Capítulo II: Llamas del infierno

No le temas al demonio, hija mía.

El calor subía de temperatura rápidamente. Estaba mareada, mi visión empezaba a fallar. Grité del dolor cuando sentí el roce de las llamas con mis talones. Era un dolor infernal, un dolor inhumano.

Cerré mis ojos y tuve una visión; era mamá. La veía a lo lejos, con sus brazos extendidos. Como llamándome para darme un abrazo, de repente, todo se encendió en fuego rojo. Antes de que el fuego la cubriera por completo, una coraza de hielo la salvó de las cenizas.

Abrí los ojos y sentí un frío dentro de mí. Sentía como hielo quería salir de mis entrañas. El sudor que me cubría se empezó a cristalizar. Mi helada armadura se endurecía cada vez más; como una mariposa en su capullo, como una tortuga y su caparazón.

El hielo finalmente llegó hasta abajo, extinguiendo el fuego. 

Estaba consciente. El sonido del viento y el humo llenaron por completo aquella calle. Las personas quedaron anonadadas; nadie se movía, estaban atónitos. 

Entre la niebla, hielo comenzó a cubrir el fuego de todo el lugar de un instante a otro, las personas no pudieron reaccionar, sus pies se congelaron, quedaron atrapados cual moscas en telaraña.

Gritos desesperados reinaban el lugar.
Rota mi coraza de hielo, bajé a la plataforma de madre, observando cada rostro de cada persona que se encontraba ansiando mi muerte.

Alcé mi mano y escarcha afilada se formó en el aire, apuntándoles. Esas personas no tenían derecho a vivir, no heran humanos. Un humano no se va contra otro humano, un humano no goza estando en las llamas del infierno. 

No tuvieron tiempo ni para gritar. La escarcha salió a toda velocidad hacia ellos; en la cara, en la mitad de la cara, en el cuello, en el estómago, en un brazo, una rodilla, un codo, una mano. Todos quedaron sin algo, en cambio yo, me quedé con esa experiencia. Desde ahí aprendí que los humanos no existen, los demonios sobrepueblan este mundo.

Recuerdo la cara de pánico que tenía toda aquella malvada gente.