La fragancia del primer amor

Prólogo

Realmente no quería estar allí, solo estaba emocionado por una cosa: el partido.

Corría el año 2019 y como de costumbre, iba con mi mamá a presenciar un partido de hockey. Ambos compartíamos esa curiosa admiración hacia aquel deporte y ya se había vuelto una tradición ir cada jueves a ver los partidos.

Pero por primera vez, mi madre había roto nuestra rutina; mi hermana mayor nos acompañaba y la idea de tomar un café antes del partido surgió. Ni siquiera tenía hambre, pero la idea de quedarme en el auto no era muy cómoda, así que, al entrar a la pequeña cafetería, permanecí con la vista fija en mi celular mientras mandaba mensajes al grupo que tenía con mis amigos, ajeno a la conversación de mi madre y mi hermana sobre cómo le estaba yendo en su último año de Universidad.

Jane era estudiante en teatro, y la verdad, era la única cosa que ambos teníamos en común. El amor hacia la actuación.

—Buenas tardes, ¿están listos para ordenar?

La voz femenina llamó mi atención, después de todo aún era un simple adolescente y ni siquiera los mensajes de mis amigos eran tan interesantes como la sonrisa de la rubia que no me prestaba atención a mí.

Allí comenzó mi desgracia, cuando la desconocida no levantó su mirada de la libreta al momento de escribir la orden o cuando no pude leer su nombre en el delantal marrón al momento de ir a dejar la propina.

En el momento en el que entré a la cancha, mi pequeño enamoramiento desapareció, incluso, me olvidé de ella más tarde, pero como si al destino le gustara verme sufrir, me la volví a encontrar en el colectivo camino a mis clases de teatro. Tomó asiento a mi lado y estuve a punto de pedirle su número, pero sabía que sería en vano gracias a los auriculares que llevaba en sus orejas.

Pero en los siguientes partidos locales le pedí a mi madre no romper la nueva rutina de ir por un café antes de ir a ver a Club Hielo Valladolid con la intención de escuchar su voz tan solo unos segundos. Admirando a la distancia la forma amable en la que le sonreía a los clientes, como posaba su lengua en sus labios al momento de escribir los pedidos de manera concentrada y como no parecía notar que yo era su cliente más frecuente.

La idea de aparecer en la cafetería cada semana apareció cuando ella saludó a mi madre con la frase "¿Lo de siempre?" Y creí que si iba con más frecuencia ella me notaría, quizás me preguntaría mi nombre y talvez yo tendría la valentía de pedir su número y salir a comer.

Sin embargo, la decepción fue creciendo cuando cada jueves aparecía y a pesar de siempre pedir lo mismo, ella jamás mostró un interés en mí. A veces, iba con mis amigos y otras, solo. Me sentaba en la misma silla y pedía siempre el mismo café con tres roles de canela.

Después de cinco meses haciendo lo mismo, estuve a punto de rendirme, pero cuando ella apareció con una amplia sonrisa y preguntó "Lo de siempre, ¿no?" una inmensa felicidad se apoderó de mí y eso fue suficiente para seguir apareciendo allí cada jueves.

Sabía que su turno terminaba a las siete, veía como se quitaba el delantal y se despedía con un beso en la mejilla de sus compañeras de trabajo. Para mí, ella era un misterio, porque a pesar de cruzarnos unas cuantas veces en el paradero, jamás lograba saber nada de ella.

Sin embargo, todo cambió cuando se presentó una oportunidad que cambiaría mi vida. Figuré a un casting para participar en una película y, por ende, mis salidas hacia la cafetería disminuyeron. Ya no iba todas las semanas, a veces, iba cada catorce días.

Al momento de iniciar mi nuevo proyecto, tuve que marcharme de Valladolid por dos años y en el fondo, esperaba que la castaña notara mi ausencia.

Pero cuando se estrenó la película “Hilos del destino” y la fama mundial me golpeó, ella no apareció. Revisaba perfil por perfil de cada seguidor nuevo con la esperanza de encontrar esos ojos verdes, pero no ocurrió y no volví a aparecer en ese café durante dos años y medio.

Incluso cuando volví a Valladolid después de unas cuantas conferencias quise recobrar aquella costumbre y obligué a varios de mis amigos a acompañarme a la cafetería. Caminamos varias cuadras y apenas llegamos a la esquina, comenzaron a discutir sobre donde tomar el café.

Flavia y Matias eran los únicos que insistían en tomar asiento dentro del café porque decían que el aire estaba algo frío, mientras que el resto insistieron en disfrutar el sol de la primavera.

Mi boca se cerró y agarré la muñeca de Esteffani y Blas, obligando al resto a seguirnos mientras repetía «Flavia y Mati tienen razón, nos va a dar frío» porque era muy cobarde como para admitir que después de casi tres años iba a volver a ver a la única persona que parecía no notar mi existencia.

Ya no tenía su cabello rubio, ahora era de una tonalidad castaña, pero se notaba que el color se había lavado con el tiempo, se mantuvo de perfil y les sonreía a los clientes de aquella manera que transmitía simpatía, y a mi verdaderamente no me importaba comerme los malos comentarios de mis amigos porque talvez ese sería el día donde por fin le pediría su número.

Tomamos asiento junto al ventanal, escaneando el QR y uno del grupo alegó por no haber carta física, recibiendo la misma respuesta de siempre "venimos acá cada partido, te sabes el menú de memoria" y yo más que nadie se lo sabía, pero preferí guardar silencio.

—Hola —aquella voz fue como el llamado de un ángel—. ¿Están listos para ordenar?

Su sonrisa era más linda de cerca y no era mucho más alta que yo. Su mirada viajó a cada rostro de la mesa y puedo jurar que mi corazón se detuvo cuando me miró por cinco segundos.

¿Cinco segundos son suficientes para enamorarse?

Daniel fue el primero en decir su orden porque yo me encontraba enganchado en los ojos verdes de la chica, no dejé de verla mientras caminaba y solo volví hacia el resto cuando se echaron a reír.




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