La Heredera

41. Cosas claras

Ray

—Buenos, ya estamos aquí, ¿podrías cambiar de expresión, por favor? —Susana cruzó sus brazos.

Estábamos en la entrada del centro comercial. Las personas desconocidas nos rodeaban y tomaban diferentes direcciones. El ambiente transmitía tranquilidad y frescura, pero mi interior estaba inquieto e incómodo.

Susana me tomó de la muñeca y nos dirigió hacia la zona de juegos mecánicos. —Entiendo lo que sientes, imbécil —ella no estaba mirándome—. Me ha gustado por tanto tiempo un chico que solo es mi amigo. Escúchame bien, Ray, la persona que nos gusta puede ser muy linda y maravillosa, pero si ha elegido a un patán o a una perra a su lado, ese es su maldito problema. Nosotros no tenemos por qué mostrarle o revelarles su error. Ellos solos se darán cuenta —Susana se detuvo con una mirada siniestra— Espero que, por nada del mundo, interfieras en la relación de Lisbeth con ese desgraciado. Eres mucho como para hacer eso. ¿Okey?

Ella no esperó que yo le respondiera, parecía que, en vez de ser un consejo, hubiera sido una amenaza. Comprendo un poco a Susana, todos nos percatamos de ese detalle, y si bien nunca lo dijo, hasta el mismo Aníbal no sabía cómo lidiar con ello. No sé si aún conserva esos sentimientos, es tan impredecible, y me da mucho temor preguntarle eso. No imagino su reacción.

Al final me dejo arrastrar por ella. Subimos a una máquina en forma de pulpo que nos dio muchas vueltas, luego escalamos una pared, también corrimos sobre una pequeña soga tratando de no perder el equilibrio. Susana dio un salto al vacío desde una altura sofocante y yo la esperé sentado porque tenía miedo. La energía de esa chica parecía infinita.

Luego, de esperar que se acicalara en el baño, entramos a una cafetería. Platicamos de las clases y de todo lo que no sabemos.

Viéndola frente a mi tan tranquila y sonriente, me doy cuenta de lo cómodo que me siento a su lado. Mientras pasaba el tiempo, he descubierto tantas cosas de Susana como de su personalidad y costumbres. No es nada comparado con el pasado, cuando era una gruñona y alborotadora. Ahora creo que ella ha llegado a tolerarme mejor.

Hemos compartido nuestro espacio personal, intentado lavar juntos los platos y, algunas veces, cocinar. Sobre todo, estamos compartiendo nuestras preocupaciones y secretos que podrían ser muy íntimos. Pero no nos avergonzamos por ello, ahora nos parece normal.

Por todo eso, puedo notar cuando ella está de mal o buen humor o si algo le genera ansiedad. Por ejemplo, Susana es de las que se olvida de su celular en cualquier lugar. No dedica su tiempo a las redes sociales, pero le gusta jugar tetris y comprar cosas, por lo que no se despega de él por las tardes o al salir a la calle.

Pero ha estado muy al tanto de él en estas horas. Le pregunté con quién chateaba y ella me mostró con naturalidad la pantalla de su celular.

—Conversaba con el Gelado, me preguntó si ya estaba en el departamento y le dije que no.

—¿Con él estuviste hablando todo este tiempo? Me parece extraño que ya no discutan —comenté.

Susana miró con confusión hacia un lado y luego me devolvió su mirada— Él era quien buscaba pelea, yo solo me defendía. Es muy estirado y controlador, ahora hablamos cuando es necesario y estamos tratando de no discutir y hemos comenzado a llevar una bitácora por si mi abuela nos acecha. Como novio falso se está esmerando. Hice una buena elección.

No supe qué responder, pero estando al cuidado de Graham no creo que le pase algo a Susana.

—Oh, y también estaba hablando con Soraya. Más bien insultándonos, mira —me enseñó el chat. No pude creer que una señorita como Soraya escribiera semejantes palabras. Sin embargo, a Susana le parecía divertido ese tipo de encuentros con ella. Quizás, su relación no es tan rígida de lo que pensaba.

—Runin, ¿no crees que es una tarde tan tranquila? Compremos pizza y la llevamos al depto, ¿sí?

—Está bien…

**

El sol se estaba ocultando cuando llegamos al departamento. Susana limpió la mesa y colocó la pizza en el centro, guardamos la ración de Graham y prepare una limonada. Mientras estudiábamos comíamos y así pasó el tiempo hasta que llegó Graham.

Él trajo comida china, dijo que la repartieron en el trabajo y sobró demasiado. Susana, es de buen apetito, recibió gustosa el platillo y, para finalizar su rutina, decidió ver una película. Se convirtió como una regla tácita que cada vez que ella veía una movie en la sola, Graham y yo la acompañáramos ya sea en la sala o en los muebles. Graham, mayormente, se quedaba en la mesa con sus papales, como haciendo acto de presencia.

Susana estaba viendo Lilo y Stitch. Creo que la ha visto como veinte veces y no se cansa.

Cuando se queda dormida en el sillón, era siempre Graham quien la llevaba a su habitación, esta vez lo vi concentrado en su trabajo, por eso tomé a Susana que poco más y se torcía el cuello. Comencé a sujetarla y al tenerla ya entre mis brazos, volteé y choqué contra el pecho de Graham. Su rostro estaba ensombrecido; sin embargo, con una sonrisa me dijo que él la llevaría.

No me costaba nada terminar mi trabajo, pero vi los ojos de Graham otra vez, con sus brazos extendidos y esperando.




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