La extraña muerte de Levi Richards

Parte V. El anfiteatro. Capítulo 1. Mujer.

Mei Fennel temía lo peor, y acudió a su hogar a disertar con más calma lo que ya se había labrado en su mente con la repentina desaparición de Lou. Cavilar sobre las retahílas del caso no parecía ser más empleo que una sucinta resolución. Durante la fuga y la vesania del pueblo, Antonio Bedek se cruzó con ella, siendo esta la que entablase conversación con el agente.
—Señor Antonio — comenzó Mei — hay algo que debe advertir a cualquier persona que ose inmiscuirse en el caso. Lou se ha comportado de una manera extraña, y eso se debe a que ha caído bajo lo que sea que haya tenido a Levi Richards. Recordará usted que David Richards se quejaba de las extrañas lecturas del chico en las noches, así como las desapariciones de este durante su estancia en la buhardilla. Es solo una corazonada, pero he pensado que, de alguna manera podrían conectarse los conductos de Serenity en el pozo del anfiteatro no destruido en la edificación de este por las admoniciones de hombres más espadas en materia histórica sobre elementos hieráticos.
» Hay algo que me llevó a creer eso. Lou mencionó una ocasión que la buhardilla estaba incompleta, sesgada en la parte izquierda de la misma; una irregularidad que pasaría inadvertida a cualquiera, por la, que sé que conoce, grandeza de la buhardilla. Si de alguna manera detrás de aquella pared se escondiese un pozo como el del anfiteatro, las aguas evaporadas o estancadas, según imprecisiones históricas acerca de las disposiciones sanitarias de las aguas después del desastre con Gardner. ¡Hombre, no me vea así, el caso salió en todos los periódicos, no comprendo cómo no ha sido evidente para ustedes!
» Tal vez aquel hombre buscaba perpetrar sus rituales mediante un predecesor, puesto que el desperdicio de las aguas se hizo en postrimerías del hombre Félix Gardner, y sus primogénitos no quisieron saber más del lugar. Historias de los fantasmas del alquimista y su familia se contaron los días que tanto Levi como Lou se recluyeron en aquel lugar. ¡Vaya ahí y rompa aquella pared!, ¡devele el secreto tras de ella! Aunque no puedo aventurarme a afirmar que allí encontraremos algo, es lo único que podemos hacer ahora — en un acto puro de amor, Mei distrajo la atención de la policía, incluso la que tenía colusión con el prófugo, esperando que sea ella quien detenga a Lou; esta esperaba hallarlo en el anfiteatro, con el tiempo suficiente para dejar un margen de error donde Antonio llegaría a ayudar. 
Aquellos bifurcaron caminos. Mei sabía que tenía que llegar al anfiteatro antes que Lou. De encontrar un corro de chicas atadas, como presumían los diarios amarillos en días del escándalo de Levi Richards, bastaría con liberarlas para romper aquello que Lou intentase hacer, al menos antes de que encontrase un destino similar al de Richards.
Las campanas de la iglesia aún sonaban con tañidos lánguidos y ominosos. En el pueblo se había cernido el horror, un caso similar al de Levi Richards amenazaba con cobrarse la vida y cordura de almas jóvenes; todos ayudaban con lo que estuviese a su alcance. En calles y edificios las personas gritaban cuando algo parecía anómalo a sus ojos:
—¡Eh! Ese chico parece sospechoso, reténganlo — Edel hacía inspección de la biblioteca, donde, según una experiencia, o una corazonada, esperaba encontrar a Lou, y horrible fue el alarido proveniente del doctor cuando un libro faltó en una estantería que en tiempos de bibliotecario había escondido con una portada recortada de un pésimo libro infantil. Edel sabía algo. Frases como «lo he visto caminar cerca del valle» o «efectivamente, se dirige a las oficinas de inteligencia por el Belfish» entorpecían la labor de aquellos con una jerarquía menor. Pero Antonio era el jefe de inteligencia, y una fuente dudosa había pedido la revisión de la buhardilla donde había buscado a su hijo hacía no mucho tiempo.
En Serenity, mientras tanto, hombres aquellos que siempre aparecen en los momentos menos oportunos y con el talento para matar la atmósfera de los lugares gritaban desde las torres más altas: «bendecid este lugar. El pecado se ha asido a las puertas y tapias de la universidad Serenity, roguemos por la misericordia y la destrucción del impío Lou Bedek, que ha vendido su cristiandad a un Dios pagano, impelido por una noción agnóstica del mundo, estólida en las palabras de nuestro salvador»
Enfadada con los hombres que se apostillaban en aquellos pedestales a los que nadie confirió el poder necesario para ser puntos de alerta y desorden público, Mei continuó su camino hasta el anfiteatro. La soledad que había atenazado a Serenity no era la calma de la noche después de tanta refriega, o la paz de la madrugada que antecede a la estampía de historias, ni siquiera eran las dulces escaramuzas de una batalla ganada, o el camposanto de una derrota bélica. Se trataba del pesado silencio que llena los pulmones y nos invita a contraer el estómago por las sórdidas sensaciones provocadas por este. Era un silencio venenoso, tóxico al contacto con la piel, el icor y la consunción nada podían competir contra la sensación vacua que una ausencia de vida puede provocar. Parecía el silencio que acompañaría el ritmo del fin de los tiempos, nunca interrumpido por el salto de un insecto o el rugir de un mamífero, jamás sesgado por un descendiente vivo de la tierra; solo la melodía del viento meciendo una atmósfera muerta, solo el soñar del infinito e impertérrito mar.
Un ahíto por las remembranzas del caso hizo caminar undívago a Mei por Serenity, la fragua se había instalado en lugares cercanos al río Pigmeo y su veta, decidió asomar por el anfiteatro, comprobando que este se había sellado por fuera, con madera y un hacinamiento mal logrado vedaban el paso y siquiera la curiosidad. Pero Mei conocía la manera de llegar hasta el anfiteatro; cerca de allí, en una dehesa mohosa se alzaban las ruinas de la algún día magnánima mansión de una estirpe bien acomodada, lugar que solo destacaba por mantener erigido el pozo clausurado de aguas residuales del caso Félix Gardner. Gracias a él, Mei entró a los túneles, encontrando el fenotipo mencionado por Lou, aludido entonces como un sueño por el mismo Lou.
 Un corredor frío se extendía luengo por las alcantarillas, y la paz no se veía interrumpida siquiera en las rendijas que asomaban a las avenidas y calles de Terión. Unas flores acampanadas y luminiscentes condujeron, aunados a los sollozos fantasmagóricos provenientes del final de los túneles en dirección a Serenity a Mei por el lugar. Ella arribó en una aparente paz, aunque en el piso superior se oía a alguien más susurrando hechos inconexos y hasta cierto punto ininteligibles.
Mei entonces subió la escalera, eludiendo la aversión que despertó en ella aquellos túneles subrepticios que habrían visto sendas atrocidades. Mismas que concentraban a la población de Terión a la puerta de David Richards.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.