La esposa de mi prometido

La triste realidad

Una semana después, cerca de las 8:00 pm, un uniformado y una señora trajeada tocaron a la puerta en el anexo de la pastelería. Al abrirla, Adrián los miró consternado.

—Buenas noches, ¿usted es el señor Adrián Gutiérrez?

—Sí, yo soy.

—Soy la Licenciada Joselyn Freites, vengo a hablar con usted sobre Natalia García.

—No entiendo Licenciada, ¿puedo saber de qué se trata?

—Tiene una denuncia por abuso de la menor Natalia García.

—Eso no es posible, yo nunca he tocado a mi hija, ¿quién fue capaz de levantar semejante calumnia sobre mí?

—Señor Gutiérrez, permítame hablar con la niña, por favor.

—Está bien, pase adelante.

Adrián llamó a la niña, y la licenciada se sentó a hablar con ella, mientras el uniformado acompañaba a Adrián a salir del anexo. Un tiempo después, Natalia salía acompañada de Joselyn, se había cambiado el pijama por ropa de salir.

—¿Adónde se lleva a mi hija Licenciada?

—Debo hacerle algunos exámenes para verificar lo que la niña me ha dicho, nada fuera de lo habitual.

—Me pongo algo encima y la acompaño.

—Lo siento señor Gutiérrez, el oficial aquí lo llevará a la estación para levantarle cargos.

—¡Qué! ¡¿Por qué?! Ya le dije que nunca he tocado a mi hija de esa forma.

—¡Papá! No dejes que me lleven.

El oficial agarró a Adrián por la espalda, mientras que Joselyn se montaba en un auto, junto a Natalia. Adrián gritaba llorando por su hija, y el oficial lo arrastró hasta la patrulla para llevarlo a la estación de policía.

Al día siguiente, Adrián estaba frente al juez, y entre los espectadores pudo ver a María Inés, con sus ojos llenos de rabia y satisfacción, la expresión de venganza en su cara se podía ver a larga distancia. Él la miró sorprendido, no era posible que ella hubiese sido capaz de acusarlo de semejante aberración. El juez inició la sesión y leyó los cargos contra Adrián, y luego llamaron a la primera testigo del caso, la menor Natalia García. Al ver a su padre, quiso acercarse a él, y se lo impidieron, ambos lloraban mientras se veían a los ojos, y luego le señalaron donde debía sentarse.

—Hola pequeña –dijo el Juez–, ¿Cuál es tu nombre?

—Mi nombre es Natalia García, ¿puedo acercarme a mi padre? Por favor.

—En un momento Natalia. Ahora dime, desde cuando conoces al señor Adrián.

Natalia comenzó a relatar desde el día que lo conoció, a sus siete años, hasta el presente. Las preguntas del Juez estaban dirigidas para determinar si la niña había o no sido abusada por Adrián.

—¿Te gustaría pararte junto a tu padre?

—Sí señor Juez, me gustaría.

—Ve con él.

Natalia saltó de la silla y rápidamente fue a abrazar a su padre. El juez observaba el comportamiento de Adrián y Natalia como parte de la evaluación de cargos. Llamaron al segundo testigo, Doña Encarnación. Al entrar, amenazó a Adrián de violador, y quiso acercarse a él para golpearlo, y el oficial de la corte se lo impidió. Al igual que a Natalia, le indicaron en donde sentarse.

—Me puede decir su nombre.

—Mi nombre es Encarnación Pérez, soy la abuela de la niña, ¡Hoy mismo te regresas conmigo a España!

—¡No! ¡Papá no permitas que me lleve! –decía Natalia mientras lloraba y abrazaba con fuerza a Adrián.

El juez miraba de reojo a Adrián y Natalia, y le dijo a Encarnación.

—¿Qué tiene que decirnos?

Doña Encarnación relató todo lo que había sucedido desde que había fallecido su hija hasta el día que desapareció Natalia.

—¡Ese desgraciado falsificó mi firma y se casó con mi nieta! –gritó señalando a Adrián.

—Estoy al tanto de eso –dijo el Juez.

Adrián vio con odio y pesar a María Inés, que mantenía su misma expresión de rabia y satisfacción.

—¡Yo se lo pedí, fue mi idea! –gritó Natalia.

—¿Por qué lo hiciste Natalia? –preguntó el Juez.

—El esposo de mi abuela botó a mi padre de la casa, y luego, luego, –comenzó a llorar–, ese hombre me encerraba en mi habitación todo el día, y no me daba de comer.

—Te estaba educando –dijo Doña Encarnación.

—¡Mi padre jamás me trató así! Mi padre te lo reclamó y que hiciste tú, impedirle que me volviera a ver, y ese hombre seguía encerrándome todos los días, y tú permitías que yo pasara hambre, no me dabas de comer en todo el día.

—Tu abuelo Perfecto lo hacía por tu bien, siempre has sido una niña malcriada, por eso vine a buscarte.



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En el texto hay: engano, boda, compromiso

Editado: 01.03.2019

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