Las ninfas son criaturas que pueden vivir miles de años. Su apariencia nunca sufre cambios, se mantiene siempre con la edad infantil entre nueve y catorce años humanos. Éstas suelen tener cabello rubio o castaño y la piel clara, al costado de su cabeza sobresalen dos orejas élficas. Viven de los sentimientos de otras criaturas y pueden controlarlos, también robar la energía amorosa presente en todos los seres: Pueden robar toda hasta dejar el cuerpo totalmente vacío del sentido del amor, creando cierto grado de psicopatía. Pocas veces hacen esto.
La energía amorosa que absorben se encuentra en la cabeza de las ninfas en forma de coronilla rosa. Basta con que se sienta ternura o se perciba belleza en la ninfa para que ésta obtenga una porción. Producen también un líquido curativo a través de la coronilla llamada ninfadora.
Sabiendo ya qué es una ninfa, los ojos lectores ya son aptos para este relato: La expulsión de Chapsé.
Como todas las ninfas, Chapsé vivía de nómade, jugando entre árboles y el césped de Yidisha, corriendo y viviendo de la energía amorosa de los animales y seres vivos que la avistaban. Ellas no pueden enamorarse de seres como Valayas, pues éstos no poseen energía amorosa, tienen un camino espiritual que recorrer y lo que buscan es perfección, no amor, amigos o familia. En cambio, las ninfas pueden enamorarse de humanos, creadores, oscuradores, y hasta grises. (Los grises son seres totalmente neutros que tienen un alma 50% oscura y 50% lumínica.)
Fue hace tiempo que Karmándalo buscaba una fémina para su antigua creación y amigo, Petricov, quien necesitaba acompañamiento en su jardín y él se negaba a acompañarlo porque le parecía aburrido estudiar cosas que él mismo había creado. Petricov se había exiliado en un jardín donde se dedicaría al estudio del universo. Entonces fue que Karmán buscó la más inefable de las bellezas en los bosques para regalarle la sabiduría de Petricov.
Era Chapsé la ataraxia divina que encantó a Karmán con la armonía de sus movimientos. Se dirigió a la susodicha inocente y tendió su mano recubierta de una lana granate cuidadosamente haciendo surgir el hilo de la compasión. Le comunicó el motivo de su aparición, posteriormente Chapsé aceptó ser la acompañante de Petricov.
Era un ser especial, lleno de lindos sentimientos, un delicioso y adictivo manjar para las ninfas. Al pasar del tiempo más se amaban y conocían la verdadera comunión espiritual. Vivían entonces en aquel jardín dedicado al estudio, iluminado hermosamente y quizás falsamente por una luz irradiada por las mismas nubes.
¿De qué sirve tener semejantes labios hipnóticos y zafiros por ojos, si de espíritu no se es nada? Esperaba Petricov muestras de cariño más allá de la carne, algo espiritual ¡Que iluso! La ninfa se nutrió de sus sentimientos rosas sin darse cuenta de que casi lo dejaba vacío, tan adictivos eran los puros y rosas sentimientos del pobre.
Y entonces simples bocanadas de aire recibía a cambio. No se daba cuenta la ninfa de su adicción. ¡Pobre ser hermoso! Quizás cegada por su individualismo no supo agradecer las delicias sentimentales. Fue ahí cuando le pidió a su amada que fuera justa y que dejara de hacerle daño. Nunca se puso agresivo, pero debemos entender que suelen dar más duro las palabras lentas y calmadas, pues no son fruto de la implacable locura de nombre ira, sino que son pura y eficiente verdad cetrina.
Se marchó entonces Chapsé de la noche a la mañana. Pasó cuando descansaba en letargo su cuerpo de niña y fluía su alma duradera de más de mil años, que Karmán quiso enseñarle lo que había hecho:
Sostenía una copa de tinto con mano y miraba de pies a cabeza en su sueño vívido. Karmándalo la desterró de Yidisha al mundo humano, donde experimentaría el deseo de la gente y viviría gracias a la energía amorosa de personas que se apiadaran de una pobre "niña" que vagaba en busca de amor verdadero.
Fue así como una noche en algún bosque de España apareció una niña que con el pasar del tiempo se llamaría Siria Anillas.
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Editado: 31.12.2018