La brisa golpea mi rostro mientras parezco volar por un bosque antaño y descuidado. Las ramas pasan como un borrón por sobre mi cabeza mientras que los rayos del sol titilan como una luciérnaga ante la interferencia de las aves que vuelan en bandada huyendo del invierno.
No siento cansancio alguno, ni miedo, ni alteración de mi ritmo cardiaco. Solo observo de forma inocente a las copas de los árboles pasar como un rayo por sobre mí, y al dilucidar la silueta alta que, cada tanto entorpece mi visión, entiendo que estoy en sus brazos mientras corre velozmente a través del bosque.
La chica de cabello cobrizo respira audiblemente mientras un par de gotas rojas caen desde la comisura de su boca hasta chocar con mi frente o con mis diminutas y delicadas manitos.
Intento preguntarle quién es, qué está sucediendo y de qué o quién estamos huyendo, pero de mis labios solo sale un balbuceo inentendible incluso para mí misma.
Algunos cañonazos se oyen a lo lejos y con cada uno la chica tiembla y aprieta mi cuerpo con mayor desespero y dureza. Detecto el miedo que la rodea y la desesperación por dejar atrás a lo que sea que nos está persiguiendo. La chica llora y chilla cada tanto, no sé qué hacer así que solo me acomodo en sus brazos hasta quedarme dormida.
—Estarás bien —oigo a la chica decir—, ya falta poco.
Despierto bañada en sudor y con la respiración acelerada. Peter duerme pacíficamente junto a mí y decido levantarme a hurtadillas para no despertarlo.
Camino por la casa esperando que mi corazón se estabilice y deje de aporrearme el pecho, intentando salírseme y desaparecer en la oscuridad de la noche.
Las pesadillas han regresado. Las pesadillas que me llevaron años atrás a estudiar psicología para poder entender lo que pasaba en mi cabeza.
No logro entender lo que ocurre conmigo y me da miedo todo lo que esto pueda llegar a significar; debo ser fuerte, dejar atrás estas pesadillas antes de que vuelvan a enloquecerme.
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Un fin de semana de tantos, cuando Simón tenía como cuatro meses de haber nacido, llegaron Lilly y Willy, los hijos de Tom para una de las visitas programadas que tenían con su padre; por lo que mis hermanos y yo, nos preparamos para cualquier cosa mala que sabíamos que pasaría con esos dos en nuestra casa. Cada vez que venían acabábamos con tantos moretones que asustaba, incluyendo mamá.
Gemelos en tantos aspectos que me aterrorizaban, apenas unos meses mayores que Julia eran idénticos; a veces no distinguía quien era quien y eso parecía encantarle a los dos. Si existía hasta ese momento una definición de maldad seguramente tenía el rostro de ese par.
Apenas llegaron aquel día comenzaron a correr por toda la casa y a hacer las cosas que mis hermanos y yo teníamos prohibido y que ni en sueños podíamos intentar. Saltaban en las camas, rompían la cristalería, manchaban las paredes y dios sabe que más.
Ese fin de semana en especial, supe que tenía que cuidarme de ellos dos y fue una lección que nunca pude olvidar.
Mamá y Tom habían ido al supermercado dejando a Bran a cargo de cuidarnos a todos, a Brandon que tenía siete años. Los gemelos se portaban peor que de costumbre hasta que en un mínimo descuido entraron a la habitación de Simón que se encontraba dormido.
Bran y Julia fregaban el piso de la cocina donde los gemelos habían tirado gran cantidad de jugo y orine. Por lo que yo fui la que los siguió aquel día.
Escuché el llanto de Simón antes de llegar a su habitación y corrí más rápido hasta que me encontré cara a cara con una película de terror.
El papel tapiz de las paredes estaba rasgado y amontonado en varios montones por el suelo, todos los juguetes y ropa del bebé se encontraban desperdigados en dónde sea que mirase, pero lo que observé en la cuna de Simón después del shock inicial, me dejó sin aliento.
Primero debo decir, que la cuna no estaba en su sitio de siempre, sino que se encontraba más cerca de la ventana que antes, los tres niños estaban sobre ella, uno de los gemelos, no sé si Lilly o Willy, tenía a Simón en los brazos mientras que el otro le estaba cortando la cara con un cuchillo.
Los gritos de Simón bastaron para traer corriendo a mis hermanos que se quedaron boquiabiertos como yo, solo que menos tiempo. Bran corrió hasta la cuna y golpeó al gemelo con el cuchillo mientras que el otro soltaba a Simón que cayó pesadamente sobre la cuna entre alaridos ensordecedores y desesperantes.