La Harley del diablo

Capítulo 9 Aida

Aida se decidió a visitar de nuevo a la bestia. Sabía lo peligroso que podía ser, pero no podía esperar más. Aquel sexo la llamaba, lo necesitaba; había experimentado un sexo violento que le había gustado tanto... Cuando el diablo la vio delante de su puerta gozó nada más verla. La besó en los labios.

—Has tardado más de lo que yo me pensaba, pero al final has venido a mí, zorra. Te gusta lo que tengo. Ahora vas a vibrar; te voy a hacer lo que nadie te ha hecho.

La cogió del pelo y le giró la cabeza mientras la besaba con brutalidad. Se la llevó al dormitorio sin más preámbulos y se desnudó delante de ella. Esto la ponía cada vez más caliente. Luego hizo que ella se desnudara muy despacio. Sentado en la cama, su miembro estaba erecto.

 —Ven. Ponte de rodillas y cómeme.

Ella se arrodilló. Mientras se metía en la boca su miembro, sus dedos acariciaban el escroto. Después chupaba su punta y el glande. Boris estaba aguantando lo que podía, se iba a correr. La cogió de la nuca y ella estuvo a punto de vomitar, pero se contuvo mientras él dirigía con su mano la cabeza de ella a su placer.

—Cómeme. Sí, sí, así, cómeme.

El semen llenó la boca de ella de manera explosiva. Tragó el líquido viscoso mientras le apretaba el cabello. La violencia con que la trataba hacía que sintiera un inmenso placer y la humedad descendía de su vagina. Cuando terminó, el bestia le dijo:

—Me has comido y me ha encantado. Ahora voy a comerte yo.

La tendió sobre la cama, le abrió las piernas y fue metiendo su lengua hasta hacer que Aida gimiera. Él le habló con palabras vulgares subidas de tono:

—Zorra, me gusta tu olor. Estás muy buena. Voy a chuparte tu coño hasta que explote de placer y te meteré la lengua hasta bien adentro.

Siguió introduciendo todo su ser. Su larga lengua y sus labios estimulaban el clítoris y todo su canal. Cuando sintió que la mujer se movía rebosante de éxtasis y lujuria esperando el orgasmo, se levantó y la penetró con la violencia que lo caracterizaba. Aida no podía más, escuchaba lo que él le decía con palabras humillantes, pero a ella le daba igual. Quería su polla y la manera en que la penetraba.

―Puta rica…, así me gusta follarte, perra sabrosa…, me gusta penetrarte.

—Sigue metiéndome la verga… hasta el fondo. Sí, así, vicioso. Dame más duro…, más…, tu polla está deliciosa… Mmm.

—Eres insaciable, zorra.

—¿Es que no tienes más fuerza?, ¿te agoto, cerdo?, ¿no tienes más para darme?

—Más de lo que crees, insaciable perra ninfómana.

Las palabras tan vulgares que se dedicaban el uno al otro los ponían a cien.

—Ya me corro, puta. Aprovecha lo que puedas.

—Sí, sí, así me gusta. Hasta el fondo, yaaa.

Se quedaron exhaustos en la cama. Poco después la mujer se fue vistiendo. Él, desde la cama, le dijo:

—Espero que esta vez no tardes tanto en regresar.

—¿Tu preciosa polla no puede esperar?

—Puede esperar, pero si tiene tu coño antes se pone más alegre.

Aida metió la mano y se encontró con su verga.

—Aguanta. Vendré, pero tengo una cita con mi exsuegro. Querrá quitarme la custodia de mi hija.

—¿Lo puede conseguir? —preguntó el diablo, queriendo saber todos los pormenores por si le hacían falta en un futuro.

—No. Para que vea a mi hija, tendrá que poner una oferta sustanciosa sobre la mesa que a mí me convenga.

—Eres igual de insaciable con el dinero que con el sexo.

—Por supuesto. Me gusta vivir bien y, si el sexo es placentero, mucho mejor. Nos vemos, cariño —insinuó con picardía.

La mujer salió del pequeño apartamento. Sabía que aquel hombre era peligroso y que debía mantener la distancia, si no, todos sus planes de futuro se vendrían abajo. Estaba dependiendo mucho del sexo de Boris, y eso no era nada bueno. Debía tener la cabeza fría, apartarse de él lo antes posible. Aunque tenía su papel firmado, y eso la mantenía más segura.

Llegó a su casa. Su hija aún no había llegado; estaría con su cuidadora. Se duchó para borrar la huella del placer y el olor que aquel hombre, con su perfume rancio, le había dejado.

El día tan esperado de encontrarse con ex suegro llegó. La mujer estaba deseando ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar. Aida estaba expectante por saber lo que el viejo tenía que decirle. Se vistió muy elegante con un traje de chaqueta marrón claro y una camisa ligeramente amarilla. El bolso y los zapatos eran marrones. Su abogado llegó para recogerla.

—Buenos días, Aida. ¿Cómo estás? —la saludó.

—Bien, gracias. Ha llegado el momento de saber qué es lo que quiere mi ex suegro de mí. Solo aceptaré su acuerdo cuando económicamente me sea favorable.

—Estamos en eso. Si quieres que el dinero que tiene tu suegro sea para a tu hija, tienes que actuar con inteligencia.

—Lo haremos así, aunque creo que el dinero de mi suegro le pertenece por derecho a mi hija.



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En el texto hay: una harley

Editado: 06.04.2024

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