Ana Estefany Rodríguez Gómez, periodista de 27 años de edad, delgada, de tez clara y piel tan sueve como la esponja. Su piel era tan cuidada como su cabello largo crespo oscuro y algo duro, cuando se peina. Si rostro hermoso, no había nada malo en ello, no había heridas, ¡Bueno!, excepto una, que estaba muy cerca a su ceja derecha. Apenas podía notarse. Se lo había hecho durante la secundaria, cuando jugaba béisbol en las clases de deportes. El pitó se escucho y ella soltó el bate para correr. Sus ojos solo miraban hacia arriba, hacia la diminuta pelota, el público conformado por estudiantes en su mayoría, algunos supervisores y algunos docentes, se levantaban emocionados. Sería un gran Home Run y ella continúa corriendo hasta tropezar con la última base, el esférico llega hacia las gradas. Un estudiante de primer año la atrapa y celebra, Estefany cae de rodillas y antes de golpearse ella mete la mano hacia el suelo. Rebota y una diminuta piedra que toca con sus dedos resalta hacia su cara, rompiendo la piel de su ceja. Una parte de ella. Era una marca que se mantendrá toda su vida.
La enfermera le atiende y coce un poco.
-- Sólo fueron cuatro puntos.-- le escucha mientras no puede mirar más que una banda oscura. -- Y la heridas lanzó mucha sangre.
Su equipo, "Las Biónicas", celebraban el partido. Estaban a seis por lograr la final. Parpadea, mirando hacia arriba. Puede ver la esfera de agua cristalino que expulsa su ojo para defenderse. Ahora sí mira con más claridad. La señorita Wilkes, que es una buena enfermera que lleva cuatro años de experiencia en la atención escolar., y le gustaba trabajar en este lugar que en una clínica normal, como donde laboró en la ciudad de Colón, hace seis año, apenas terminaba la licenciatura. ¡En realidad no había mejor lugar que éste!
-- Ya está todo bien, pequeña jovencita -- expresa con amabilidad, mientra vota las vendas y gazas pequeñas.
Anna sonríe. No siente dolor alguno. ¡Es fuerte! ¡Es valiente! Y se va despacio. Ella puede ser una buena corredora, como lo califica la libreta oficial de evaluación de su profesor Oscar Miranda, pero ella no es de correr en un momento normal. Es de caminar despacio. A los minutos, durante el recreo, César se acerca a ella.
-- He visto tu partido. --- entregándole la mitad del dulce de majar.
-- ¡Gracias! -- bebiendo el jugo de envase de cartón. Y brindándole un poco, que el no niega. Ella nuevamente tiene el jugo en su mano.
-- No quiero ser la titular para los dos últimos partidos. -- su voz es un aliento bajo.
-- ¿Porque Fany? --
Ella sonríe esporádicamente al escuchar el diminutivo que le dicen sus mejores amigos y su madre. Expira y levanta instantaneamente sus hombros. -- ¡Mi padre esta de vacaciones estas fechas, pero llegado los dos últimos partidos, el ya se debe ir.
Siguen caminando hasta el parque ella está cabizbaja y se acomodan en una banca larga. El sabe que ella quiere llorar y el la recuesta en su hombro. La mano de ella reposa en el pecho de él y aunque desea hacerlo, no llora. El acaricia su cabello para hacerla sentir mejor. Le habla de su cabello, de lo bonito que es y de su aroma. Ella sonríe, aunque en el pecho lleva la tristeza.
Arles Arbois es un hombre elegante y de compostura, camina desde el auto hacia la oficina junto a la señorita Johnson. Su nueva asistente, de cabello recogido y compostura más que elegante. Para él es la mejor candidata que ha elegido hace unos meses. Es la mejor asistente en toda su carrera empresarial. Le abre la puerta de vidrios, para que ella pase primero. El seguridad le saluda primero a él y luego a la señorita Johnson.
-- Es común hablarle a una dama por respecto como señorita -- delicada Arles, en el pasillo, mientras esperan el elevador.
-- Después de los 18 ya las mujeres en su gran mayoría no son señoritas señor Arbois.
-- No tengo nada en contra de eso. Los hombres somos expertos en destruir nuestra inocencia en cualquier edad, ¡sin embargo...! -- apretando el botón para que el elevador que acaba de llegar les permita entrar. --...La sociedad nos ha visto como imbéciles, para decir que el hombre no es importante para defender su postura por mantenerse pulcro hasta el momento en que ya se case.
-- Los hombre pulcro no existen señor Arbois -- dice con cierta sonrisa. Mirándolo a los ojos. -- Un hombre pulcro, por más educado que sea, tiene una virilidad muy compleja. Desde que son pequeños sus ojos son el sentido más delicado. Llega a su mente y empiezan a intentar preguntarse muchas cosas y algunos responden con acciones y no con pensamientos. Siete de cada diez hombres han tocado algunas de las partes de una mujer en su vida, sin el consentimiento de ellas. Sólo por el capricho de saber cómo se siente y no por el deseo de estar con ella. Sin embargo para la. Mujer afectada y la sociedad es un acoso. Si giramos la perspectiva las mujeres en algún instante lo han hecho.
-- ¿Hecho que? señoríta. -- algo nervioso, pero muy prudente.
-- Han tocado a un hombre, sin su consentimiento, el resultado es distinto. El hombre no piensa, sólo se siente algo confundido. El grado de confusión para cada uno puede variar y la sangre se le sube a la. Cabeza, por lo que no pueden pensar mucho. Sus pensamientos se bloquean y la miekr se ríe. Ella sabe que el no actuará, sino existe suficiente valor en el. Por lo que no tocarán a cualquier varon a su alrededor sino al que menos espera ser tocado.
--!Se me hace muy fácil comprenderlo! -- mientras llegan a la oficina y ella se adelanta para salir primero, tira los folderes a la mesa y se sienta en el escritorio. El se acomoda su corbora y abre las persianas con vista a la bahía. No deja de ver la bahía, con sus manos en la espalda.
-- Por todo eso los hombres no acusan a una mujer de acoso. No lo hay, porque ellos no lo sienten de manera individual. Están dispuesto a la voluntad de la mujer si ella tiene la iniciativa. En caso de que ella no le guste, pueden intentar negarse. Pero no siempre o más bien, sería muy raro que una mujer atrevida en tocarlo sólo por saber que tal es su cuerpo, va a buscar algo con el, solo busca saber cual es su reacción.