Susana
La mañana tan fría me quita todas mis ganas de levantarme de la dulce y cálida cama. Despegando a duras penas mi rostro de mi almohada, balanceo mi mano hacia la izquierda hasta llegar a mi mesita de noche y tomar mi celular. Nueve menos cuarto, eso explica que mi abuela no deje de llamarme para tomar el desayuno. En mi misma posición dejo caer mi rostro sobre mi blanca almohada y al abrirlos, un grito de Amelia parece hacer vibrar las paredes. Resignada, vuelvo a revisar mi celular. Son las nueve y media. Sueño, hijo de... haces que mi cuerpo no quiera moverse. Volteo hacia la derecha para tomar impulso y siento algo a mi costado moverse.
—¡Joder! —Chillo por la sorpresa y atolondradamente toco el bulto cubierto por mis sábanas rosas.
¡Diablos, lo que toqué fue su trasero!
Ese cuerpo dormido a mi lado es el de mi amigo. ¿Cómo puede dormir tan plácidamente en mi cama? Sonrío porque al fin ha venido a verme, pero le tiro de sus cabellos castaños dos veces porque no aguanto las ganas de frustrarle su sueño como Amelia hizo con el mío. No obstante, eso no es del todo cierto, pues estoy impaciente por algo más y es lo que he extraño de él: esos dos hermosos faros verdes, que pueden dar luz a tus noches— ¡Aníbal! —grito mientras lo echo de mi cama reprimiendo las ganas de abrazarlo.
—¡Cállate! No seas ruidosa. Aún tengo sueño —se queja—. ¿Sabes que manejé seis horas para llegar aquí? —Gime mientras se levanta con sus ojos entrecerrados.
Qué alegría me da ver a este idiota. Él es como de mi familia y es unos de los pocos amigos que he tenido, en otras palabras, él se ganó el título de mi mejor amigo, aunque yo ahora quiero darle otro.
—Sorpresa... —dice con una euforia aletargada mientras se le cierran los ojos y se aproxima a nuevamente echarse en mi cama y seguir durmiendo. Su pesado y formado cuerpo casi cae sobre mí.
—¡Levántate! ¡Oye!... —Espeto y por el nerviosismo de tenerlo cerca de mi regazo salto de la cama— Ya, está bien. Solo por esta vez te dejaré dormir en mi cama ¿Entendiste?
No obtengo respuesta, pero se merece que le deje en paz porque realmente veo en sus ojos signos de cansancio. Aún en pijamas voy a la cocina y saludo a mi abuela, tratando de contener la alegría por la visita de mi amigo. No quiero que mi abuela se dé cuenta de sentimientos problemáticos.
—Vino... ¿No estás feliz? —Pregunta con una mirada sugestiva que a la vez escudriña en mí. Me hace sentir escalofríos.
—Y se demoró —digo rápidamente tratando de actuar natural e indiferente—, pensé que vendría hace una semana, seguro la "Zorra-ya" no lo dejó venir.
Mi abuela me sirve el desayuno y se burla de mi comentario.
—De tal madre tal hija... —exclama.
Y Yo sonrío. Amelia es la única que puede hacerme sonreír genuinamente, con amor. Y esa sonrisa solo aparece cuando ella pronuncia el nombre de mi madre o, como ahora, la trae en colación en nuestras conversaciones.
Amelia me ofrece el fresco jugo de naranja. Lo tomo de un sorbo tan rápido que casi me ahogo.
—Aguarda un momento —le digo cuando me ofrece la tostada—. Ya regreso.
Pensé que Aníbal me iba a traer regalos así que voy a la sala para ver si había mercancía nueva para mí, pero no la hay. Entonces, inmediatamente, desvío mi camino hacia su auto. Estoy segura que el tesoro debe estar allí. Mis ilusiones se van a la basura cuando encuentro un pirañita mirando con ojos codiciosos el auto de Aníbal.
—¡Oye tú! Pirañita, ¿Qué haces?
—Nada que te importe...—Espeta el muchacho mientras se aproxima a mí—. Vengo a cumplir una misión, señorita. Pero no es con usted el asunto, así que si me disculpa...—él voltea y se dirige a la puerta para ingresar descaradamente a la casa de mi abuela. Su comportamiento hostil solo me hace darme cuenta de que me aborrece como yo lo hago.
—¡Oye! ¿Quién te crees para entrar sin permiso? ¡Runin estúpido! —Voy corriendo tras él. Este tipo es peor que un grano en mi hermoso cutis.
No voy a permitir que ese muchacho me arruine el día, menos estando Aníbal aquí.
Suelto un suspiro mientras camino. ¿Por qué las cosas siempre son así? No sé por qué tengo que estar peleando con alguien. Desde la secundaria siempre fue así, aunque en ese período más reñía con chicas. No es que haya sido una persona asocial, más bien se podría decir que era popular, aunque en mi colegio todos lo éramos por ser hijos de padres notables y sobre todo con dinero. Ninguno de nosotros, unos mimados, dábamos nuestro brazo a torcer, es por eso que siempre teníamos problemas entre nosotros.
Ya está bien, acéptalo, Susana; eras más egoísta y egocéntrica, querías que todos hicieran las cosas por ti y aceptaran lo que tú decías... ¿Habré cambiado? ¡Claro que sí! Ahora soy mejor persona, eso creo.
Entro a la cocina y Amelia le ofrece una tasa de chocolate caliente al muchacho. De nuevo, lo analizo de pies a cabeza, es solo un pobretón ranchero sin valor para mí o para esta casa. ¿Cuál era su nombre?
—¡Oye! Dime, quién eres —ordeno en vez de preguntarle directamente y de forma educada su nombre, pero él tipo se merece mi trato hostil.
—¿Te interesa cómo me llamo? —aparece una sonrisa socarrona en su rostro— No soy nadie importante para ti, no necesitas saber mi precioso nombre —responde cortante y despreocupadamente con la tasa de chocolate entre sus manos. Amelia retiene su risa.
Eso me cabrea.
—Okey, lo recordaré, ¿has venido para arreglar el techo, ladrón? —Pregunto mientras me calmo, sino iba a propiciarle una buena patada directo a su boca.
—No soy un ladrón.
—¿Quién es un ladrón? —Interroga Aníbal mientras sostiene su celular e ingresa a la cocina. Al parecer acaba de contestar una llamaba.
—Nadie, nadie... —Mi abuela mantiene una sonrisa casi imperceptible y también le ofrece una taza con chocolate a Aníbal.
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Editado: 16.02.2024