La Esencia del Amor

Capítulo 1: Alejandro y Emilia

En la gran ciudad que nunca duerme, cuyas luces parpadeantes y neones intermitentes iluminaban las aceras mojadas por una lluvia reciente, Alejandro se movía como una sombra entre la multitud. Su vida era un reflejo del concreto que pisaba: firme, monótona y predecible. Trabajaba como contador en una firma respetada, y aunque su carrera era exitosa, su vida personal estaba teñida de soledad y rutina. Sus días eran series de números que siempre sumaban, pero nunca añadían significado.

Aquella noche, como cualquier otra, Alejandro salió tarde de la oficina. Las calles, revestidas de la energía del inicio del fin de semana, bullían con la gente disfrutando de la libertad temporal. El murmullo de conversaciones alegres, la música escapando de bares cercanos, todo formaba un tapiz vivo que él observaba desde la distancia, nunca participando realmente.

Mientras caminaba, su mente estaba inundada de cifras y balances hasta que una risa cristalina, casi musical, capturó su atención y lo sacó abruptamente de sus pensamientos. Emilia estaba parada frente a una pequeña librería, cuya fachada estaba cubierta de enredaderas y pequeñas luces titilantes. Con un libro entre sus manos, su risa se alzaba sobre el bullicio de la ciudad como una melodía singular. Vestía de manera bohemia, con un vestido de colores vivos que ondeaba ligeramente con la brisa, en contraste dramático con la sobriedad del traje oscuro de Alejandro.

Cuando sus miradas se cruzaron, el mundo alrededor pareció desvanecerse momentáneamente. Alejandro se sintió inesperadamente atraído por esa mujer que irradiaba luz y alegría. Emilia, al notar su interés, le dedicó una sonrisa abierta y un gesto para que se acercara.

—¿Te gusta la poesía? —preguntó Emilia, mostrándole el libro cuya portada era tan colorida como su vestido.

—No suelo leerla, pero… ¿me recomendarías algo? —respondió Alejandro, aceptando la invitación tácita a una conversación que deseaba que durase.

Emilia le habló entonces de poetas que pintaban con palabras, de versos que capturaban el alma y de cómo la poesía podía hacer sentir menos solo al corazón. “Como este, por ejemplo,” dijo ella, recitando de memoria unos versos que hablaban de encontrar belleza en lo cotidiano. Alejandro escuchaba, fascinado no solo por la pasión con la que Emilia describía cada obra, sino también por la idea de que la vida podría contener una belleza que él nunca había considerado.

Decidieron tomar un café en un lugar cercano, que parecía un refugio de artistas con paredes adornadas con arte abstracto y suaves luces colgantes. Mientras caminaban, Alejandro se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía genuinamente interesado en conocer a alguien. Emilia, con su espíritu aventurero y su amor por las pequeñas cosas de la vida, le mostraba un mundo nuevo y emocionante.

La noche avanzó, y con cada palabra, cada risa compartida, el vínculo entre ellos crecía. Era un encuentro inesperado, un cruce de caminos entre dos almas que, sin saberlo, estaban destinadas a cambiar la vida del otro para siempre. Mientras la noche se despedía con un susurro de la brisa nocturna, Alejandro se encontró deseando que no terminara, un sentimiento que hacía mucho tiempo no experimentaba.




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