“La libertad no es un privilegio del ser humano, pues jamás ha existido uno poseedor de ella”
Diario de John Han
Cruzando las marismas del siniestro río artificial de Kalt, John acariciaba las plantas herbáceas mientras dejaba que la barca fluyera sola por el río. Despreocupado y desorientado, observaba lo verdeante de su color. En una región tan gris, un ser vivo e insignificante era capaz de mantener su emblema, pensaba.
Se incorporó y volvió a remar.
Al final de las marismas John se bajó en una pequeña orilla, de tierra muy húmeda, donde apenas cabía la barca. Amarró una de sus esquinas a un pequeño tocón con una pequeña cuerda que llevaba colgada de la espalda, y salió de la orilla a un ritmo paulatino hacia un pequeño bosque de pinos altos.
La luz artificial no era tan poderosa como para iluminar bien el bosque, y gran parte de él estaba inundado en una oscuridad profunda. John sacó una tímida linterna de uno de los laterales de su mochila, y aceleró un poco el paso, hacia el corazón del bosque. El camino era angosto, y sus pasos torpes; pronto se hizo un rasguño en el antebrazo al chocar con una rama. Dentro del rango lumínico de su linterna, pudo percatarse de un par de presencias animales: un par de cuervos, cuyo graznido era áspero y gutural, además de estremecedor, otro par de conejos, que alternaban entre suaves gruñidos y ronroneos mientras se escondían entre los matojos y arbustos, y un pequeño osezno, que estuvo deambulando por sus alrededores durante unos minutos, hasta que se marchó.
John mostraba asombro, a la vez que temor, al intentar entender cómo gran parte de la flora y fauna de Gronas, además de los humanos, ha conseguido sobrevivir, cuando la luz solar hace más de treinta años que no está presente. ¿Qué es realmente esa luz artificial que ilumina la ciudad? ¿Tal vez la tecnología de los creadores es tan avanzada, que permite al Sol penetrar el acorazado del techo y usarlo a su antojo? Tantas cuestiones envolvían su cabeza, que no podía sentarse a responder ninguna. John tiene una perspectiva curiosa del saber, del misterio, de cómo el ser humano es capaz de obtener una respuesta. Él piensa que el ser humano ha nacido para desconocer, y no para conocer. El ser humano vive por y para descubrir. Sin embargo, plantea que el ser humano presenta una contradicción en su existencia. Dudamos, pensamos y resolvemos, sin embargo, cuando el último paso no se concede, de la resolución se pasa de nuevo a la duda, y la contradicción aparece. Estamos destinados a descubrir, no obstante, no siempre podemos hacerlo. Es ahí cuando el ser humano muestra debilidad, fragilidad y rendición, es ahí cuando la mente humana pasa de ser libre a esclava de sus dudas.
Finalmente John llegó al corazón del bosque, a uno de los puestos de avanzada de Los Hijos de la Aurora. Allí un joven llamado Kim le recibió cordialmente.
—Ya pensábamos que no venías, John —dijo, esbozando una pequeña sonrisa. Llevaba unos harapos pintorescos. Tenía una camiseta color grisácea, desgastada por el tiempo, unos pantalones anchos que desentonaban con la camiseta, y unos zapatos marrones, con los cordones rotos y la lengüeta por fuera—. El resto espera dentro, date prisa.
John asintió con la cabeza sin responder.
El puesto desde fuera no era muy llamativo. No era más que una pequeña casa mata, deteriorada y agrietada, con cortinas tapando todas las ventanas, y vegetación enredando las paredes y el tejado. En su interior, gran parte de la decoración estaba ya en un estado deplorable, con el polvo adueñándose de ella, y una gran cantidad de bichos habitándola. Sin embargo, al fondo del pasillo principal, cubierto por una tapicería rasgada, de un color beige, había un ascensor de lo más avanzado. Kim pulsó una serie de teclas en un teclado vertical que se encontraba junto al ascensor, y la puerta de este se abrió. El ascensor por dentro contaba con un panel táctil, con un funcionamiento de lo más sencillo: “pulse sobre la flecha hacia abajo para bajar o pulse sobre la flecha hacia arriba para subir”.
Mientras este bajaba, a una velocidad considerable, Kim miraba de reojo a John, que miraba al suelo sin entablar conversación.
—Oye John, hoy va a ser un día importante, ¿no estás nervioso? —preguntó, enfocando aún más su mirada en él.
—No —respondió con sequedad.
La tensión repentina en el ambiente hacía temblar a Kim, que cruzaba los dedos para que el ascensor llegase finalmente a la planta baja. La diferencia entre la mentalidad de ambos es chocante. Kim es un joven despreocupado y desorganizado, con sentimientos revolucionarios y destructivos. Ve sus acciones desde una vista hedonista y espontánea. Por otra parte, John es un experimentado, su revolución es más interna que social. Justifica sus actos en base a la virtud y la ataraxia. Es un estoico por naturaleza, busca la calma mediante el autocontrol, pero, es un luchador, cree que la libertad es la verdadera felicidad, pese a que la vea utópica.
Finalmente el ascensor paró, y las puertas metálicas se abrieron a gran velocidad.
Un par de miradas furtivas desde dentro del refugio se dirigían a los dos sujetos que salían del elevador.
—Ya era hora —añadió uno de los presentes en aquella sala. Su nombre era Kevin, uno de los integrantes más importantes del núcleo. Tenía el pelo largo, recogido con una coleta, un pendiente en cada oreja y unas cejas tupidas. Viste siempre en pantalón y manga corta—. Tomad sitio.