Maira corría de manera apresurada, hacia un par de calles que habían pasado a la zona alta de Sion, la capital del reino.
En la noche, solo se distinguían las luces de algunas tabernas. Los últimos súbditos estaban acabando de celebrar el nacimiento de Orión, el heredero. Entre estas tabernas, buscaba a Erik, su amigo de la infancia y actual general de la guardia real.
Un par de soldados la habían divisado al entrar en la zona, y ya habían mandado recado a su superior de que la joven morena estaba en la zona. El joven general se encontraba ya en la calle donde siempre se citaba con su compañera, al lado de un pequeño bar poco transcurrido entre semana.
A lo lejos, el hombre divisó a Maira. Corría hacia él desesperada, mirando hacia atrás. Como si temiera que alguien la alcanzaran. Se lanzó a sus brazos, como hacía desde que eran niños, cuando necesitaba protección.
Erik no entendía que pasaba hasta que la tuvo apretada contra él. La joven estaba pálida, con ojeras adornando sus preciosos ojos azules. Con solo verla, se sabía que no había descansado bien en al menos unas semanas.
Maira estaba embarazada. Y el primer pensamiento de Erik era cuestionarse porque no le había dicho nada en esos meses.
Al volverla a divisar, llorando entre sus brazos, empezó a notar como el agarre se aflojaba, y la joven se empezaba a desplomar en el suelo.
Entre gritos, pidiendo por un médico, Erik la introdujo en el local.
Tras dejarla en la primera mesa larga que encontró, lo primero que notó fue la sangre de sus manos.
Unos hombres lo arrastraron hacia atrás, mientras que pequeñas lágrimas se desplazaban por su mejilla, y un hombre desconocido se acercaba a Maira con un maletín.
No sabía cuento había pasado, pero se sintió ausente hasta que el doctor se paró frente a él.
- Es una niña señor.
Cuando se apartó, en la mesa, descansaba la que una vez fue el amor de su vida. Llena de sangre, con el vestido desgarrado y la mirada ausente en algún punto del techo. A su lado, envuelta en una pequeña manta, la que sería su pequeño tesoro.