La Guerra de Ángeles

11. ¿Mi Casamiento?

Vi la perilla del picaporte girando lentamente, rápidamente cubrí mi cuerpo con la frazada que tenía a los pies de la cama. Él solo se dio vuelta para no verme, habló sobre sus ansias por la boda, ofreció llevar a Diana con las demás. Asentí sin poder hablar, unas puntadas en mi cabeza muy dolorosas no me dejaban tranquila. Ni bien se fueron de la habitación, cerré la puerta, colgué el vestido en unos de los ganchos fuera del placar, me sentía muy mal, miré hacia el espejo; estaba temblando de frío, creí necesitar sangre así que solo tomé una jarra que se encontraba en la mesita de luz, pero no llegué a beberla y caí al piso sintiéndome débil. La sangre estaba derramada en el suelo y mi vista nublada.

Desperté, era de día, se me antojaba sangre dulce, la bebí; ya sentía un poco más de fuerza en el cuerpo, al menos para poder pararme, limpié la sangre derramada en el piso de mi habitación. Henry tocó la puerta, con un desayuno en sus manos; lo tomé con mi mano derecha, en ese momento comenzó a dolerme el corte de la noche anterior, le dije a Henry que me había sido un accidente sin darle muchos detalles. Ni bien terminé de hablar con Henry, me vestí y ahí fue cuando me acordé del casamiento, era justo ese mismo día.

—¡Ah! me olvidaba, traje a Diana —dijo Henry sacándola del bolsillo—. En un rato nos vemos bonita.

—Gracias Henry —dije sonriendo y apresurada.

—Hola mi niña soy Paulo ¡abre la puerta!

Le abrí la puerta a Paulo que estaba junto con sus ayudantes. Me peinaron y maquillaron, al terminar miré hacia el espejo, era impresionante lo hermosa que estaba, llevaba unos rulos, sombra azul; resaltando mis ojos verdes, como agradecimiento por su trabajo lo invité a la boda. Paulo muy agradecido aceptó, besando mi mano, como muestra de agradecimiento y supuse que también por respeto. Dentro de poco iba a ser su reina.

—¿Y el vestido del disfraz? —pregunté entusiasmada.

—Menos mal que me hiciste acordar, acá esta ¡mirá! Espero que te guste.

El vestido era neón, con un antifaz tornasolado, combinaba con mi cartera y mis zapatos con plataforma. Eran tacos muy cómodos y con mucho brillo. Por el espejo noté a Henry observándome, quiso pasar a mi habitación, obviamente dije que no. Estaba el vestido del casamiento colgado en una de las puertas del armario y traía mala suerte que el novio lo viera.

Diana se encontraba totalmente cayada, la mire, ella confesó:

—Estas muy linda, no puedo creer que vas a ser reina y que vas a casarte, todo en un mismo día.

Estaba poniéndome más nerviosa de lo que pensaba.

—¿Si tu mamá tiene razón?

—Diana vos fuiste la que me dijiste...

—Tranquila no me hagas caso... son puras tonterías. Vos lo amas ¿no? —dijo Diana sonriendo.

No podía creer, era el día de mi casamiento, miré por la ventana que daba hacia  el jardín, para ver todos los preparativos. Estaba contenta de casarme, pero Diana me hacía dudar de todo. Bajé las escaleras, caminé hacia el jardín, comencé a entrar por la puerta. Una música rara como de misterio se escuchaba; esa canción se oía linda, no como en la Tierra que siempre en las bodas se escucha un órgano en la iglesia. Me gustó que no fuera esa canción, era muy aburrida escuchar siempre la misma canción; comencé a caminar lento, mi pelo se transformó en un hermoso marrón castaño con las puntas rojas, los ojos azules bien llamativos mezclándose con un verde esmeralda; y se abrieron mis alas negras. Todos aplaudían ante mi presencia.

Vi como Des le advertía a Henry sobre mi entrada. Caminé frente a él; los demás se encontraban ahí, menos mi madre o mi padre, pero sonreí levemente. Al ver a Henry, llevaba un moño negro y un traje azul, combinaba con mi vestido, comenzó a arreglárselo; se encontraba de espalda, dio la vuelta. Nuestras miradas se conectaron como la primera vez, lo vi mirándome con deseo. Él se encontraba mordiendo su labio inferior, llevaba un ramo de rosas azules en sus manos, estaba tan nerviosa que me daban ganas de rascarme la nariz pero con la mirada de todos sobre mi no podía.

—Hola, estas preciosa —dijo Henry como cumplido.

—Vos también —le afirmé.

—Hola mi nombre es Ángel, soy el que los va a casar —se presentó.

Ángel era encantador: de ojos marrones, su pelo era rubio, su tez era blanca, parecía una buena persona aunque algo en él me causaban escalofríos. Miré a Henry, nos tomamos de las manos frente a frente. Ángel comenzó a decir unas palabras para luego hacernos la pregunta importante... o bueno eso creía yo. Pero solo nos casó, lo del tema de la boda en verdad no se parecía nada a la Tierra aunque bueno era lindo hacer algo diferente; ni bien Ángel terminó de coronarnos, Henry sacó un cuchillo cortando su mano, me sobresalté al principio pero terminé haciendo lo mismo ya que supuse que era parte del procedimiento. Tomé el cuchillo en mis manos y no pude evitar pensar en la noche anterior a la boda donde me había mirado al espejo, pero había visto otra chica parada ahí. Tenía un pelo rubio, supuse que mi pelo había cambiado de color, ya que dependía del estado en el que me encontraba. Me hacía falta sangre, me estaba volviendo cada vez más débil, <<debo tomar sangre>>, pensé. Me faltaba el aire, creí que había sido todo un sueño pero no. Traté de enfocarme en la boda, hice un tajo en la mano y le di mi mano a Henry para unir nuestra sangre.

—Muy bien al darse las manos y entrelazar su sangre también comparten su alma.

Faltaba ponernos los anillos y como siempre besar al novio al final, como en todas las bodas. Al parecer no era tan diferente, salvo por el color del vestido, que el hombre lleva el ramo de flores, la música, el corte con la sangre y claro los invitados ángeles.

—Tenía un discurso armado pero era muy largo, solamente me decido a decirte que sos el amor de mi vida. No te vas a arrepentir, prometo ser una buena reina y amarte incondicionalmente.

Coloqué el anillo a Henry al terminar de decir mis palabras. Estaba ansiosa por escuchar las suyas.




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