La extraña muerte de Levi Richards

Capítulo 2. Las llaves de cobre.

Las exiguas apariciones públicas de Matthew Edel se sazonaban con un mal talante para disponer de cualquier cosa. Los detalles del funeral de Linda corrieron en Lobano, periodo en el que Edel estuvo ausente más del tiempo necesario, regresando después de un par de meses, con el semblante transido y ese mal talante puesto en su visaje. Germán, en los días que rememoraba la plática que tuviera con Edel antaño, se preguntaba qué destino había aguardado al Grimorio Teratológico, no creía que Matty — como solía llamar al doctor Edel — fuese capaz de hacer uso de lo que el Grimorio anunciaba entre sus páginas sobre su esposa, pero la anatema que despertaba la reclusión de este lo empujaron a las peores conjeturas.
Quienes tenían la osadía de pasar por a casa del doctor, dejando en la puerta canastas con víveres, preocupados por la eterna reclusión del hombre, decían haber escuchado fragua de construcción detrás de lo que sería su consultorio en días anteriores. Se infería que Matthew recibía las materias primas durante la noche o la madrugada, pues jamás se vio entrar material de construcción por las puertas de la casa del ahora único doctor Edel.
Tiempo después el consultorio llamado “Sr. y Sra. Edel” un nombre que nadie osaba remarcar abrió las puertas. Quedaba entrevisto que el nombre fue elegido con el duelo de la pérdida de Linda Edel, y, al parecer el proyecto lograba solazar un poco a Matthew, quien, a pesar de sentirse arisco y taciturno, recibía con una álgida calidez a quienes entrasen a su hogar en búsqueda de la cura de sus afligencias.
Por un largo periodo aquel lugar fue concurrido por todo Terión, y el doctor Matthew Edel ganó una fama que le atrajo pingües ganancias y el cariño de aquel pueblo que se mostraba reacio a dejar la esencia de Linda. En cada recodo floreado, en cada ave que bajaba lozana a beber en las fuentes instaladas en los parques municipales el espíritu de aquella mujer llenaba la atmósfera. El doctor comenzaba a recuperarse de la pérdida y ganar cariño de pacientes con tratamientos largos, como aquellos con infecciones menores que acudían periódicamente a que se diagnosticase que todo seguía en orden: hasta el caso de Renta, la mujer que iniciaría el horror en Terión.
Aquella mujer se dolía de algo más serio que la hija de la mujer sobre la cual, Edel corroboró la veracidad del Grimorio, misma que era aborrecida por el médico, pues ella continuaba viviendo, y más, en perfecta salud, habiéndose curado el extraño caso de insomnio que llamaría al joven Es el tiempo atrás. El caso le recordaba un poco a aquella chica, pues ninguna panacea o ensalmo natural ni facultativo parecía funcionar para el mal aquejado por la mujer, de quien Edel quedó atraído casi al instante, fue entonces que pensó en recurrir a aquel libro que no quemaba por la avaricia que le producía pensar en que aquel libro pudiera ser una reliquia antigua de valor nominal monetario.
Pero algo había cambiado, y su madurez le permitió descifrar un poco más de la simbología del libro, en el cual logró traducir un apartado como “llaves de cobre” un tipo de planta necesaria para una infusión que amainaría todo mal en quien lo bebiese, ofreciendo asimismo una solaz experiencia de infinita paz. Casi como una admonición, la mañana siguiente, Edel encontró a un hombre de camino a casa, ignorando una muerte que se había suscitado no hace mucho cerca de ahí. Este proveyó al doctor de unas extrañas plantas, que él asoció a las llaves que mencionaba el Grimorio, de manera que, esperando no cometer el mismo error que hiciera con Linda, citó a aquella mujer para la aplicación de lo que él llamó “medicina experimental”. Gracias a la glosa del doctor, la chica fue convencida a participar, y bebió de la infusión que Matthew Edel preparó según las especificaciones del Grimorio.
La mujer entró en un trance donde perdió el conocimiento, entregándose a un sueño que se prolongó por un par de horas donde Matt lloraba, discrepando entre romper o quemar ese libro o mantenerlo cerca de sí, un fallo pudo haber sido el culpable. Entonces ella despertó: Renata se incorporó con fuerza renovada, sonriendo mientras besaba efusivamente al doctor, que se sumía en la incredulidad.
—¡Oh! Doctor, he logrado visitar un lugar onírico, hermoso. Ahí todo es un Edén, las enfermedades son sólo cuentos de un pasado remoto, y las especies conviven en armonía con su entorno. Ser una hormiga ahí equivalía a ser un gran depredador, pues el hambre no era una razón para la caza, el odio, el rencor, la envidia y la lascivia eran palabras tabú, que se pronunciaban sólo para reírse de sus significados inválidos para el léxico de ese lugar. Además — agregó la chica, cuya sonrisa se había borrado repentinamente — me siento mucho mejor.
Renata abandonó el lugar, y Matthew Edel suministró aquella infusión a aquellos que sufrían por las dolencias que los ataban. Fue después de un mes de tratamientos indiscriminados cuando tuvo la revelación que lo haría llorar una noche más, acompañado por los gritos desfogados de una garganta que él sabía a quién atribuir. 
Aquella noche comenzaron los suicidios.
El pasaje que contenía las especificaciones botánicas de las llaves de cobre era el mismo del dios Lyrse de la teología de la antigua Taured. Estas se mencionaban en apartados sobre Zokei, otro Dios, que, según los rituales practicados para este, las llaves fueron llamadas así por ser capaces de “abrir las puertas de la mente al infinito, donde Zokei puede hablar en un sistema conocido para los humanos y solazar sus penas”. Las llaves, entonces, llevarían la mente a un estado fármaco de estupor, donde las alucinaciones fueran interiores, y eran las mismas reportadas por los pacientes de Edel.
No obstante, las admoniciones que hablaban del despertar futuro de los dioses en épocas remotas decían que ese sería el nexo para el despertar de Lyrse, el Dios que haría a los demás sacudir su letargo, para cobrar el abandono que la gente de Taured tuvo con ellos después de disputas olvidadas en el tiempo. No queriendo y sin las intenciones de hacerlo, Matthew Edel había despertado a Lyrse, lo suficiente para que comenzase una ola de muertes extrañas, independientes a los suicidios, que Es el entendía como escapes a la cruel realidad del humano, habiendo visitado un lugar de Edenes interminables gracias a Zokei.
Leyendo un poco más, Edel aprendió de las habilidades de los dioses, tales como la posibilidad de poseer un cuerpo para vivir entre los humanos, una práctica presente en los tiempos remotos de Taured, cuando, se presume en el Grimorio, los dioses habitaban como humanos en la isla, ayudando a la convivencia entre especies y el entorno, un lugar utópico que se labraba a través de un miedo latente a la ira de estas entidades. Niños eran seleccionados como recipientes cada cierto tiempo para servir a los dioses como cuerpos materiales, sin embargo, estos enflaquecían, muriendo al poco tiempo, pues la presencia de un Dios en un cuerpo tan frágil como el humano era como intentar llenar un vaso de vidrio con un volumen mayor de concreto, este caerá por su propio peso.
El último hombre tratado por Matthew Edel fue Alejandro Zwai, sobre el cual temía que se instalase Lyrse, de manera que intentó deshacerse del libro, relegándolo al hombre en una ida a la biblioteca, cuando Edel se empleó nuevamente allí por la clausura de su consultorio según las acusaciones de Antonio Bedek a Matthew sobre el caso del suicidio de sus pacientes. Afirmación que sostuvo, como ya sabes, lector, hasta el final del caso Levi Richards. Alejandro era el hombre adecuado, pues veía al Grimorio como un acervo de conocimientos primigenios, sin embargo, este se volvió loco a un tiempo.
La locura de Zwai fue asociada por Edel tiempo después con una posesión de Lyrse en él. Es entonces cuando Levi Richards entra aquella tarde a la biblioteca, entrevistándose con Matthew Edel, con quien habla luengo sobre medicina y ciencia. Edel lo creyó hombre cabal y responsable, de manera que le confió el Grimorio con la admonición pertinente a cualquiera que pasa el libro o el conocimiento de una mano a otra. Matthew Edel entonces dormiría tranquilo durante aquellas semanas, a sabiendas que aquel libro maldito ya se encontraba en unas manos responsables y lejos de Lyrse; maldijo a Alejandro Zwai y durmió la noche del catorce de junio.




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