Susana
La última vez que vi a Mori fue hace dos años. Mori es un hombre joven, sigue la onda; sin embargo, no deja de ser un adulto que siempre me aconseja y me reprocha como todos los demás. Desde pequeña me diagnosticaron TDH, mi tratamiento estuvo bajo estricto control de esta Clínica; es algo que he llevado muy bien y hasta la fecha no he tenido graves problemas. Mori se especializó en ese campo y, al retirarse mi antiguo psicólogo tratante, él ocupó su carga horaria, por así decirlo. Aunque en los últimos años, mi padre me traía aquí solo para pasar controles de ansiedad y cambios hormonales, cosas de adolescentes sobre las que decía debía consultar con un experto. En un período de mi adolescencia, Mori fue el contenedor dónde yo arrojaba toda mi basura mental. Y ahora debo volver a verlo y verá que no he madurado en absoluto. Es confiable eso sí, pero no deja de ser un cuatro ojos entrometido.
Camino por el pasillo, con el Gelado escoltándome. El consultorio de Mori está en el quinto piso. Conozco perfectamente el camino. La sala blanca, los cuadros extraños de figuras geométricas, las flores de plástico y las revistas sobre la mesa.
Abro la puerta y todo sigue igual. Los sillones, la lámpara, el escritorio. Los lentes de Mori.
—Qué bueno volver a verte, Susana —saluda—. Y usted… es de quien Bruce me habló —dice dirigiéndose al Gelado.
—Sí —responde—. La dejo en sus manos.
El Gelado no dice nada más y se retira. Mori me invita a tomar asiento frente a él, se sienta y cruza sus largas piernas.
—Qué aburrido.
—¿Por qué te sientes aburrida? —me pregunta. Y por poco me olvido de cumplir con unas de las reglas.
—Estoy aburrida y decepcionada —le digo—. Han usado contra mí una horrible jugarreta. Esas personas merecerán su castigo. Afirmaron que visitaría un agradable lugar y en vez de eso, y sin ofender, me han traído a un psiquiátrico.
—¿Y a dónde querías ir? —me pregunta. A “Mi Dulcería favorita”, cuatro ojos de mierda, pensé que allí me iban a llevar y me han traído a tu estúpido consultorio.
—A comer un pastel de chocolate.
—Por eso no hay ningún problema, en nuestra cafetería venden un delicioso pastel de chocolate, luego te puedo traer una porción.
—No, no. No como pastel de chocolate a menos que sea de “Mi dulcería favorita”.
—Sigues de exquisita, Susana. ¿Qué hay de buenas en tu vida?
—Murió mi padre —suelto sin dejar de mirarlo a los ojos—. Esa es la única razón por lo que me trajeron aquí. ¿No es verdad? Ya lo debes saber. Seguro te han pedido que me digas las típicas palabras de pésame y superación. Si es así, dímelas de una vez para irme.
Mori sonríe y apunta en su libreta con agilidad taquigráfica. Luego, vuelve a analizarme con sus ojos agudos y claros.
—Te he dicho mil veces que aquí puedes compartir lo que quieras. ¿Quieres que te recuerde las reglas? Tus comentarios agresivos están de más, pero si quieres decirlos, adelante. Lo que quiero es que te desahogues. Cuéntame qué es lo que sientes en esta nueva etapa de tu vida. Yo te escucharé. Ha muerto tu padre, me has dicho, ¿y qué? ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Qué planes tienes?
Arrugo mi ceño y retengo mis ganas de lanzarle mi zapato.
—¿Y qué? —replico— ¡Qué ha muerto! ¡Se fue! ¿Qué puedo hacer? Ya estoy haciendo muchas cosas porque no puedo hacer nada. ¿Eso quieres escuchar? No lances tus preguntitas de doble interpretación.
—No he dicho nada aún. Tú fuiste la que sacó el tema de tu padre abruptamente —dice desinflando los hombros— Sin duda es una pena, hombres cómo él, son entrañables, pero no deseo que te pongas a la defensiva. Solo vuelve a ser la niña tierna de antes. La muerte nos llega a todos, algunos más temprano, a otros, más tarde, pero llega. Si bien es inevitable y natural, ¿tiene algo de malo estar enojado por eso?
¿Qué tiene algo de malo que esté enojada?
—Estoy enojada, Mori. Muy enojada. Cada día siento que no tengo nada. Me despierto como si no perteneciera a ningún lugar. La única persona en este mundo que daría su vida por mí ya no está aquí—digo luego de apaciguarme.
No les dije, pero Mori tiene una forma de hablar tranquilizadora. Mori es digno de mi confianza. Además de mi padre, Mori es el único que no me juzga. Él sabe que mi carácter es así por una razón y para él eso no tiene nada de malo. Las personas explosivas como yo, con un temperamento voluble, al final siempre terminan lamentándose por lo que dicen, e incluso se atormentan más que a las mismas personas a las que “dañan”.
—Puedes contarme desde el inicio, organiza tus emociones cuando me las cuentes, hazme sentir lo que has vivido, dime todo desde la perspectiva en que tú lo sientes, solo así podré aconsejarte.
Observo esos ojos cálidos que me sonríen. Siempre he tenido ese sorprendente don para sospechar de las personas, solo por eso sé que Mori es alguien que me habla con el corazón. Siento que lo que yo pueda decir a él le importará. Por supuesto, es su trabajo escucharme, pero adicionado a su servicio como profesional, él agrega el servicio de consejos para la vida, será por eso que mi padre lo conservó como mi psicólogo de cabecera.
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Editado: 16.02.2024