La eternidad en un mar de estrellas.

Cap. 12: El color de las luciérnagas.

Déjame te explico qué mierda pasó. Camila te vio a caer y a mí corriendo para salvarte, así que deseó con todas sus fuerzas que yo lograra cacharte, su deseo de que cayeras en mis brazos fue tan fuerte, que utilizó sin querer el poder que yacía en su interior e hizo que tú fueras atraída hacia mí y no hacia el suelo, aunque bueno, chocaste conmigo y luego ambos caímos al suelo, a ambos nos salieron varios moretones, pero preferí eso mil veces a que te hubieras roto un hueso al caer en el suelo.

—Entonces, en sí, ¿cuál es el poder de Camila? —te preguntarás.

Ella puede manipular la gravedad, ya sabes, la atracción de los objetos hacia el centro de la Tierra, pero aguanta, no era como que Camila pudiera hacer que algo como que la pluma de un pájaro, que tiene poca gravedad, aumentara su gravedad y se hiciera tan pesada como una piedra, o viceversa. Lo que Camila era capaz de hacer, era cambiar de dirección la gravedad. Es decir, por la ley de gravedad, una manzana que cae de un árbol sería atraída al suelo, lo decimos Newton, yo y todo el mundo, pero Camila puede hacer que aquella manzana no sea atraída al centro de la Tierra y en su lugar sea atraída hacia la cara de Yanis, así que cuando esa manzana caiga, no caerá al suelo, sino que golpeará a Yanis.

Del mismo modo, tú no caíste al suelo, sino en mí.

Luego del incidente… ay, perdón, sé que soy un idiota, pero me enojé contigo y te grité por haberme hecho preocupar, ah~… me sentí tan mal cuando comenzaste a llorar y me explicaste el motivo de tus acciones, nunca me había sentido más culpable en mi vida, me odié completamente por ser tan cretino y entristecerte.

—Y-yo… prometo ser buena —balbuceaste mientras tratabas de detener tu llanto—, ya no voy a pedirte que me lleves contigo, y ya no te ocultaré nada, te diré lo que pasó antes de que yo llegara del cielo… ¡pero por favor no me odies!

Se me encogió el corazón cuando te vi llorar de nuevo tan desconsoladamente y de inmediato te abracé—. ¡Jamás te voy a odiar! ¡Lo siento, no debí gritarte! También lamento haberte hecho sentir mal, prometo llevarte conmigo de ahora en adelante, y no tienes por qué contarme de algo que no quieres hablar.

—¡Te lo contaré!

—… Entonces —, me separé de ti para verte a los ojos—… ¿qué fue lo que pasó?

—Yo… estaba huyendo de —, cerraste los ojos con fuerza y recordaste el miedo que te orilló a despertar tu poder, entonces tus lágrimas volvieron a brotar—… ¡Ah! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Lo siento!

Volví a abrazarte, esta vez más fuerte—. ¡Detente! ¡No sigas! Está bien, está bien, estoy aquí, no importa que no hables de eso, no tienes por qué recordarlo, no sé de qué estabas huyendo, pero yo estoy aquí, te protegeré.

Aferraste tus manos a mi espalda—… ¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Juro que cuando te dije esas palabras, las dije de corazón. Eras tan pequeña en ese entonces, temblabas de miedo por algo que yo desconocía, desbordabas inseguridad e hiciste de mí el único al que pudiste depositar tu confianza, me convertiste en una persona necesitada a un nivel completamente diferente de lo que antes había sentido que era, y eso me hizo sentir vivaz, lo mínimo que podía hacer por ti, era regalarte palabras que hicieran que relajaras tus pequeños hombros, palabras que estaba dispuesto a hacer realidad.

Una noche de mediados de verano, sentí las manos emocionadas de mamá Sandra moviéndome de un lado a otro para tratar de que abriera mis ojos, me levanté junto con César mientras nos tallábamos los ojos, para luego ser empujados por nuestra mamá hacia afuera.

—¡Son luciérnagas! —gritó entusiasmada como una pequeña niña.

De inmediato César y yo apartamos nuestras manos de la cara y miramos hacia enfrente en donde apuntaba nuestra mamá con el dedo. Era hermoso, cientos de destellos amarillos parpadeaban por todas partes, algunos más cerca que otros, y cuando nuestros pies se vieron atraídos hacia aquellas lucecitas, los tres nos vimos completamente rodeados de ellas. Era casi la 1:00 de la mañana, pero dos chicos de 14 y 16 años, y una señora de 32, se hallaban felizmente atrapando luciérnagas para luego librarlas todas de un jalón.

Nunca me había puesto a pensar en algo así como cuál era mi animal favorito, o mi color favorito, pero esa noche recordé el día en que me entregaste los guantes amarillos y dijiste que eran de ese color porque era el color de las luciérnagas. Sabía de la belleza de esos pequeños insectos por libros que llegué a leer de niño, pero era la primera vez que las veía con mis propios ojos, fue entonces que de verdad comprendí lo bonitas que eran las luciérnagas, y a partir de entonces, las luciérnagas y el color amarillo se volvieron mis favoritos.

Cuando llegó la mañana, César y yo nos hallamos bostezando mientras descargábamos cajas de los camiones a los puestos del mercado, pero luego de que nos cuestionaran los bostezos y comenzamos a recitar la experiencia vivida la anterior noche, nos emocionamos tanto que el sueño se ahuyentó casi por completo. Aquello llegó a los oídos del supervisor, y luego de terminar el trabajo, nos hizo una invitación para ir a cenar a su casa, obvio mamá Sandra estaba incluida, e ir después a buscar luciérnagas con todos.

Ya en la tarde, cuando llegamos a la casa del supervisor, de inmediato corrí hacia a ti y comencé a hablarte sobre las luciérnagas, te lo conté con tanta emoción que te la contagié, y verte tan impaciente porque llegara la noche y poder verlas también, me emocionó más, y entonces tú me viste más emocionado y tú también lo hiciste, y verte así me emocionó aún más… fue un ciclo de emoción ascendente sin fin. Después de cenar, César, Camila, tú y yo salimos al patio en lo que esperábamos que los más grandes terminaran de lavar los platos.



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En el texto hay: muertes, viajes en el tiempo, super poderes

Editado: 29.10.2023

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