La espada blanca

Capítulo 3. Herodes

Los martes a la mañana siempre era un día movido en las calles de la capital. Usualmente, en las plazas, los comerciantes alzaban sus puestos para vender al pueblo objetos traídos desde todos los puntos del reino. También, muchos trabajadores aprovechaban para comprar alimentos o medicinas de otros países.

Desde niño, Herodes amaba pasearse entre el ajetreo de la plaza Calisa, nombrada en honor a la reina. Estaba cerca de su casa, una de las zonas medias de la ciudad. El hombre no se definiría como rico, y tampoco como pobre. Tenían para comer y vivir bien y, de vez en cuando, comprar algún capricho.

Esa mañana no iba de manera recreativa al mercado, buscaba al señor Pyos. Un comerciante de remedios y medicinas. Sara, su hermana pequeña, había enfermado un par de días antes y parecía que no iba a frenar.

La niña no tenía mas de ocho años, y según las malas lenguas, no iba a sobrevivir al invierno que estaba por llegar. Era enfermiza desde siempre. Algunos de sus vecinos, como doña Elisha, una señora gorda y de aspecto repugnante que debía tener sesenta años, que amaba meterse en la vida de sus vecinos; susurraban a sus espaldar “que la pobre niña había nacido muerta”. Al principio Herodes llego a molestarse, después, con los años, supo que lo que ansiaba esa vieja entrometida era la belleza de su hermana pequeña.

Sara, a diferencia de las niñas de su edad, no podía ir a la escuela, por lo que él y alguno de sus amigos, le habían enseñado todo lo que saben. Desde siempre, la niña no podía soportar las multitudes en espacios cerrados y poseía una cantidad incontable de alergias y problemas respiratorios. Herodes había asumido el papel de padre y de hermano mayor. Y siempre que podía, le compraba algún libro a la muchacha.

Desde que tenía doce años, y llegó al mundo Sara, había empezado a trabajar en las minas de la ciudad. Era un trabajo duro y bastante mal pagado, pero se dio cuenta a los dos años de empezar y, con apoyo de su madre, lo dejo. Desde esa, siempre estaba en trabajos temporales: a veces ayudaba a descargar los barcos, otras ayudaba a algunos nobles a cargar pesos o a acomodar sus viviendas. También había sido aprendiz de herrero y pescador. Todos los que lo habían ayudado era porque conocían a su padre: Casio. Era un guerrero memorable. De familia noble desde su nacimiento, entro al ejercito del reino para ayudar a pagar las deudas de su padre en el juego. Fue ascendiendo rápidamente, y diez años después, estaba casi en lo alto de la cadena de mando.

Con los años, su padre paso a ser guardia real y, de vez en cuando, entrenaba a los novatos. Pero cuando Herodes tenía casi doce años, su padre murió en combate.

Todos en el reino sabía de las rebeliones de algunos de los habitantes del pueblo. Ansiaban derrocar a la corona e imponer las antiguas leyes.

Si bien el moreno no apoyaba a los rebeldes, le daba igual, siempre y cuando no molestaran a el y a su familia.

En la zona sur de la plaza Calisa, se encontraba el señor Pyos. Con su puesto casi destartalado por culpa de los años. Era sencillo. El comerciante no se esforzaba mucho. Una mesa, un techo y unos toldos a los laterales de color anaranjado. Era de fácil montaje y desmontaje. No llevaba más de media hora alzarlo. Lo sabía, porque muchas veces lo había montado el mismo, como favor al anciano y a las medicinas para su hermana.

El señor Pyos llevaba un par de semanas sin aparecer por el mercadillo, lo mas seguro, es que había viajado para poder reponer su suministro. Herodes lo habría definido como un anciano. La piel estaba tostada por el sol, llena de pequeñas manchas, que se notaban sobretodo en las manos y la cara. Ambas partes estaban arrugadas y las manos, callosas, anunciaban el trabajo que ese hombre hacía: cultivando sus propias hierbas, machacándolas y viajando. El señor Pyos siempre viajaba; tenía un par de caballos que tiraban de un viejo carromato. De niños, Herodes habría ansiado acompañarlo en todos sus viajes, como el comerciante le había ofrecido, para poder ver el mundo desconocido. Pero siempre supo que su familia dependería de él.

Oto Pyos llevaba su vieja bata anaranjada, que se cruzaba en uno de sus hombros y de baja ver su camisa blanca. En el lado derecho del pecho, una insignia con forma de serpiente enrollada en un palo, lo que lo identificaba como conocedor del arte de la curación.

- Buenos días, señor Pyos- Herodes se acercó al puesto del hombre- Espero que aun tenga las medicinas de Sara

- No se preocupe, joven Herodes, ¿su hermana aún tiene los mismos síntomas?- el joven asintió con la cabeza y el mercader se puso a rebuscar entre sus pertenencias- Este frasco contiene el remedio, pero solo le debes dar una gota si ves que se acentúa por momentos. ¿Entendido?

 

-----

En la casa de la familia. Una pequeña construcción que su padre había conseguido adquirir antes de morir, se encontraba su madre y su hermana pequeña. Tenía más hermanos, pero todos se habían desprendido de la familia y de su hermana pequeña.

Sia, la siguiente en la cola, rondaba los veinte años. Desde que había aprendido a andar, se había mudado con una amiga de la familia al palacio, para ser aprendiz de cocinera.

La veían poco. Sara apenas la recordaba. Se pasaba una vez al año y, a veces, no aparecía.

Justo esa semana, había mandado recado a palacio para que su hermana se reuniera con él.

Los alrededores del complejo dejaban mucho que desear, en su opinión. Consistía única y exclusivamente en un muro de gran altura que impedía que los habitantes del pueblo pudieran ver dentro.

La puerta principal, de tales dimensiones que todos aquellos que la veían, alababan a los dioses por construirla. En el mercado, Herodes había escuchado hablar a mercaderes extranjeros acerca de la “gran puerta dorada” de Arión. Símbolo de todas las riquezas y uno de los mayores logros de los humanos. Los reinos vecinos, cuando entraban, solían maravillarse ante la construcción.



#1954 en Ciencia ficción
#9847 en Fantasía
#2168 en Magia

En el texto hay: romance, guerra, seresmagicos

Editado: 12.09.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.