, exclama mi nombre varias veces, pero lo ignoro.
Cierro mi puerta con seguro, y me tumbo en mi cama olvidando completamente la idea de ir a la universidad. Estoy completamente ida, ¿qué desea ese hombre de mí? ¿Por qué yo? ¿Qué está pasando para que tengan que sacrificarme?
Aprieto con fuerza las sábanas bajo mis manos mientras aprieto los dientes tratando de no llorar, pero un sollozo escapa de mis labios y llevo ambas manos a mi boca.
¿Dónde quedó: soy fuerte? Me recuerdo a mí misma, pero eso no me ayuda. Levanto la cabeza al escuchar varios golpes en mi puerta, suspiro mirando la puerta, pero no me inmuto.
Me acuesto y no me contengo, lloro, saco todo eso dentro de mí. Miedo, pánico, arrasan conmigo, a mis veinte años lo que menos deseo es casarme.
[...]
Despierto al sentir unas caricias en mi cabello, froto mis ojos y levanto mi cabeza para buscar con la mirada el causante de las caricias. Mi madre.
—Hola —saluda con la voz melosa.
—Hola —mi voz sale muy aguda, como si tuviera algo en la garganta.
—Lo siento, no quiero que te hagas daño, por favor no te resistas —me pide entre cortada.
—Así es nuestra vida —afirmo. —. Sólo que me privaron de la realidad de nuestra vida de reinas.
Quiero hacer tantas cosas, tantas cosas que las chicas normales ya han hecho. Quiero alguna vez sentirme libre, poder convertirme en una gran diseñadora, poder bailar alguna vez en algún evento libremente, poco a poco me he estado asfixiando aquí, y casarme sólo terminaría con mi último suspiro.
—Una vez me quitaron hasta mi respiración, pequeña, ahí fue cuando dudé de si valía la pena vivir, o existía la felicidad ¿sabes que aprendí de ello? —pregunta tocando mi mejilla. —. Que la marea va y viene, sólo hay que seguir siendo fuerte, siempre.
Luego de decirme aquello, ella abandona la habitación. El tiempo que me quedo en mi habitación, no hago más que pensar, ¿cómo iba a yo alejarme de esa vida de mafiosos si me casaba con uno? Totalmente imposible.
Salgo de mi habitación y voy a mi cuarto de costura, es lo único que quiero hacer en estos momentos, diseñar.
Mientras mis manos sostienen de ambos lados la tela, el rostro de ese hombre viene a mi mente y todo me abruma.
"Abre los ojos, Carina, ésta es la realidad de nuestra vida de reinas, si hay que pasar sobre el amor se hace.
En la mafia sólo se busca hacer crecer el imperio, y mantener el poder, y en cuanto a eso sabes cómo es papá."
—Señorita —alguien grita mi nombre sacándome de mis pensamientos.
—¿Qué sucede? —pregunto volteando molesta.
—Disculpe, es que llevo rato llamándola —se disculpa amablemente. —. Es que solicitan su presencia abajo.
—Vale, ya bajo —informo.
—El señor Lombardi está aquí —dice y abandona la puerta.
Mi corazón da un vuelco al escuchar su apellido, ojalá fuera una sensación bonita, pero es todo lo contrario, por más que deseo no tener miedo, lo tengo y no puedo evitarlo, pero no pienso demostrárselo.
Apago la máquina y salgo del cuarto para bajar, mis padres están en el sofá de la sala, mi hermana no está, desde esta mañana no la he visto y eso me preocupa.
Al ver a mis padres sentados a la par y al tal Lombardi solo en frente, incómoda me obligo a pasar a sentarme a su lado, cosa que es la confirmación de mi respuesta para mi padre.
Firmo los documentos que él me pasa sin siquiera mirarme, mi padre mantiene su mirada en él, puedo sentir su molestia, pero no nos queda de otra, es lo único que sé de todo este rollo.
Regreso a mi habitación luego de firmar, tomo mi celular y me voy al jardín, me siento tan estúpida y valiente a la vez, mi vida era perfecta hace una semana, desde que ese hombre llegó a la ciudad amenazó contra mi estable vida.
Siento unos pasos detrás de mí, pero no me inmuto, cada vez se sienten más cerca hasta que se detiene a mi lado. Sé que es él, su sigilidad y olor me lo comprueban.
—Ciao.
—¿Qué quieres de mí?
Volteo a verlo y noto que no se esperaba que yo entendiera su idioma, mucho menos que pudiera objetar algo en su lengua.
—Grandioso.
—¿Qué quieres de mí? —repito.
—Todo lo que no quieras ofrec
er —responde entrando sus manos en los bolsillos de su pantalón.
—¡¿Qué puedo yo ofrecerte?! —exclamo molesta, me estresa todo esto, no entiendo nada, ¿QUÉ RAYOS DESEA DE MÍ?
—Yo sí voy a ser sincero contigo, y te parecerá cruel —da varios pasos hacia mí pero no me muevo. —. Quiero verte todos los días, y disfrutar de tu agonía.
Lo miro frunciendo el ceño, ¿no era una esposa que buscaba? ¿Quiere casarse conmigo para hacerme agonizar? El timbre de mi celular me saca de mis pensamientos, agacho la mirada viendo en la pantalla que es Lenin.
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Editado: 28.05.2024