La extraña muerte de Levi Richards

Capítulo 4. Helena Zwai.

Levi Richards se acercó con bizarría hasta el lugar donde Helena jugaba en las asperezas de un día sin sol. Helena, caracterizada como una chica dulce en sus diecinueve se mecía con suavidad, agitando sus faldas al ritmo de un viento que cesaba a momentos para compartir ideas con aquella. No era sencillo advertir las cavilaciones que impelían a Levi, siquiera con la expresión de su rostro, o el nerviosismo entrevisto en sus manos.
Helena accedió con delicadeza la aquiescencia de Levi a adoquinar su día con dulces interpretaciones de maestros de música en el piano y otros instrumentos menos ortodoxos como el violín o el celo. Las maniatadas impresiones de Levi en retrospectiva con respecto a la música no estribaban en talento alguno, no obstante, aquella tarde las interpretaciones rezumadas en la fiereza de sus notas se alineaban a talentosos maestros con años de experiencia. 
No solo con ella: Selma, Serena Lee, Lena Rea, Beatriz Rose y números superiores fueron encantadas por Levi con conversaciones chispeantes, demostraciones artísticas de gran calidad, detalles puntuales donde se adivinaba lo aciago que resultaba para las chicas que este adivinase con tanta precisión sus costumbres y deseos. Bastaban pocas palabras para enganchar el anzuelo con ellas y llevarlas al anfiteatro.
Las declaraciones que haría Helena acerca de Levi se toman textualmente, junto con las preguntas de un entrevistador de no bajo prestigio que cubrió integralmente la evolución de Helena desde el duelo de su rescate hasta los desenlaces de tres semanas después.

—¿No notaste nunca un apego más ominoso de parte de Levi Richards en el tiempo que intentó acercarte a él?
—Levi siempre fue hombre sensible, cubierto de un halo de gallardía. Sabido era que este estaba enamorado de Mei, una joven compañera de este, así como para nadie era ignota la afición de Levi con los libros, especialmente aquellos que incursionasen en materias de la antigua Taured, esa que es tabú en cierta sociedad.
» Mientras se acercaba a mí se encauzaba más a una aventura con Mei, Serena y otras más. ¿Conoce usted el orgullo de una mujer? Zaherida, decidí actuar, pero siempre me escocía la necesidad de entregar mi pecho henchido de amor a aquel; ¿cómo haría para eludir el paroxismo a cuyo yugo me había sometido?, y, ¿cómo haría para despejar el odio de la fórmula de su amor?
» Las pasiones ciegan, señor, y Levi era doctor en las artes idílicas, sus palabras y manos eran conspicuas junto a Cupido, y nosotras, Ecos maltrechos y remendados por los siglos evolutivos no pudimos más que dignificar nuestros nombres solazando la existencia de otras mujeres en el corazón de aquel.
—¿Cuándo fue que te llevó hacia el anfiteatro?
—El cielo se tiñó de alabastro, esponjosas nubes corrían cuando abrí la puerta de mi hogar recibiendo al caballero cuyo corcel suponía el arreglo floral con el que se presentó. Debí ser la última, la conspicua adquisición de un sexo virginal no alcanzado por el prístino pesar de la pérdida de castidad. No quiero pensar que haya sido esto lo que haya enviado a Levi a tan terrible destino, sin embargo, él también era ciego, señor, y su ceguera estribaba en la eterna confianza a las palabras, especialmente las femeninas, que suelen acompañarse del tinte de la desconfianza.
» Levi creyó que aquella que perdió primero la cordura, ruptura palpable en ese ambiente pérfido y caliente, Serena Lee, era casta, se pensaba que había reunido al alcázar de la pureza Atenea, ni ella, ni Bella Dier, ni Dany Daniels cumplían la condición que parecía ser menester en las reunidas en aquella circular tortura. Pienso ser la última pues fui privada de libertad sólo una noche antes de los sucesos ya conocidos.
—¿Pudiste entrevistarte con las más inveteradas, aquellas que llegaron primero al anfiteatro?

—No hubiese sido empresa difícil hacerlo, sin embargo, Levi creyó prudente estudiarnos a todas en conjunto; o esas conjeturas puedo hacer respecto a lo que sea que Levi hacía, hablando entre susurros, con alguien cuya voz solo puedo describir como demoníaca. Algo en esa voz no profería humanidad; aunque la infinita paz que transmitía fuese importante.
» Los primeros frutos nacidos fueron la pérdida de cordura de Serena, Bella y Dany, de manera que algo en su condición podía servir. Me parece que han encontrado textos usados por Levi en la escena del crimen, aunque debo agregar que no es la totalidad de sus reliquias. Yo llegué a ver la pasta de un libro muy apolillado, se alcanzaba la distinción de un título rotulado a puño de Levi que decía: “Grimorio Teratológico”
—¿Puedes describir algo que recuerdes de la escena?
—La privación sensorial solo devino hasta hallarnos en el dintel del portón que conduce al anfiteatro. Este es un recinto de prácticas médicas combado con un piso inferior de bodega y almacén, en la planta baja se halla el anfiteatro propiamente dicho, circular, las mesas habían sido atendidas en la bodega a mantenimiento, mismo que, cabe agregar como protesta, jamás fue atendido, de otro modo los planes de Levi habrían sido develados con anticipo.
» El techo quisiera pensar que se erguía tres metros encima de las estanterías ya de una buena altura, la acrofobia que se sufre desde la torre de astronomía virando hacia ese anfiteatro se verá eclipsada por el horror que estos hechos despertarán sobre el edificio. Al momento de escapar he advertido una compuerta que quizá fuese una gaveta obsoleta, cuyas ventilas harían un excelente escondite, fútil uso ahora que Levi ha muerto.
—¿Por qué el anfiteatro estaba desocupado y cómo crees que Levi daría con él?
—El cómo es claro, incluso debiera serlo así para usted, señor. Levi Richards era un joven con excelente desenvoltura social, al menos desde que yo lo conociera con puntualidad. La facilidad de simpatía con él nada obedece a leyes humanas existentes en esta Tierra, y podrá esclavizarme en sanatorios mentales, pero sabrá pronto lo que digo cuando hablo que en Levi Richards existía un vaho ominoso, una idea que se materializa tanto más aciaga como inextricable en el entenebrecimiento de la idealización y la evolución presentada por él.
» En cuanto a la ocupación del anfiteatro, Levi no fue pionero en la usanza ilegal de ese recinto combado. Históricamente se habla, especulando con lisonja de rituales efectuados durante la construcción de Serenity en tiempos de poca paz. En un libro cuyo nombre labios cabales no atinan a pronunciar, existen las ideas que los prístinos ocupantes de estas tierras hicieron de aquel terreno un lugar impío de adoraciones paganas. Todo esto oí decir a Levi en el ceñir de la locura.
» La noticia en albores de la inauguración de Serenity había causado gran algazara enfilando la posibilidad de no inaugurar el anfiteatro. ¿La noticia?, un joven constructor decidió terminar su vida en aquel sitio. Y las autoridades sanitarias hablaban de “preocupaciones de labriegos y personas de mundo cerrado”, sin embargo, los vigilantes en turno sopesaban las historias más oscuras sobre presencias y opresiones en el pecho durante los días más luminosos. Un fenotipo extraño en un fenómeno de tal índole.
» Nada fue resuelto hasta años después cuando otro caso inundó páginas y derrengó las espaldas de trabajadores de imprenta a lo largo de la isla: dos alumnos circuidos por abusadores del colegio murieron por inanición en las bodegas aparentemente controladas del anfiteatro. Los estudiantes de Medicina compendian prácticas en hospitales cercanos antes de imprimir la idea de acudir al anfiteatro.
» Cuando Levi pasó revista de las leyendas y disposiciones embaucadas a aquel lugar, fue extenuante la idea de abandonar aquella oportunidad. Una ocasión dejó escapar sus intenciones conmigo, en una diligente plática antes de su locura, cuando en su semblante se instalaba ya la sombra de la impotencia y el horror. Mencionó la apertura del anfiteatro por la remodelación de este, enlistando las mejoras propuestas para el remiendo del edificio, y fue una frase la que hasta hace poco he podido recordar: “pero si quieren disponer de la bodega habré de labrar la tierra de mi cosecha”. Pronto supe, en mi plagio, que la cosecha era un plantío subterráneo de ciertas plantas que crecen en medios inusuales en Selfina y la comarca portuaria del norte.
—Por último, cabe agregar. ¿Quién eres?, ¿por qué conjeturas que Levi fijó diana en ti?
—Me llamo Helena Zwai, tercera en mi estirpe, cuyo linaje estriba en altas posiciones de conspicuo interés comercial. He creado un ascetismo gracias a la severidad de mis autoridades siempre conferidas con la idea de que sea presidiaria en cualquier puesto a ocupar por ambición. Dudo que Levi Richards se interesara en mi fortuna o la posición que ocupaba. De la plática sostenida con aquella persona en el anfiteatro antes de su muerte supe que quizá su interés venía en mi virginidad.
—¿Nunca has tenido relaciones?
—No he besado tampoco a nadie. Por mi vida solo ha pasado la impertérrita huella de miríadas impasibles de autoridades severas, y espigas cada vez más altas que debo de sortear en orden de mantener el empoderamiento embriagante del linaje Zwai, venido desde la madre junto a aquella familia que ha ganado fama estos días: los Peterkov.
—Eterna gratitud, señorita Zwai, ¿gusta ser escoltada por nuestros guardias?
—Me hastía la opulencia. Prefiero caminar a casa — agregó finalmente Helena, dejando a un Antonio Bedek con una pieza más de aquel caso. No había duda que el cómplice de Levi Richards buscaba niñas virginales, ¿a qué precio se había vendido ese chico?
En el despacho tapizado de una humareda asfixiante, Antonio Bedek tomó su abrigo, su hogar no sería más que otra parte de su trabajo. Y sabía bien ahora dónde haría a Lou buscar primero; había que tomar más testimonios y visitar los lugares que él frecuentaba. Su lenón habría de asomar en algún lugar.
Aún con el escepticismo profesional, Bedek temía por las narraciones no solo de Helena, sino de cada entrevistado que acudía y emplazaba las ideas de la antigua Taured, unos incluso aludiendo al doctor Edel. Mismo que recibiría su visita. Lou podría esperar.




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