La tensión es sofocante.
Aprieto fuertemente mis puños sobre mis rodillas en un intento de calmar el temblor interno que sacude mi alma y oprime mi pecho haciéndome sentir nauseas. Mi madre, quien insistió en venir conmigo, está sentada a mi lado con una expresión en calma, pero con un porte tenso que me hace imaginar mil escenarios de como acabaría la situación y ninguna es pacífica.
Estamos en el consultorio del doctor Martínez, el terapeuta de Darla. Esperando a que ella y su padre aparezcan, lo cual está por suceder ya que acabo de recibir un mensaje del señor Fletcher donde me informa que han llegado.
Tengo miedo. Mucho miedo.
Yo más que nadie he sido testigo de los ataques de ira de Darla y sé que lo que le escuchara podría provocar no solo un ataque de ira, sino también un posible intento de suicidio. Esa fue la razón por la que propuse tener esta charla con su terapeuta presente, tengo miedo de que ni el señor Fletcher y yo podamos contralar la situación y ocurra una tragedia con la que cargare toda mi vida.
Darla es como una bomba de tiempo, me las he arreglado para poder mantenerla en calma, pero para ello tuve que poner su felicidad por encima de la mía y ahora he recuperado a Elena, por primera vez en mi vida me permitiré ser egoísta y pensare solo en mi felicidad.
Y mi felicidad tiene un nombre.
Una cálida sensación sobre mi puño dirigió mi mirada a mi rodilla, mi madre lo ha cubierto con su mano y al alzar mi cabeza me encontré de inmediato con su mirada junto con una ligera sonrisa. Todo saldrá bien, estoy contigo. No fue necesario que lo dijera, y como respuesta sonreí.
Me sobresalte ante el escandaloso tono del teléfono de oficina, el doctor Martínez me dedicó una mirada de disculpas antes de contestar y las náuseas regresaron al saber que llego la hora. La puerta se abrió y primero entro Darla seguida por su padre, ella aún no se da cuenta de nuestra presencia ya que mira algo en la pantalla de su celular, y eso me permitió tomar una profunda respiración antes de ponerme de pie.
—Dar… la. — la llame, nervioso.
Su cuerpo entero se tensó y note como los bellos de sus brazos se erizaron, tardo unos segundos en levantar la cabeza, debatiendo si mi voz es una verdad o una ilusión. Cuando tuvo la respuesta, palideció.
—¿Jayden?
Jayden, no Jay, sino Jayden. Ella sabe lo que se avecina y como lo esperaba intento huir, pero su padre se quedó frente a la puerta después de que la cerró.
—¿Papá?
—Lo siento, cariño. Lo siento. — se disculpó con voz temblorosa. —Escucha a Jay, cariño.
—No. — una respuesta inmediata y firme. —No quiero hacerlo, déjame salir.
—Darla, tomemos asien…
—¡Usted cállese! — se dirigió a su terapeuta. —¡¿Cómo pudo participar en está trampa?!
—No es ninguna trampa.
—¡Lo es y sabe que así es!
—Tu padre y Jayden quieren ayudarte.
—¡¿Ayudarme?! — se carcajeo de manera sarcástica. —¡¿Cómo?! ¡Uniéndose para abandonarme en un manicomio y así puedan deshacerse de mí!
—No queremos eso. Solo queremos que sanes. — su mirada se dirigió a mí, un poco más suave, pero llena de dolor y traición.
—Tú me haces sanar, Jay. Me haces sentir bien. — su expresión se contrajo y las lágrimas comenzaron a derramarse. —Por favor no me abandones. No quiero que todo vuelva a ser gris. No quiero perder de nuevo el sentido de mi vida. Tu eres el sentido de mi vida. No me abandones. No me abandones, por favor. — suplico en llanto.
Mi voz no salió, solo observe su rostro llenarse de lágrimas. Sabía que esto sería difícil, pero joder, verla tan destruida me quema por dentro. No importa como pasaron las cosas entre nosotros, la quiero mucho, no de una forma romántica, pero le tengo cariño y a pesar de que fueron pocos, hubo momentos en los que solo fuimos una pareja compartiendo un batido o jugando en uno de los puestos de una feria.
Y así es como quiero recordarla. Una Darla sonriente y feliz. Como lo era antes de todo lo que le paso. Ella lo merece, pero primero tiene que sanar.
—Darla… — de nuevo mi garganta se cerró, sabía que era porque mis siguientes palabras la destrozarían y no quiero hacerlo. No es así como quiero que terminemos.
—Jay no…. No me dejes, por favor… — lloro más fuerte y deje de respirar al verla ponerse de rodillas. —Te amo. No me abandones tú también… No otra vez…
Si el señor Fletcher no me lo hubiera contado, estaría preguntándome a que se refiere. Aunque lo intenté nunca me permitió dejarla y me dejo claro que no cambiaría de opinión ante sus intentos de suicidio. Tenía miedo, no quería cargar con la culpa, pero ahora que lo sé, todo tiene sentido.
—No es a mí a quien amas, Darla. — me acerque un par de pasos, con la cabeza hacia abajo sin romper el contacto visual. —No me amas a mí. Nunca lo hiciste.
—¿De qué hablas? Claro que te amo. Siempre te lo dije y ahora te lo estoy diciendo. — negué con la cabeza. —¡Te amo Jay! ¡Te amo!
—No es a mí a quien a más. — repetí. —Amas mi apariencia, no quien soy. — su expresión se contrajo en una gran interrogante y antes de responder, mire a su padre quien asintió lentamente. —Soy Jayden, no Alex. — su boca se abrió, dejo de pestañear y su respiración se detuvo.
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Editado: 21.04.2024