Existen sentimientos que jamás habíamos experimentado, pero cuando crecen, pueden transformarse en una hermosa flor podrida de los pantanos más profundos del infierno. Aquella flor que nace de un corazón podrido que solo conoce la maldad, donde todo hay solo oscuridad, oscuridad y nada más que oscuridad.
Souichi siempre había sido catalogado como un niño sombrío, un joven que jamás conocía lo que era la bondad, en el solo había ese desastroso gusto por ver sufrir a los demás, desde su niñez había generado un poder único, él podía maldecir a la gente y sus oscuros deseos podían ser concedidos con tan solo ciertas prácticas dignas de los conjuros de una gran bruja.
Aun así su familia decía “El karma existe” por lo cual Souichi al final terminaba lastimado de alguna manera gracias a sus propias artimañas como si algo se regresase al joven que solo deseaba el disfrute de la desgracia ajena.
Algunos mencionaban que era un chico inhumano pero debemos tener en cuenta que lo único humano que existe en el mundo, que nos caracteriza como lo que somos, es la propia maldad que a medida aprendemos a controlar pero aquel joven no buscaba reprimir lo único que le unía a la humanidad, lo único que podía gritar “Mírenme idiotas soy más humano que ustedes y solo son seres que se reprimen”.
En cambio Kouichi se le conocía por ser un hombre justo y recto, siendo un contraste con su hermano pequeño Kouichi, era quien tomaba las decisiones y reprendía a su hermano a la vez quien le ayudaba cuando este se metía en problemas, aun así Souichi lo repudiaba, no importaba si compartían sangre o este fuera relativamente bueno con él, al Tsujii menor le daba asco como se comportaba el mayor de la familia.
Todos decían que era por el simple hecho de que Souichi tenía celos de su hermano mayor, por esa misma razón se comportaba así, pero la realidad es que el joven tétrico no deseaba desprenderse de su humanidad, para él lo único que le separaba de los demás seres era la maldad con la que nacía los humanos y desecharla era algo que jamás podría hacer pues era dejarse de aferrar a lo que le hacía superior a las demás especies.
Kouichi por su parte estaba cansado de lidiar con todas las estupideces en las que se metía su hermano, no comprendía por qué lo hacía, para la mente del mayor era simplemente “querer llamar la atención” ya que el joven Souichi no se consideraba un chico atractivo ante los ojos de las féminas a diferencia del mayor de la familia. Si todos los hermanos y familiares de Souichi podrían considerarse medianamente atractivos, pero en los pensamientos del menor él ya era un hombre atractivo y poco le importaba lo que los demás le dijera, él sabía lo que valía, el joven Souichi se aferraba a otra de las razones por la cual el ser humano se diferenciaba de las demás especies, la soberbia.
Aun así algo de él buscaba compañía, no todo podía ser malo en un joven que vivía bajo un seno familiar común en la sociedad, el deseaba algún día casarse, pero las palabras de aquella muñeca resonaban en su mente “siempre te quedarás solo” aquella muñeca que predecía supuestamente el futuro le había dicho que simplemente como humano jamás encontraría a alguien que pudiera cargar con tan tremenda mente llena de maldad.
Aun así en su ingenuidad Souichi no lo comprendía, no podía procesarlo, si él era el más humano ¿porque no podía encontrar otro humano que le amara? Aquello se preguntaba a sus 15 años de edad, por lo cual comenzó a odiar a las muñecas gracias a esa que le dio un futuro desolador.
Ahora habían pasado dos años, estaba recostado en su cama, mientras los bajos instintos humanos resurgían por el placer carnal que podía obtener un virgen como aquel que jamás fue amado por nadie.
Había encontrado una de las revistas porno de su hermano, aquel que era un hombre recto y un ejemplo a seguir según a las palabras de su propia familia, de los vecinos y de cada persona que le conocía, tenía aquel lado bestial, porque aun siendo humanos, tenemos un lado que no nos distingue de ningún animal, son aquellos bajos instintos de supervivencia y aquellos considerados como un pecado, los propios carnales.
Había entrado a escondidas a la habitación de su hermano mayor para darle una mala jugada, una pequeña maldición que le hiciera verse un poco asqueroso como lo que realmente era, gusanos en la cara o una ilusión de aquellas que pudieran no dejar dormir bien a su hermano que mañana tenia examen en la universidad.