La Enfermera y su Enemigo Cirujano

CAPÍTULO 13: JODIDO DESTINO

CATALINA

Corro por los pasillos como una desquiciada, esquivando camillas y médicos que apenas me dedican una mirada. Llevo más de una hora de arriba para abajo desde que me presente con mi jefa. Siento la respiración arder en mis pulmones y el cabello escaparse de mi coleta, pegándose a mi frente por el sudor.

Margarita me ha mandado a hacer la ronda de tareas que no me corresponden. “De castigo, por llegar tarde”, dijo, como si no supiera que ya bastante tengo con sobrevivir a este día.

Aprieto los labios y acelero el paso, con las órdenes de ella martillándome en la cabeza. Y aparte, tengo menos de quince minutos antes de volver al piso donde me esperan con los análisis requeridos. Si fallo, Margarita se encargará de que me cuelguen en el patio del hospital para que todos me vean o al menos expondrá mi nombre en el tablero de malos e incumplidos empleados.

Doblo una esquina y empujo la puerta del laboratorio con más fuerza de la necesaria. El olor a desinfectante me golpea de inmediato, mezclado con el zumbido de las máquinas. Me acerco al mostrador y pido los análisis que debo llevar al doctor Green, con la voz entrecortada por la carrera.

—Aún no están listos, Cata —me dice Iván, el chico de bata blanca que siempre atiende aquí. Sonríe de esa forma suya, ladeando la cabeza. —Pero si quieres, mientras esperas, podemos ir a tomar un café o cuando salgas del turno.

Me muerdo el labio para contener un suspiro. No es la primera vez que me lo propone, y siempre encuentro una excusa: voy a salir con mi amiga, tengo guardia, estoy cansada. Iván es lindo, sí, tiene esa sonrisa fácil que muchas aprovecharían, pero no… no me interesa, tampoco me siento atraída. Menos ahora con todo lo que pasa por mi cabeza, y después de haberlo conocido a él…

No, no debería pensar en mi aventura de anoche, porque fue eso, solo dormimos juntos y ya.

—Lo siento, estoy con prisa —reconozco, intentando sonar amable, aunque mi tono suena más cortante de lo que planeaba.

Él insiste, apoyando los codos en el mostrador.

—Anda, un café no le hace daño a nadie. Prometo que no hablo tanto, es más, me gusta más escuchar.

Ruedo los ojos y cruzo los brazos, tratando de ignorar su intento de coquetería. ¿Acaso no entiende que no?

Por suerte, en ese momento una de las asistentes aparece con el sobre en la mano.

—Aquí tienes, Catalina. Apenas salió.

Lo tomo casi arrebatándoselo.

—Gracias —digo con un tono deprisa, y antes de que Iván abra la boca otra vez, salgo disparada del laboratorio como si llevara fuego en los talones.

Subo las escaleras de dos en dos, con el sobre firmemente apretado contra el pecho. No puedo darme el lujo de esperar el elevador; necesito llegar al piso de los consultorios cuanto antes. Al llegar arriba, me detengo un momento para recuperar el aliento.

Debería empezar a ir al gimnasio —pienso, casi con ironía—, porque correr sin estar en forma algún día va a terminar pasándome factura. Aunque, siendo sincera, apenas tengo tiempo para mi vida personal… mucho menos para añadir una hora de ejercicio a la rutina.

Mi corazón late tan fuerte que parece querer escaparse del pecho. Respiro hondo, aliso a toda prisa mi uniforme y avanzo hacia el consultorio del doctor Green.

Me planto frente a la puerta para tocar… pero apenas levanto la mano. La manija gira desde adentro y la puerta se abre.

Mi respiración se corta en ese instante.

No creo lo que mis ojos ven.

Otra vez él.

Liam.

Jodido destino.

Apenas levanta la mirada y nuestros ojos se encuentran. El tiempo parece detenerse. Siento cómo la sangre me abandona el rostro y me quedo rígida, incapaz de moverme.

Él también se sorprende al verme, seguro piensa lo mismo que yo: “¿otra vez tú?”, pero se recompone rápido. Su expresión de asombro se transforma poco a poco hasta que sus facciones se endurecen; sus labios se tensan en una línea recta que deja en claro su molestia.

Seguro es por haber huido de él en las escaleras… y debe pensar que volveré a hacerlo.

Claro que no tengo intención de quedarme a hablar sobre lo nuestro, o mejor dicho, sobre lo que pasó. Pero, en lugar de apartarme para dejarlo pasar, mis piernas no responden. Sigo allí, clavada en el mismo lugar, mirando esos ojos azules que ahora arden de furia.

Mi mente es un nido revuelto de pensamientos; mis manos tiemblan alrededor del sobre que aprieto con fuerza. ¿Qué hago? ¿Giro y corro otra vez? ¿O continúo como si nada, lo ignoro y cumplo con mi tarea?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.