Giovanna sonrió al ver que sus pies encajaban. Recordó haber leído un libro acerca de una plebeya a la que no le quedaba la talla de sus zapatos hasta que encontró unos zapatos que si eran de su talla y gracias a ello se ganó un reino y se volvió princesa. Más o menos así iba la historia. Giovanna no recordó ni siquiera como se llamaba el libro así que optó por generalizar.
— Soy una princesa, ¿Dónde está mi príncipe azul?
Los pies le brillaron y las piedras crecieron hasta rodear y cubrir sus pantorrillas, aprisionándola.
— ¿Qué diablos está pasando? — Giovanna trataba de liberarse con movimientos cada vez más desesperados.
El agua del lago que tenían al frente comenzó a burbujear, a hervir. Peces, ranas, e incluso un cocodrilo flotaron muertos. Del fondo del lago salió una esfera de luz que reventó en la cara de Giovanna y se convirtió en una mujer de prodigiosa belleza. Sus alas eran casi transparentes, como un pétalo de rosa blanca, usaba un vestido verde cuya falda les llegaba a los tobillos, unos zapatos blancos que parecían nuevos a pesar de tener cientos de años y su cabello estaba amarrado con unas agujas doradas.
Si se compararan ambas ninfas Giovanna lucía como una versión que había pasado por muchas botellas de alcohol y malas decisiones. “Las bragas eran innecesarias”, pensó Giovanna, estirando la falda de su vestido para ocultarlas. Y con lo mucho que les había costado conseguirlas. Tuvieron que asaltar a una mujer de setenta años. Ella les ofreció un reloj de oro, pero los asaltantes se negaron. Solo querían las bragas. Con el botín en las manos y a varios metros de su víctima ambos se dieron cuenta de su error, al regresar vieron que la mujer estaba hablando con un guardia, no dejaba de agarrarse la falda.
La ninfa volaba a pocos centímetros de Giovanna. Su belleza y su luz tan pura la hicieron llorar.
— Mi nombre es Nilon y veo que eres la elegida — Giovanna todavía intentaba liberarse de los grilletes de piedra. Nilon hizo aparecer una funda en sus manos. Sacó la espada de la espada de la funda. Entre ambos podrían competir sobre quien brillaba más. El brillo de la espada era anaranjado como el fuego —. Esta es la serpiente de fuego, una espada tan peligrosa como poderosa. Es mi deber entregártela para que sigas con La Profecía que los dioses han impuesto para ti y que ha marcado tu destino. Un destino lleno de luchas interminables y peligros imposibles.
Giovanna, la fanática del mínimo esfuerzo, escuchó con una atención aterrada lo que los dioses tenían planeado para ella.
— Ahora abre las manos para que pueda entregarte la serpiente de fuego.
Giovanna negó con la cabeza.
Con el poco aire que le quedaba a Marc se aventuró a decir:
— Amigo, deberías ver esto — Marc señaló hacia atrás.
Arton estaban tan furioso que no pudo ver más allá del odio que sentía hacia ese par de ladrones por hacerle perder el tiempo. Debería matarlos de una vez y seguir con su camino. Le romperá el cuello a este idiota y le cortará la cabeza a la mujer. Arton cubrió la boca de Marc con su mano metálica, listo para hacer el “snap” cuando un rayo de luz le golpeó en la espalda.
Arton volteó para ver de dónde venía esa luz. Se quedó boquiabierto ante el juego de luces. Vio a una mujer de gran belleza entregándole una espada a otra mujer que era la definición de promedio. Y no era cualquier espada. Era la serpiente de fuego. Su espada.
— No, no, no… — con cada “NO” aumentaba su tono de voz.
Arton soltó a Marc y este cayó como si de una bolsa de basura se tratase. Arton corrió hacía Giovanna, apenas la tocó una fuerte descarga de energía lo alejó volando hasta golpearse la espalda contra un árbol.
— Abre las manos para que pueda entregarte la serpiente de fuego y así puedas iniciar con tu aventura llena de peligros y muerte.
— No quiero.
— Abre las manos POR FAVOR — ese “Por favor” lo dijo juntando los dientes con una paciencia que parecía estar decreciendo.
Giovanna juntó los brazos y negó con la cabeza. La ninfa se estaba empezando a enfadar.
Arton no pensaba rendirse fácilmente. Su cuerpo todavía temblaba por la descarga, jamás había sufrido tanto daño en su vida, ponerse de pie resultó ser más complicado de lo que parecía. Pero era un caballero y un caballero necesitaba su espada.
Arton corrió hacia donde se estaba haciendo la transacción mística, esta vez asegurándose de no tocar a Giovanna.
— Si ella no quiere cumplir con su misión yo si quiero — Arton se arrodilló y estiró las manos -. Se lo suplico, entrégueme la espada.
— Es exactamente lo que iba yo a decir — añadió Giovanna —. Si él quiere asumir toda esta responsabilidad entonces que él sea el elegido.
Nilon negó con la cabeza.
— ¡Tú eres la elegida! — La luz se hizo más brillante que se podría ver desde el cielo. Nilon señaló a Giovanna, su dedo estaba tan cerca de su nariz que levantó su puente haciéndola ver como un cerdito — No él. ¡Ahora abre las manos! — hace mucho tiempo que dejó de ser una petición.
Giovanna puso las manos en la espalda y volvió a negar con la cabeza. No iba a dejar que chispitas la intimidase. Nilon se frotó el puente de la nariz. Ya no podía soportar semejante nivel de insubordinación. Todo el cuerpo de la ninfa se volvió rojo sangre, muchas gotas de la misma mojaron el agua hirviente del pantano. Sus cabellos se convirtieron en unas serpientes viscosas de enormes colmillos y ojos verdes, cada una se movía a su propio ritmo. La ninfa creció hasta la generosa altura de tres metros haciendo que Giovanna y Arton luzcan como muñecas en su presencia.