Recuéstate, hija. Es hora de tu cuento para dormir, ¿trajiste tu peliche?
Recuerdo las historias nocturnas que me contaba mi madre. Tenía una forma especial de hacerlo. Cada palabra que salía de su boca se sentía como si estuviese en sus brazos, arullándome. La luna me volteaba a ver de vez en cuando, sonriéndome y deseándome las buenas noches.
En especial recuerdo una historia que me contó. Era la historia del Ave Fénix:
—«Se dice que el ave Fénix es un pájaro que vivió en el Edén. Se refugiaba en un gran helecho de abundante rosas rojas. Cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso, una precisa e intensa chispa se dejó caer de la espada del ángel que los desterró. Haciendo que surgiera un fuego del niedo del Fénix, prendiendo en llamas su hogar y él mismo.
Esta ave había sido la única criatura la que se negó a probrar el fruto prohibido. Dios, ante esto, le concedió una que otra gracia. Entre ellos el poder del incandescente fuego y encandiladora luz. Incluso se le otorgó la inmortalidad, pudiendo así renacer de sus cenizas.
Cuando el reloj de su vida se acercaba a su fin, un nido reconstruía, agregándole especias y arómaticas hierbas. Se sentaba en el único huevo que se le permitía poner y al tercer día, dlama lo consumía junto con el ave Fénix. Cuando el huevo se rompía, el ave asomaba su majestuoso pico, para después salir llameante».
Caía dormida, asombrada. Soñando que volaba en el imponente Fénix, por sobre mis heladas vecinas montañas. Con dircción al sol. Pero antes de llegar a él, el ave se incineraba y yo despertaba.
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Me encuentro navegando en la lobreguéz de la oscuridad infinita. No puedo ver nada, no siento nada.
He olvidado quién soy. He perdido la noción del tiempo. Lo último que recuerdo son llamas intensas que me destruían por completo.
Vagando por el vacío me llega una sensación de calor. Mis pies aterrizan en un suelo movedizo e inestable, como arena. Me siento y experimento con el extraño polvo con mis manos, por alguna razón empiezo a sentir. Siento algo, pero no sé el qué, y me emociono.
Me dejo caer sobre la extraña tierra y juego con ella.
Ruedo por la negrura mientras mis labios hacen un leve movimiento en mi rostro; estaba sonriendo.
Exhausta paro, pero no me reincorporo, sigo acurrucada por el umbroso mar denso, mirando hacia la nada.
De repente la tierra se empieza a mover con fiereza, como si un tumulto lo hubiese hecho enojar. A lo que levanto mi torso, apoyándome en mis manos.
Una sacudida se siente a lo profundo, aproximándose.
Inesperadamente todo vuelve a la normalidad, pero esa ordinariedad duraría poco.
A lo lejos se asoma un increíble resplandor naranja. Estaba viendo, había luz. Se aproximaba con rapidez, como cirrendo hacía mí, queriéndome dar un abrazo.
Antes de impactarse contra mía, se teniene gentimelnte, pudiéndose ver con claridad. Era una roca, un cristal naranja que irradiaba calidez; del tamaño de un árbol pequeño, partido por la mitad.
Me acerqué a él, levantando mi brazo lentemante. Alcé mi mano y lo toqué, toqué esa luz.
Voces revoltosas e incomprensibles comenzaron a susurrar dentro de mi cabeza—: Yecka...—Alcanzaba a distinguir—, Yecka—insistían, pareciendo llamar a alguien—. ¡Yecka!—gritaron todas al unísono para proseguir en silencio acompañado por eco. Las voces se habían ido, pero el cristal seguía ahí.
Graciosamente la resplandeciente y brillante piedra se alzó alto por encima mío; estallando y dejando caer una chispa de entre sus desaparecidos restos, cayendo lento. La pequeña chispa iba a caer justo en mi frente, no me moví.
Finalmente la chispa se posicionó donde previsto estaba, Y al primer contacto conmigo, me incendié. No dolía. Clmaba la fría atmósfera que me rodeaba.
El inquieto polvo en donde estaba parada reaccionó, y me acompañó en un baile de llamas. La isla de traviesa tierra grisácea se transformó en brillo color naranja rojizo. De esta, altos relieves comenzaron a formarse, llegando a su límite y dejando ver a un sinigual pico de ave.
De lo que parecía ser simple polvo gris, se transformó en un ave esplendrosa, magnífica y extraordinaria. Al salir por completo, se quedó estática, emplezando su amgristral mirada en mí, como invitándome.
Acerqué al ave, y esta bajó su ala, formando una improvisada escalera. Subí a su lomo y me aferré fuerte a su plumaje.
El coloso se ubicó en forma horizontal, apareciendo una brillante y gigantesca estrella a la distancia. Expandió sus magníficas alas, tomando impulso. Bajándolas y volando a toda velocidad hacia el gran cuerpo celeste. Dejando atrás una cola de fuego.
No faltando mucho para llegar, el aire que venía contra mía, hizo que me soltara de mi emplumado amigo. Caí en intentos fallidos de volver a sujetarme.
Cerré mis ojos, lamentándome. Después de tanto tiempo al fin había alguien, y se fue.