La Gema de la Reina

Capítulo XVIII. "La cereza del pastel".

Vicky

De camino al hospital, le aviso a mis padres que me quedaría con Hela. Al instante me llama mi mamá furiosa de que no le respondiera las llamadas, y le alegué que tenía el celular en el auto, y no me percate de ello. Al final, ella tomó un respiro diciendo que hablaríamos.

Cuando llegó al hospital, Hela me estaba esperando en la entrada con ambos brazos cruzados al nivel del pecho y el ceño fruncido. Sabía que estaba feliz por saber que estaba viva; sin embargo, la preocupación y la incomunicación por horas la hizo enfurecerse.

—Sabias que, tu mamá me llamo como diez veces en las próximas ocho horas — dijo al entrar al auto, azotando la puerta tras de ella.

—En serio, — dije con sarcasmo — no fueron muchas. En mi buzón tenía treinta.

Ella me golpea el hombro, y luego repentinamente me abraza. Sollozó un momento en mi hombro antes de separarse, susurrando...

—Me alegra saber que estás viva.

—Yo también — digo sonriendo levemente. — Taylor, ¿cómo está?

—Estable, pero no ha despertado — responde un poco desanimada. Luego su mirada se torna seria. — Brian no se ha separado de ella, ni cuando la pasaron a una habitación. Y sigue ahí.

Desvío la mirada, avanzando en dirección a su casa.

—¿Y Math? — indago sin quitar la vista del camino.

—Él se fue luego de que nos dieron noticias de Tay.

Asentí, soltando un suspiro. En serio, quiero hablarle. Pero me dolió mucho como me trato después de ese beso. Como si hubiera sido un error que nunca debió pasar. Una lagrima se derrama sin yo darle mi autorización. “Demonios, como lo quiero y odio al mismo tiempo”.

—Vicky — dice Hela llamando mi atención, y aunque no la veía a los ojos sabía que escucharía cuando preguntara — ¿Qué paso con Math?

Me mantuve unos segundos en silencio, preguntándome si debía decirle o no lo que sucedió. Reflexione cuando viro el volante a la calle, casi llegando a casa de mi amiga.

—Math y yo nos besamos — le confieso al fin. Hela soltó un alarido de sorpresa y emoción.

—¿Cuando? ¿dónde? ¿cómo? — interrogó girando completamente, viéndome con esa mirada viva y con mucho interés.

Solté una risa nerviosa, recordando el soñoliento momento.

—Fue al día siguiente, después de su cumpleaños. Recuerdas que me quedé con él esa noche cuidándolo. — Ella asiente con la cabeza. — Bueno cuando despierta, al día siguiente, me lleva a casa. Y ahí estábamos, en su auto frente a un bonito crepúsculo cuando él me besó.

—Y luego al día siguiente, esta con la zorra — dice terminando de unir todo.

La sonrisa se borra, y mi expresión se endurece como una roca al recordar cómo se llevaron las cosas.

—Ya veo — agrega, — pero no creo que Math se acuerde, porque hable con él en el hospital y ni él sabe porque tú estás molesta.

—Créeme que estaba muy consciente cuando me beso.

Al llegar a casa, la señora Sakomoto nos recibió con unas tazas de té. Su madre quería hablar sobre lo que le pasó a Taylor, pero estábamos tan agotadas que Hela le pidió que nos dejara descansar. Hela me preparó el cuarto de huéspedes, para que yo durmiera cómoda. No volvió a tocar el tema de Math, pero le conté lo que sucedió después de que me fui. De vez en cuando me interrumpía y preguntaba cosas que no entendía, hasta que termine.

—¿Puedo verla? — pregunta con una mirada insistente.

Le iba a decir que no, que era mejor que nos fueras a dormir, aparte que mañana teníamos que estar en el Instituto, pero insistió tanto que al final, tomo el portaplano y saco la katana.

—Es la real — digo quitándole la funda sosteniéndola entre la empuñadura con una mano.

Aún estaba llena de polvo y telarañas, tenía que limpiarla, llevaba mucho tiempo aislada, protegida, que el tiempo se impregnó a ella.

Al mostrársela, sus ojos se llenaron de admiración, quiso tomarla, pero le recordé que no podía. 

—¿Por qué? — Se aleja.

—No es como las otras armas, ésta se conecta solo con los Vaitholus o de sangre que contenga divinidad, sino te...

Me detengo en el momento en que sus ojos se llenan de oscuridad, tomando una postura seria.

—Lo siento, no quise...

—No te preocupes, no es tu culpa — me interrumpe conteniendo las lágrimas.

—Ni tuya, no lo elegiste. Pero le doy gracias a los Ángeles por estar viva.

La envuelve entre mis brazos, sintiéndome la persona más feliz de tenerla en mi vida. Hemos sido mejores amigas desde que empecé la secundaria. Y él día en que la vi en el suelo del ese estacionamiento llena de sangre y son pulso, juro que mi corazón se detuvo, hasta que despertó repentinamente. Y a partir de ese día no volvió a latir su corazón.

~~~

—Vicky... — me llamó en susurros.

Ya llevaba tres meses en quimioterapia, sin ningún tipo de avances. El doctor de Isabell dijo que ya no había nada que hacer. Había durado una semana después del diagnóstico, sin visitarla negando verla morir, pero Math me insistió en venir, así que aquí estaba, en el hospital, a su lado. Creyendo en que de la nada mejoraría.




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