El audaz guerrero abordó la oblonga embarcación, lo que hizo en los siguientes instantes fue cambiar su ropa mojada por la túnica púrpura, posteriormente dio un vistazo con desconfianza a los marinos y demás tripulantes allí presentes, quitó la venda de su hombro izquierdo y vio que se sanó a la perfección, la tarde era calurosa y los pobres céfiros movían lentamente las enormes velas del barco, por eso el viaje tardaría muchísimo más, Agnok murmuró con cólera de su tan mala suerte, luego escuchó el escándalo de unos raros gritos provenientes de la popa, por ende se dirigió a toda prisa hacia ese sitio, ya presente en el lugar miró a cuatro hombres sentados a la mesa, reían sin parar y jugaban a los dados, dos de ellos así conversaron:
-Hoy es mi día de suerte, subamos el doble nuestra apuesta.
-¡Excelente querido Joran! que sean entonces veinte monedas, aunque después no tendrás para tu pan y leche.
-Solamente tira los estúpidos dados.
El hombre obedeció inmediatamente y tiró los macizos dados sobre la mesa redonda, Joran enmudeció y su rostro se puso pálido, el otro tipo cogió todas las monedas dando una risotada al ver el resultado de los dados, los otros dos aplaudían con poderoso júbilo, mientras tanto el príncipe se miraba atraído por tales juegos de azar, los mismos que destruyen a cualquiera como la carcoma a la madera, el perdedor quitó de su oreja derecha un zarcillo de oro y lo ofreció como una nueva apuesta, abajo de la mesa estaban dieciséis barrilitos con poco vino, uno de los jugadores el cual era calvo y de piel amarillenta, al ver la presencia del monarca le dijo:
–Amigo ven a jugar con nosotros, aquí la estamos pasando de maravilla.
Se le veía enorme curiosidad en jugar y después de algunos segundos respondió el futuro monarca así:
-Gracias… pero mejor no.
Joran le insistió:
-Ven acá muchacho, pues no te arrepentirás, por favor anímate, yo sé que te gustará mucho, serás mi invitado de lujo y comenzarás con apuestas pequeñas.
-Caballeros lamento no poder participar, la verdad tuve un día demasiado agitado.
El tercer apostador habló lo siguiente:
-Claro que estás agitado, tu frente no deja de sudar, por lo tanto siéntate y bebe mucho, relájate como todos los de acá.
-Es que no puedo porque…
-A propósito tu rostro me parece familiar, ¿de dónde eres?
-Sólo soy un comerciante que le gusta viajar en estas temporadas, ya tengo irme, adiós.
El último de los apostadores quien estaba muy ebrio le replicó de esta manera:
-Eres un pobre tonto que huye como un cobarde, pareces un niño llorón que no sabe nada de verdaderos placeres, que jamás te vuelva a ver, porque si te miro de nuevo destruiré con puñetazos tu ridícula boca.
Al aguerrido príncipe se le observaba una cara poseída por una colosal furia, tan fuerte fue la tentación que quiso desenvainar su espada, se dio la vuelta para marcharse y articulando en voz baja dijo:
-¡Ojalá! pudiera decapitar a esos cuatro individuos ahora mismo; sin embargo sé que la verdadera guerra me espera en otra parte, y no quiero ser expulsado de la nave, mucho menos por manchar mis manos con la sangre de estos imbéciles.
Por eso apresurado se alejó de ahí, caminó mascullando todo tipo de maldiciones contra aquellos viciosos hombres, quienes se burlaron gritándole a grandes voces toda clase de feos sobrenombres.
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Editado: 05.10.2019