La fiebre rosa

BAJO LA LLUVIA

Era la primera vez que un Día de los Enamorados la ponía de tan mal humor. En años anteriores había celebrado con sus amigas, pero esta vez era diferente. Los últimos meses —desde recuperaron las almas de las dionainnir— habían sido caóticos. Ser la reencarnación de una guardiana de Aurea era una tarea complicada que se sumaba a los problemas de su vida cotidiana. 
Durante esa transcisión conocieron aliados y enemigos, personas que se volvieron cercanas y algunos vínculos se recuperaron. Y entre todas esas experiencias, sus amigas habían encontrado con quien pasarla ese día y se habían olvidado de ella. Sí, Yez era la única que no tenía un novio, pretendiente, amigo con derechos… con quien compartir la celebración.
Los planes de Linn se habían arruinado y no pudo evitar sentir pena por ella. Eran pocas las veces que podía salir con Thom sin que Mika estuviera presente, ese día la pequeña niña estaría al cuidado de su madre. Yez entendía el enojo de su amiga; sin embargo, haberle recordado que Armin no la tomaba en cuenta, la hizo sentir sola.
Más que la ausencia de sus amigas, lo de Armin la deprimía. El chico era cordial con ella… y con todos los demás. Era parte de su personalidad ser atento, educado, todo un caballero, características que habían llamado la atención de Yez desde el momento que lo conoció y cuando se hicieron más cercanos, descubrió que el chico de verdad le gustaba y ahora no podía sacarlo de su cabeza. Sin embargo, él no había demostrado tener esa clase de sentimientos por ella y Yez tampoco se atrevía a decirle lo que sentía por miedo a ser rechazada. 
Cuando las clases llegaron a su fin, decidió ir al único lugar donde estaría aislada de la fiebre rosa: la Biblioteca Central. Contrario a la cafetería, el inmenso edificio estaba solitario y su atmósfera serena era perfecta para perderse del mundo. Eligió un mullido sillón donde se acomodó y, después de colocarse los audífonos, se olvidó de sus problemas.
Pasaron un par de horas hasta que su percepción como dionnainnir de la tierra le advertía que alguien se acercaba. A través de las vibraciones en el suelo, sintió los ligeros pasos de la encargada. Fingiendo no haberse dado cuenta esperó a la amable señora quien, con un suave golpe en el hombro, le indicó que estaban por cerrar. Así fue como regresó a las calles de la ciudad.
A pesar de la hora, un cúmulo de nubes eran visibles sobre el cielo de Ciudad Stella y algunos relámpagos destellaban entre ellas.
—¡Genial! —murmuró enojada cuando las primeras gotas se dejaron caer—. Mi elemento es la tierra, no el agua.
La llovizna pronto se transformó en tormenta y las pocas personas que deambulaban en la calle corrían buscando refugio; la misma Yez intentaba encontrar un lugar donde resguardarse, pero a donde volteara veía parejas protegiéndose. Para colmo ningún taxi se detenía por más señales que hacía.
—¡Hoy no me debí levantar!
Bajó la velocidad de su carrera, se aferró con fuerza su bolso y trató de protegerlo para que su interior no sufriera grandes estragos. De nada le serviría correr, ya estaba empapada hasta los huesos y su casa estaba lejos. Sus lágrimas se confundían con la lluvia que le golpeaba la cara, si tan sólo tuviera la velocidad de Linn o pudiera volar lejos como Alle, pero su mejor habilidad era la fuerza bruta y en esos momentos derribar un edificio no le serviría de mucho.
—¡Yez!
Un auto se había detenido a su lado, la puerta del copiloto se abrió y de ella se asomó la figura de la última persona a quien hubiera querido encontrarse: Armin.
—¡Sube, no te quedes ahí!
—¡Estoy empapada, voy a mojar tu auto! —alzó la voz para dejarse escuchar.
—¡Sólo entra!
Yez tardó un par de segundos en reaccionar. Subió al auto intentando no meter más agua de la que ya traía encima.
—No te preocupes por eso. —Armin trató de tranquilizarla cuando vio que intentaba  permanecer en una esquina del asiento.
—Estoy hecha una sopa y voy a arruinar las vestiduras —contestó apenada.
—¿Eso te preocupa? Sólo es agua y se secará. ¿Qué hacías en medio de esta lluvia torrencial?
—Salí de la biblioteca y me sorprendió.
—Debiste esperar a que parara, suerte que pasaba por aquí. El departamento está cerca, vamos para que te seques y después te llevo a tu casa.
—¡No!
Ir al departamento de los chicos… ¡con Armin! ¡Ni de broma! Ir a ese lugar no suponía problema, Yez lo conocía de sobra, pero estar a solas con él cambiaba las cosas. Su mente le gritaba que se negara, que saliera corriendo— aunque eso implicara regresar a la calle— y esconderse en el hoyo más profundo de la tierra… pero una parte de ella —la más atrevida y a la que pocas veces hacía caso— quería estar con él.
—Eres rara, Curiosa —utilizó el sobrenombre que le había dado la primera vez que se conocieron—, te preocupas por las vestiduras de mi auto, pero no por ti. Ya sé que eres la reencarnación de una guardiana legendaria y tu resistencia es mayor a la de nosotros los mortales, pero eso no te salva de una gripa y estoy seguro que no molestarás a Ange para curarte.
Armin tenía un punto a favor. 
—¿No te interrumpo?
La miró con la duda tatuada en el rostro.
—Me refiero… hoy es…
—…un día cualquiera. Todos los lugares están abarrotados y el servicio es pésimo, prefiero irme a casa y disfrutar del silencio.
—¿En serio? 
—¿Porqué te mentiría? Vamos al departamento, te secas y te regreso a casa, así pasa la tormenta y yo podré manejar sin problemas.



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En el texto hay: amor, amistad, sopresas

Editado: 15.07.2020

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