Año 2003.
Camino lo más rápido que puedo a través de la calle hacia mi consultorio, plenamente consciente de que llevo casi una hora de retraso gracias al tráfico de la mañana y al despertador que desgraciadamente decidió quedarse sin baterías a mitad de la noche.
Dejé mi auto estacionado casi cuatro manzanas atrás y decidí que caminar era mi opción más rápida, sin embargo, no pensé en ese momento en los grandes tacones que llevo puestos, por lo que, avanzo mucho más lento de lo que debería.
Las personas parecen vagar sin rumbo de un lado a otro, sus miradas fijas en la nada, llevando consigo infinidades de pensamientos vagos y efímeros, sobre cosas que no tienen tanta importancia. Intento estudiarlos, es sencillo en realidad, sus rostros escuetos, lánguidos, sagaces e intuitivos no esconden realmente lo que pasa por sus cabezas.
Mi celular me distrae; no ha parado de sonar en mi cartera, pero con todas las carpetas e informes que llevo en las manos no logro alcanzarlo. De todas formas sé quién me llama tan insistentemente: Mónica, mi secretaria, debe estar en aprietos.
Seguramente la policía ya debe tener un rato esperándome y eso no me ayuda a estabilizar los pies, por lo que zapateo torpemente hasta que a lo lejos puedo divisar el edificio a donde me dirijo. Efectivamente, una patrulla de policía se encuentra estacionada en la parte frontal y pude corroborar mi teoría acerca de las llamadas de Mónica.
Cruzo las puertas de vidrio, saludo con la cabeza a Phil, nuestro portero, y camino hacia el ascensor. Una vez dentro, presiono el botón del tercer piso y espero con una canción bastante irritante mientras intento no pensar en las repercusiones de mi tardanza. Los pensamientos inundan mi cabeza, un nuevo caso, una nueva vida a la que debo sumergirme, un nuevo problema que debo resolver.
Al abrirse las puertas, prácticamente corro hasta que veo la entrada de mi consultorio. Entro un tanto alterada y si, efectivamente, dos policías con cara de pocos amigos están sentados lado a lado de una chica pequeña y bastante delgada; reconozco a uno de los oficiales por algunos trabajos anteriores, pero el otro me es desconocido. Por su apariencia, la chica debe tener unos doce o trece años, no puedo ver sus ojos pues su cabeza está hacia abajo mirándose las manos sobre su regazo.
Mónica me mira a través de sus anteojos de forma preocupada y solo asiento para indicarle que puedo manejarlo.
—Buenos días, caballeros—. Digo y el rostro de los hombres permaneció inalterable— Disculpen la tardanza, el tráfico estuvo difícil esta mañana.
—Creo que es una irresponsabilidad de su parte señorita, Johnson—. Dice el oficial que no conozco mientras se levanta y camina en mi dirección— Llevamos más de cuarenta minutos esperándola.
Frunzo el ceño y coloco las carpetas sobre el escritorio junto a Mónica, ella me miró de nuevo pero no le presté demasiada atención.
—A diferencia de usted oficial—, Digo tratando de mantenerme calmada— yo no tengo una patrulla para que los autos me den paso, así que le agradezco se ahorre sus sermones.
El hombre no responde y solo se limita a arrugar su rostro. Este es el problema de trabajar con la policía, y más si son hombres, creen que por ser mujer no puedo hacer las cosas bien.
—Imagino ella es mi paciente—. Señalo con un gesto a la chica que aún permanece hurgándose las manos. El oficial de pie asintió con un gruñido y volví a tomar mis carpetas—. Ahora, si me permiten, voy a hacer pasar a la chica y comenzar con mi trabajo—. Camino hasta la puerta del fondo y el oficial junto con la pequeña me sigue mientras el otro aun sentado, sonríe de forma maliciosa— ¿Disculpe? —Digo viendo al hombre de pies a cabeza—. No sé si entiende cómo funciona esto, pero solo puede pasar la chica.
El oficial retrocedió y me dio un pequeño y casi imperceptible asentimiento, retirándose hasta la banca donde yacía su compañero. Entro a la habitación seguida de la chica que sin proferir palabra alguna me siguió, cierro la puerta dejando a los dos oficiales afuera sintiendo un ligero malestar al ver de nuevo al que sí conozco; él me devolvió la mirada y ya su sonrisa no era pícara ni socarrona, la tristeza enmarcaba su rostro y tragué la culpa que subió hasta mi garganta. La niña tiembla un poco y sonrío eliminando los demás pensamientos para que se sienta más cómoda.
—Toma asiento, allí—. Le digo señalando el diván— Leeré un poco tu informe y podremos charlar.
La pequeña se sentó lentamente mientras tomo la carpeta que reposa en mi escritorio y le echo una ojeada. Apenas hace dos días, el departamento regional de policías me informó que me enviarían a esta paciente, pero los detalles habían sido bastante escasos y vagos.