Luz y Sebastián arribaron a la casa al día siguiente, iban platicando mucho de una celebración que pensaban hacerle a Valeria.
- Ves hija –decía Sebastián– el hijo de la vecina dejó el portón así, anteayer venía borracho en su carcachita y pegó ahí.
- No te preocupes papá, mañana vendrán arreglarlo.
Entraron a la vivienda, a los aposentos donde Valeria se encontraba en la cama matrimonial con su rostro reflejando satisfacción.
- Mamá, ya vinimos –habla Luz sin obtener respuesta– mamá, mamá, mamá despierta.
Pero ella no abre los ojos, Luz se asusta y se acerca a revisarla mejor, en tanto su padre la ve perplejo.
- ¿Qué pasa? –pregunta conmocionado Sebastián.
- No respira – los ojos de la mujer se inundan de lágrimas, pero una sonrisa se dibuja en su rostro, pues esa mujer que está ahí ya sin vida hizo su mejor trabajo y está agradecida con ella. Además, la expresión cálida que aún conserva en el rostro es la mejor prueba de la tranquilidad que había en ella– ya está descansando.
En toda la vela Sebastián no dejó de estar cerca del ataúd llorando en silencio, todos lloraban a Valeria, sin embargo, era una sensación de vació de que ya no podrían ver más a esa persona, pero sabían que todos tenemos un tiempo. Cuando el entierro terminó, Sebastián se quedó cerca a la tumba, observando ido el suelo.
- Es incierto lo que hay más allá, sin embargo, muy pronto mi cuerpo estará cerca de este lugar, así que espérame.
Luz cerca de la camioneta observa a su padre aun parado cerca de la tumba por lo que se acerca a él poniéndole una mano en el hombre.
- Vamos a casa papá –dijo– ahora te quedarás conmigo en casa, ¿de acuerdo? –con una sonrisa, Lucas los esperaba aborde de la camioneta.
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Editado: 16.02.2021