Capítulo 3.
La mujer regordeta y de cabello rojo intenso teñido estaba sobre el hombre tan delgado que parecía que quebraría en cualquier momento por la mujer. Pero, incluso esa escena en el metro no me sorprendía. Había conocido un extraño chico anoche, el cual desapareció de la nada, en mi casa, en mi propia habitación, algo digno de ocupar mi mente las próximas 24 horas del día, o al menos la mayor parte de mi vida.
Una llamada repentina llegó a mi celular, di un saltito en mi lugar, interrumpiendo a la pareja de mi lado, Romeo y Julieta en versión americana moderna. Era Berry, se supone que la llamaría, como ese día saliendo de la escuela iba a ir a casa de papá, la cual queda por el vecindario de Berry, saldría con ella la mayor parte del día, para no tener que ver a la cara de aquella familia tan unida y falsa.
Cerré los ojos desesperada, era cierto, pero la despedida de mis hermanos duró demasiado, solíamos ponernos sentimentales cada vez que me iba.
Colgamos sin decirnos mucho. Al llegar, baje arrastrando mis pies por el cansancio, el cansancio ocupaba el 90% de mi cuerpo, el otro 10% era curiosidad y ganas de volver a mi “Ángel guardián”. Necesitaba que me dijera más, ¿por qué lo podía ver? ¿Fue acaso un fallo? ¿Es real siquiera? Es su culpa, tal vez él no sabía que divagaba tanto cuando algo no me parece, pero es su culpa que no deje de pensar tanto en lo que dijo. El metro pasaba debajo de un puente, aquellos largos y oscuros, pero al salir de él, ya no había nadie dentro, comencé a ver por todos lados, parecía que todos se habían evaporado, las bancas comenzaron a deteriorarse a un ritmo veloz, el moho comenzaba a salir de todos lados. Una mujer, encapuchada y de aspecto maléfico apareció sentada en el otro lado. Trague en seco, alarmada. Suplicando ayuda en lo más profundo de mi mente, la mujer sin cara se paró y comenzó a caminar hacia mí.
Fruncí el ceño asustada. ¿Mi padre? ¿A qué se refería?
Se acercó aún más, hasta el punto de llegar a mi oreja, y susurrar con voz gélida y fría. Escuche con los ojos cerrados, y mis labios temblando inconscientemente. Una gruesa lagrima se deslizaba lentamente por mi mejilla.
Tomé aire para poder respirar con normalidad, seguía temblando, después de que el metro parara con su usual brusquedad, regrese a la vida. Al parecer, nadie se había dado cuenta de lo que me había pasado, pero yo sí.
Esto no estaba bien.
Inmediatamente llegando a la escuela encontré a Berry y a un Henry con su cabello rojizo oscuro completamente natural, casi negro y desordenado, sus ojos negros, los cuales solían confundir con los míos me veían con tristeza.
Berry me sujeto por los hombros. – ¿Estás bien? Estas muy pálida, y con tus ojos negros ahora pareces la mismísima hermana del guapísimo Edward Cullen.
Reí ante su ideología tonta. Asentí con la cabeza, viendo como Henry fruncía el ceño.
Entramos a la primera clase, trigonometría. Afortunadamente Berry estaba conmigo y Henry también, solo que éste hasta el otro extremo del salón. Antes de entrar, hice una parada en el baño.
Abrí la boca con sorpresa. – Hasta que te apareces – dije, seria - quiero que me digas qué está pasando, ahora. No entiendo nada, me pasan cosas extrañas…