La Élite

Primer Contacto

Año 151. 2° luna de Piaty.

Costas norteñas de Ilustración, Primer Continente.

1900 horas.

??? ???.

¿Qué estás haciendo?

El camino es largo, inestable y, aparentemente, inhabitado. La tierra es rojiza, producto de la continua exposición al sol, sin la existencia de construcción alguna que brinde sombra. Estoy harta de recorrer estos lares desolados con aquella voz en mi cabeza que no se calla. Me habla, me dice qué hacer. Es gruesa y profunda, siento que esa voz puede leer hasta lo más profundo de mí, hasta mi alma.

¿A dónde vas?

-Déjame en paz- le suplico. No sé quién es, no sé qué quiere.

Tampoco sé dónde estoy. Hace frío y he estado caminando sola en medio de la nada. Todo lo que me rodea es tierra seca, un triste cielo grisáceo y la ilusión creada por los rayos solares, esa en la que el horizonte se ve distorsionado por los altos grados a los que se ve sometido el suelo.

Yo puedo ayudarte. Sólo tienes que pedírmelo.

-Yo no necesito nada de ti.

Camino deprisa. El sol golpea la mitad derecha de mi rostro, ocultándose después de atormentarme otro largo día. Opto por abrazar mis propios brazos y frotar mis palmas en ellos. El frío comienza a apoderarse del ambiente, lanzando ráfagas de viento helado de tanto en tanto.

Debo hacer todo lo que me pidas, yo cumpliré todas tus peticiones.

-No.

Sigo mi camino con los labios partidos y la resequedad en mis manos. Mis piernas comienzan a perder fuerza, no responden eficazmente, tiemblan con el aire helado y tardan mucho en moverse, en seguir avanzando. Comienzo a temblar, mi mandíbula se mueve inconscientemente y mis dientes chocan entre ellos una y otra vez. El cansancio obliga a mis párpados a cerrarse, se vuelven más pesados cuando intento abrir los ojos de nuevo.

No sé cómo llegué aquí, hay lagunas mentales en gran parte de mis recuerdos.

-Mi nombre es Red- me digo, tratando de calmarme, mientras mis rodillas se derrumban al suelo y caigo de cara contra la tierra.- Tengo 14 años. Mi madre es… Mi madre.... Yo…

Me retuerzo en el suelo y adopto una posición fetal. El aire gélido me abraza y comienzo a perder la conciencia de mis brazos y de mis piernas; poco a poco, comienzo a perder la conciencia de mi propia existencia.

Yo puedo ayudarte, sólo tienes que pedirlo.

Cierro los ojos, exhalo una bocanada cansada y me preparo para dormir. Pero antes de caer rendida ante el cansancio, lo recuerdo: el calor del fuego, el abrigo de unos cariñosos brazos sobre mi cuerpo, sus labios sonrosados besando mi mejilla y su amable mirada sobre mí. “Tienes que irte, Red. En cuanto arregle todo, iré a buscarte. Hasta entonces, mantente con vida”.

Sé que no puedo morir, no debo, hice una promesa. Pero no recuerdo que prometí, no recuerdo a quién le dí mi palabra. Alguien importante. No sé quién es Red y no sé quién soy yo; sólo sé que mientras siga con vida, el mundo no se verá envuelto en las tinieblas.

-Ayúdame- murmuro en voz muy baja, casi inaudible, pero sé que esa cosa entiende lo que digo.- Caliéntame.

Un fuego reconfortante inunda mi cuerpo, desde los pies hasta la cabeza. Es un calor abrasador, es una llama que me envuelve, pero no me quema ni me lastima. Observo mis manos arder y como la tierra se enegrece debajo de mí. Mi sombra se alarga, moviéndose alrededor de mi cuerpo. Es un figura oscura que no respeta las leyes de la naturaleza, proyectándose incluso por el horizonte donde aún se asoma el sol. De pronto, abre dos círculos de luz en lo que se supone son mis ojos.

Así está mejor.

Su voz es profunda, la escucho retumbar en mi cabeza. Pero la sombra permanece estática mirándome, como si esperara que diera algo más. Siento un frío helado recorrer mi espalda a pesar de la manta de fuego que me rodea, y mi corazón palpita rápidamente ¿Qué demonios es eso?

-¿Q-quién… qué e-eres?

La sombra inclina la cabeza a un costado, como analizando mi pregunta. Es sólo una gigante mancha oscura en el suelo rojizo, una mancha deforme que parece alargarse y crecer, como si quisiera alcanzarme.

Sólo soy tu sombra, querida.

Estoy alucinando, sin duda. No he comido nada en mucho tiempo y he estado caminando bajo el sol desde la mañana. Sí, debe ser eso. Son simples alucinaciones. Me levanto otra vez, sintiendo como la sangre caliente recorre mis venas y llena de alivio mis entumecidos dedos. Continuo mi camino, mis pasos se vuelven más pesados con mi andar. Los colores del atardecer iluminan el cielo y un gélido viento golpea mi cuerpo, extinguiendo las llamas. El frío vuelve.

Entonces, en medio de toda esa confusión y los recuerdos casi extintos de mi vida, escucho ruido, movimiento. Algo se acerca a la distancia.

Ellos quieren lastimarte, Red.

-¿Ellos?- pregunto confundida, deteniendo mi andar.

Están buscándote. Sólo debes decir mi nombre y entonces te seré fiel hasta el último día de la existencia.

-¿Quién eres?- le cuestiono asustada, pero la sombra solo evade mis preguntas.

Debo protegerte.

-¿Protegerme de qué? ¿Qué está pasando?

No me responde, de pronto sólo regresa a ser la sombra de mi cuerpo. El horizonte, bañado de rojo y azul, se ve inundado poco a poco por una figura distorsionado y sin forma exacta que se vuelve más y más grande conforme se acerca. Me froto las manos para evadir el frío y los observo llegar hasta mi. Son unos cuantos seres que caminan erguidos sobre dos patas, a su lado flotan unos objetos de metal que llevan consigo un trozo de tela al final de un palo muy alargado. La tela tiene varios trazos curvos y rectos, colores y formas, pero no tengo la menor idea de qué significa eso. Los extraños seres se detienen a unos metros de mi, dejan el palo sobre la tierra y uno de ellos, un ser grande, robusto y con la cabeza rojiza, camina hasta situarse delante mío.




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