La Fantasía de Elena

Capítulo VII

VII

Deseos

Tenerlo frente a mí, tan cerca, era algo irresistible, me di cuenta de que realmente sentía algo y lo he ocultado por semanas.

¿Qué hago? No quiero perderlo también a él. Y, al parecer, tengo tendencia a perderlo todo.

Su abrazo ya no estaba tan apretado, al ver mis intentos de moverme, él apartó sus brazos y los levantó, como un delincuente bajo la orden de un policía, pero no se apartó ni un solo milímetro, sin dejar de envolverme con su mirada.

Era mi elección, él me estaba dejando elegir, podía cruzar la línea o retroceder.

***

Levanté los brazos, incapaz de tomar una decisión que me hiciera perderla otra vez.

Ella decidió dar un paso atrás y sentí algo romperse en mi interior. Eres un puto cobarde, lamentarás esto… me dio la espalda… ya lo estaba lamentando. Cobarde, cobarde, cobarde, mil veces, cobarde…

- Elena, yo… - extendí la mano y tomé la suya suavemente, ella se volteó ante el contacto, observó mi mano y luego me miró a los ojos.

Súbitamente, se lanzó sobre mí envolviendo con sus brazos en mi cuello, sus labios hicieron contacto con los míos.

Rodeé su pequeña cintura con uno mis brazos, aplastándola contra mi cuerpo, y contesté su beso con la misma intensidad.

Me atraía hacia ella como si su vida dependiera de ese beso, era embriagador, no quería, no podía separarme de ella.

Perdimos el equilibrio y caímos sobre el sofá, pero nos seguimos besando con la misma pasión.

Recorría su espalda con mis manos, besé su cuello y el borde de su mandíbula.

Un gemido escapó de sus labios y por un momento pensé que perdería el control.

Tuve que parar o cometería una locura. Me senté en el sillón y me aparté de su boca solamente unos milímetros.

- ¡Demonios, Elena! – dije en un susurro con los ojos aún cerrados. Estábamos tan cerca que sentí el roce de sus labios al hablar.

Era mi testigo protegido… ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué ahora?

No sé si ella era consciente del problema en mis pantalones, porque se lanzó en un beso que creí que me sacaría el alma por la boca.

Un mordisco en el labio, un gemido y un roce mal calculado fueron el detonante, ya no lo pude controlar.

Me puse de pie y ella rodeó mi cintura con sus piernas… ¡Mierda, mierda, mierda! Con ella enganchada a mí, atravesé el departamento a grandes zancadas hasta mi cuarto.

La dejé suavemente en la cama, sin separarme de ella, era tan liviana.

Quería rasgar su estúpida ropa deportiva.

***

¡Oh por dios!, ¡Oh por dios!, ¡Oh por dios!, necesito más, mi cuerpo no quiere responder a mi cabeza, estoy embriagada en hormonas. Juro que jamás me había sentido así.

Hay demasiado en juego en este momento, esto debe de parar, soy un testigo protegido a punto de cometer suicidio con mi oficial a cargo… ¡Mierda!

- Elena, no… podemos… ayúdame… no puedo… - dijo entre jadeos, pero seguía besándome. ¿Me pedía ayuda porque no podía detenerse? La posibilidad de que su deseo por mí fuese tan grande que no podía detenerse por sí solo, me hizo sentir tan poderosa ¿Hasta dónde quería llegar para probar este poder?

Lo jalé hacia la cama para que se acostara y a horcadas me senté sobre él, para seguir besándolo. Pude sentir su erección, lo rocé con mi muslo, mordí su labio y emití un gemido.

- ¡Mierda, Elena! – Vociferó, estaba al límite.

Se incorporó más rápido de lo que pensé, sus ojos se oscurecieron y de un tirón rasgó mi polera… esa era la señal.

- ¡Okay Roberto, detente! – se detuvo.

Con sus manos en mi cintura, apoyó su frente en mi pecho. Estaba muy agitado, respiraba entrecortadamente. Besó mi clavícula y sin mirarme, me corrió con suavidad, se paró y salió de la habitación. ¿Y ahora qué?

***

¡Maldición, maldición, maldición! Sentía que me faltaba el aire. Me sentía una vez más como un león enjaulado.

Estaba molesto, furioso, no porque ella me haya detenido, no porque lleve dos años queriendo que sea mía. Enojado por mi falta de autocontrol, ¿y si la asusté? Estúpido, estúpido, estúpido… No sale de la habitación, ¿por qué no sale? Soy un maldito cobarde, ni siquiera me atrevo a ir a ver cómo está…

¿Qué hago ahora…? No puedo salir a dar una vuelta, no la puedo dejar sola sin una orden directa y siempre y cuando se haga un cambio de guardia y no será hasta mañana a las diez, estoy jodido…

¿Qué hiciste Roberto, qué mierda hiciste? Me fui al living y me puse a hacer flexiones… 1, 2, 3, 4, 5…

***

Estoy esperando el portazo que nunca llega… ¿Qué estará haciendo?

Me asomé por la puerta, despacio. Está… ¿Haciendo… ejercicio? En efecto, ahí estaba haciendo flexiones como si estuviera lidiando con un trastorno de ansiedad, en estado maniaco, como las otras veces que lo había visto.



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En el texto hay: asesino, policias, romance

Editado: 06.08.2023

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