Bajo de la camioneta, y le estrecho mi mano para ayudarla a bajar, estira sus piernas con elegancia y sale de la camioneta, junta sus labios en una línea mientras escanea alrededor.
Sonrío, observarla mirar alrededor despistada es divertido, como mueve sus ojos de un lugar mientras como siempre junta sus labios.
—Vamos —le propongo.
Ella voltea a verme y me sonríe asintiendo, la tomo de la mano y nos adentramos al salón, el lugar está muy lleno, hay más personas de las que esperaba, miro las cuatro esquinas hasta donde alcanzo asegurándome de la seguridad, mis hombres vienen detrás, no quería que Carina pensara otra cosa.
Carina aferra su brazo al mío mientras observa alrededor entretenida. Avanzamos un poco más para introducirnos en la multitud.
—¿Quieres tomar algo? —le pregunto y ella niega con la cabeza.
—¿Por qué? —le pregunto.
Ella menea la cabeza torciendo los labios, le echa una mirada a los demás y luego se concentra en mí.
—Simplemente no quiero.
—Relájate —paso mi brazo por su cintura. —. Estás con tu esposo.
Ella sonríe y sus mejillas se enrojecen un poco. Sonrío, con una nostalgia por dentro, verla sonreír es como un vaso de agua en el desierto, estiro mi otra mano y toque suavemente su mejilla.
—Señor Lombardi —alguien exclama a unos pasos de nosotros.
Ambos giramos para ver de quien se trata, entro una mano en mi bolsillo mientras el otro está entrelazado con la de Carina. Miro al hombre con seriedad, cambiando radicalmente el yo de hace unos segundos hacia atrás, como dije, esa parte de mí la única que la merece lo tiene.
—¿Lo conozco? —inquiero mirando al don extrañado. Claro que lo conozco, otro viejo que no encuentra nada mejor que hacer que vender mujeres y drogas, y así hablan de los jóvenes.
—Suponía que no —responde riendo, cínicamente porque sabe lo que yo sé.
Quiero rodar los ojos, pero sé como manejar estos casos, tengo otras estrategias a parte de los plomazos, mucho menos hoy que estoy con mi esposa, "mi esposa" ¿Quién lo diría?
—Geronimo —me estrecha su mano educadamente.
Extiendo mi mano y acepto la suya, un leve apretón y me libero de su caliente mano. Es un viejo rellenito con canas, tiene una nariz por la que debe de respirar muy bien, ojos verdes y piel blanca.
Sus ojos se mueven hacia Carina y sonríe con satisfacción, le gusta lo que ve, trata de disimular su atracción, pero yo conozco a esos tipos y me las sé todas.
—Supongo que ella es tu esposa —comenta sin dejar de mirarla.
Carina fuerza una media sonrisa incómoda.
—SÍ, Carina —rodeo su cintura pegándola a mí.
Sonríe con nerviosismo mientras observa a Carina, cuando mueve sus ojos hacia mí finge otra sonrisa despistada.
—Su rostro y nombre se me hacen familiar —toca su cabeza. —. Pero debo estar confundiéndola.
—Ujum —mascullo.
—Es un placer hermosa —le estrecha su mano y Carina lo acepta fugazmente.
—Igualmente.
—Mmm, ¿podemos hablar un momento Lombardi? —inquiere amablemente. Cualquiera que lo viera y creyera caería justo en la boca del lobo, en esto, las palabras bonitas y la educación se utilizan para manipular, obtener lo que se quiere y para tender trampas, pero todo eso me lo sé, por algo siempre gano.
—Por supuesto, aunque no le parece un mal día, es su evento —suelto a propósito.
—No pasa nada, son cosas importantes y será breve —explica. —. Sígueme —me señala con la cabeza y asiento.
Se da la vuelta y empieza a alejarse.
—¿Qué importante ni importante si ni siquiera se conocen? —Carina tira de mi brazo.
—No es así —toco su barbilla con mi dedo. —. Ya regreso, no te preocupes y no te pierdas.
Con la mirada fija en la espalda del viejo lo sigo, nos adentramos al fundo del salón y giramos a la izquierda hacia una puerta, entramos y pude ver que era un pequeño despacho dentro de un salón. Hay dos hombres cerca de la ventana de espaldas al escritorio.
—Estuve mucho tiempo esperando conocerlo en persona Lombardi —empieza avanzando a su escritorio. —. Y veo que vino hacia mí usted.
—Que causalidad ¿no? —digo sarcásticamente. —. ¿Necesita de mis servicios? —pregunto sosteniendo el respaldo de la silla que está de frente a él sentado en el escritorio.
—Servicios dice —se ríe mirando a sus hombres de reojo. —. Señor Lombardi, hablemos de negocios —puntualiza haciendo sonar el lapicero que tiene en manos contra la mesa.
—¿Negocios? —digo pensativo. —. No me hace falta, pero sea más claro a ver en qué le puedo ayudar.
—Veo que tiene mucho carisma y valor —agacha un poco la cabeza mientras continuamente golpea el lapicero contra la mesa. —. Este no es un lugar tan libre para usted como para traer a su esposa, mucho menos semejante mujer.
—¿Lo dice por qué soy Italiano?
—Sabe por qué —aclara señalándome con el lapicero.
Me inclino un poco hacia él sin soltar el respaldo de silla.
—Voy donde quiero con mi esposa, no le debo ni le temo a nadie, lamentablemente si quiere hablar de negocios deberá ser en oro momento, hoy vine a disfrutar con mi esposa.
POV: CARINA.
Si bien le dije a Leonardo que no quería nada, tuve que tomar una copa ya que me sentía extraña, con las manos vacías y en medio de una multitud sola.
Varias personas me han observado demasiado y aún siguen haciéndolo, pero yo me mantengo lo más alejada posible de todos, estoy en medio de mucha gente pero no tan cerca de nadie.
Muevo mis dedos alrededor de la copa algo nerviosa, levanto la mirada para observar el lugar por donde se había ido Leonardo pero me encuentro con un hombre frente a mí.
—Hola —saluda alegremente.
—Hola —le regreso el saludo.
—Te invito un trago —wow, ¿dónde quedaron las presentaciones?
Sonriendo amablemente le alzo mi copa balanceándola ligeramente.
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Editado: 28.05.2024