Después de estos capítulos en el Grimorio, se daba introducción a los rituales para la deidad al gusto de contactar, y, tras eso, páginas en blanco servirían de testimonio generacional para el porvenir. Según las instrucciones orales de cada hombre que pasase el Grimorio a alguien más, debía exhortarlo a escribir su propia historia dentro de las blancas páginas con este propósito en la siguiente parte del Grimorio.
Un presunto descendiente de Vefone, en su retahíla genealógica habría escrito acerca de sus ideas sobre Lyrse y Myrna en el porvenir, dando admonición a los lectores del Grimorio de no dejarse llevar por las palabras, sin embargo, el caso más interesante, y que precedería a uno que estoy por narrar era el de Lennon Fairbanks, el hombre que logró con éxito agradar a Myrna.
En la historia de Tauren existieron, antes de Gardner, hombres que, impelidos por su lasciva idea de poder, hicieron llamado a la señora de los sentimientos, terminando en horribles finales, muertes que jamás fueron reconocidas y que se escribieron en los anales humanos como “casos paranormales». No así el caso de Lennon Fairbanks, quien, en una iglesia de su localidad, nombre ya perdido en la historia, realizó lo siguiente:
En la desvencijada nave de una iglesia abandonada, que se alzaba sobre un peñasco, quizá una semita, uno de esos castigos religiosos a los cuales se atienen los fieles para demostrar a sus autoridades su devoción. El ritual fue impreso por una mano anterior a Fairbanks, el abuelo Emmet Fairbanks, hombre acendrado en la etiqueta, siempre dispuesto a lograr solazar a su nieto. Lennon, por otro lado, era hombre conspicuo, era presidiario de un banco y su vida era opulenta, sin embargo, se arrimó al pecado equivocado: a él llamaba más la lascivia, la lujuria.
El ritual no especificaba un lugar sacrosanto profanado por el verdadero poder omnipotente de la naturaleza circundante, pero para Fairbanks la anotación del abuelo con tinta azul que rezaba «es mejor hacer estas cosas solo» era una admonición a hacerlo en un espacio donde se asegurase de su soledad.
Habiendo vadeado la escarpada pendiente de la falda de la montaña, se asió a una saliente que le aseguraba entrar a una llanura verde, donde árboles sin taxonomía medraban horribles descollando al horizonte azul. Con un rudimentario equipo de escalador holló las tierras de ese bosque cerca del cielo a los ojos del hombre prohibido por la madre impertérrita de cada ser vivo.
En tiempos anteriores, la iglesia abrió un sendero desde esa llanura más accesible para el acceso de los feligreses, un deslave que destruyó el campanario y mató al cura fue el que repelió a los labriegos de acudir a aquel lugar.
Desde fuera, la fachada ofrecía la filigrana de una constructora acendrada, diáfana; ahora eran columnatas derruidas y sitios reclamados por las raíces en favor de la naturaleza. Dentro del recinto, las oquedades en el techo de la nave dejaban pasar los haces de luz correspondientes a una luna creciente por un lado y un sol menguante del otro, de manera que los bajorrelieves se bañaban de música celestial en cada sombra proyectada contra su hundimiento.
La nave apenas se alzaba gracias a una poderosa raíz que ya medraba desde el recibidor donde historias antiguas hablasen del amor jurado por la eternidad para una pareja feliz de entregarse al matrimonio. Las butacas se habían llenado de oquedades y recovecos reclamados por insectos para mirarlos desde dentro; las vitrinas y cálices hacinados en un rincón se llenaban de telarañas y otras secreciones entomológicas, allende de la vista debía encontrarse el derruido corredor que llevaría a las habitaciones y el campanario, ambos alcanzados por la avalancha del histórico deslave.
Lennon Fairbanks estudió el lugar con la mirada y departió consigo mismo el siguiente movimiento, la literatura lo orillaba a su siguiente destino: “usa un espejo donde puedas verte de lleno, que te deje disponer de una pose cómoda para la entrevista que estás por experimentar”. En su espalda cargaba el espejo, uno ovalado asaz en área que lo dejaba verse desde una posición de loto; los demás instrumentos eran nimiedades que podían llevarse incluso en la mano: velas para la noche, sal, agua y algo con lo que pasar el tiempo, eso incluso era inherente, a veces la mente es la mejor compañía.
Una vez colocado el espejo y el círculo de sal, Lennon Fairbanks hizo una vez más remembranza de las vicisitudes del ritual bastaba con sentarse a esperar una señal que diera inicio al ritual. Por los resquicios hechos en las paredes, animales rastreros, murciélagos, e insectos luminiscentes hacían su entrada a la nave. El lejano repicar de las campanas avisaba la entrada de la hora especificada por el autor.
«Una vez iniciado el ritual es necesario que bebas del agua que has puesto frente a ti, la necesitarás en la vela de toda la noche, y, después de un tiempo perderá su potabilidad, así que hay que beber profusamente si en tus planes no está puesto pasar sed. En el espejo debiera aparecer — y aquí las lenguas difieren en quién es aquel que está detrás del espejo, creencias monoteístas hablan del antágono de ese Dios todo poderoso y omnisciente, pero en el folclore de Taured se habla de Myrna, en la forma que adopta para los encuentros a los lascivos, a la caterva que busca refocilarse en placeres nunca prometidos por la mano de la diosa. Aquella entidad que aparece debiera ser amable contigo y espera el mismo trato.»
En el reflejo que antes devolvía a un transido y desgarbado Lennon Fairbanks, ahora un hombre con sombrero de ala ancha se sentaba del otro lado, Lennon ofreció un cigarrillo a aquel, como si se tratase de una dimensión material sólo separada por aquel líquido de consistencia sólida. Las instrucciones hablaban de conversaciones profundas con verdades ocultas, y un juego a disputar para poder obtener el conocimiento al que acuden los estólidos jóvenes realizando el ritual.
El juego era sencillo, la entidad haría preguntas relacionadas a temas de cultura popular, individualidades de quien realice el ritual, problemas matemáticos o científicos más complejos o problemas que ninguna mente humana haya desvelado nunca en el tiempo. Cada acierto te permitía preguntar algo, que sería contestado con la verdad, cada error te permitiría hacer una pregunta igualmente, sin embargo, esta sería contestada con una mentira, y, a medida que los errores fuesen más frecuentes, la verdad de las preguntas contestadas correctamente se vería diluida con mentiras.
El ritual, asimismo, debía ser roto antes de que el sol comenzase a asomar. El hombre del sombrero de ala ancha se había avezado a los jóvenes imperiosos en búsqueda de las respuestas a las fruslerías más zalameras, ¿es que acaso ella me ama con fervor como lo que yo le he devuelto y manifestado?; no así con Fairbanks, quien mantenía la postura detrás del círculo de sal, fumando un cigarrillo tras otro y llenándose la cabeza de alcohol y dulces baratos. Cuando el sol comenzó a despuntar, y rayos tenues caían cerca de las entradas, un cansado Lennon habló:
—¿Y?, ¿no piensas llevarme? — quien había sido apocado era el hombre, la entidad que a cualquier otro ser cabal debiera inspirar el más profundo horror. El proceso era sencillo, y Fairbanks fue atraído dentro del espejo, donde prendió un nuevo cigarrillo, hablando con soltura después de un silencio tan prolongado.
» Siempre odié fumar, papá lo hacía y el abuelo Emmet también; pero creo que mis días de mortal han acabado, y si he de morir, el veneno correrá por mis venas en mi postrimería. Aunque no así mi alma descansará.
El ritual hablaba de una etapa final: aquellos que olvidasen despedir al hombre cuando el sol se alzase en el horizonte serían llevados hasta otro lugar; siendo la única manera de escapar, entregarse al servicio de aquella entidad. Y la mansedumbre de Lennon advirtió a Myrna de su presencia.
—Probablemente estés en confusión más que nunca. Pero yo vine aquí bajo la resolución de servirte, y encontrarás en mí un fiel vasallo al cual confiar las tareas que a tus ojos no requieran de tu presencia — un halo blanco cubrió a Fairbanks, y un caballo diáfano se presentó ante él, un famélico pero hermoso equino sería su integración a las filas. Se le proveyó de un casco alado, un sombrero de ala corta y una lanza para realizar las faenas encargadas por Myrna. Después de tantos hombres soberbios, uno había descubierto la real ambición del poder, renunciar a la vida del mortal para integrarse a las luengas filas de los dioses rabiosos por su abandono. Todo aquello no fue sino el principio de lo que acaecería a continuación.