La hija de Lucifer.

Capitulo 3.

Capítulo 3.

  • Entonces, ¿me amarás por siempre?
  • Claro, por siempre y para toda la vida amor.

La mujer regordeta y de cabello rojo intenso teñido estaba sobre el hombre tan delgado que parecía que quebraría en cualquier momento por la mujer. Pero, incluso esa escena en el metro no me sorprendía. Había conocido un extraño chico anoche, el cual desapareció de la nada, en mi casa, en mi propia habitación, algo digno de ocupar mi mente las próximas 24 horas del día, o al menos la mayor parte de mi vida.

Una llamada repentina llegó a mi celular, di un saltito en mi lugar, interrumpiendo a la pareja de mi lado, Romeo y Julieta en versión americana moderna. Era Berry, se supone que la llamaría, como ese día saliendo de la escuela iba a ir a casa de papá, la cual queda por el vecindario de Berry, saldría con ella la mayor parte del día, para no tener que ver a la cara de aquella familia tan unida y falsa.

  • ¿Hola?
  • Amelia ¿Dónde estás? Estoy frente de la escuela buscándote, dijiste que estarías aquí 7:30.

Cerré los ojos desesperada, era cierto, pero la despedida de mis hermanos duró demasiado, solíamos ponernos sentimentales cada vez que me iba.

  • Lo lamento, Berry, no tardo, el metro ya está llegando.
  • El metro, odio que vayas ahí, te pueden hacer algo y quedaré sin mejor amiga, por cierto, Henry también te estaba buscando, dejaste a nuestro mejor amigo sufriendo, ya que tiene algo muy serio e importante que decirte.
  • Siempre dice eso y termina diciéndome que su pez murió. Ya llego, no te preocupes.
  • Muy  chistosa, ahora te veo, adiós.

Colgamos sin decirnos mucho. Al llegar, baje arrastrando mis pies por el cansancio, el cansancio ocupaba el 90% de mi cuerpo, el otro 10% era curiosidad y ganas de volver a mi “Ángel guardián”. Necesitaba que me dijera más, ¿por qué lo podía ver? ¿Fue acaso un fallo? ¿Es real siquiera? Es su culpa, tal vez él no sabía que divagaba tanto cuando algo no me parece, pero es su culpa que no deje de pensar tanto en lo que dijo. El metro pasaba debajo de un puente, aquellos largos y oscuros, pero al salir de él, ya no había nadie dentro, comencé a ver por todos lados, parecía que todos se habían evaporado, las bancas comenzaron a deteriorarse a un ritmo veloz, el moho comenzaba a salir de todos lados. Una mujer, encapuchada y de aspecto maléfico apareció sentada en el otro lado. Trague en seco, alarmada. Suplicando ayuda en lo más profundo de mi mente, la mujer sin cara se paró y comenzó a caminar hacia mí.

  • Samara. – llamó a alguien. El nombre provocó escalofríos por todo mi cuerpo. Volteé y ésta abrió los ojos de par en par. – Tu padre te llama, Samara, debes venir.

Fruncí el ceño asustada. ¿Mi padre? ¿A qué se refería?

 

  • ¿Mi padre? – murmuré con voz temblorosa.

 

Se acercó aún más, hasta el punto de llegar a mi oreja, y susurrar con voz gélida y fría. Escuche con los ojos cerrados, y mis labios temblando inconscientemente. Una gruesa lagrima se deslizaba lentamente por mi mejilla.

 

  • Lucifer.

Tomé aire para poder respirar con normalidad, seguía temblando, después de que el metro parara con su usual brusquedad, regrese a la vida. Al parecer, nadie se había dado cuenta de lo que me había pasado, pero yo sí.

Esto no estaba bien.

Inmediatamente llegando a la escuela encontré a Berry y a un Henry con su cabello rojizo oscuro completamente natural, casi negro y desordenado, sus ojos negros, los cuales solían confundir con los míos me veían con tristeza.

  • Tardaste mucho, y por tu culpa hemos faltado a la primera clase, Amelia. – hizo un puchero. Sonreí falsamente, seguía en un estado de shock.

Berry me sujeto por los hombros. – ¿Estás bien? Estas muy pálida, y con tus ojos negros ahora pareces la mismísima hermana del guapísimo Edward Cullen.

Reí ante su ideología tonta. Asentí con la cabeza, viendo como Henry fruncía el ceño.

Entramos a la primera clase, trigonometría. Afortunadamente Berry estaba conmigo y Henry también, solo que éste hasta el otro extremo del salón. Antes de entrar, hice una parada en el baño.

  • Hola. – una voz coqueta me saludó al entrar, era gruesa y la de un chico. Voltee en su dirección y, efectivamente era el sujeto que se hacía llamar mi ángel guardián.

 

Abrí la boca con sorpresa. – Hasta que te apareces – dije, seria - quiero que me digas qué está pasando, ahora. No entiendo nada, me pasan cosas extrañas…

 

  • ¿Qué? – se levantó de la pared de la cual estaba recargado. Ese día él vestía normalmente, como cualquier chico, según mi parecer, siempre creí que los ángeles tendrían una etiqueta para vestir siempre de blanco, pero no era así. 
  • He tenido visiones… pero, antes de explicarte, dime quién eres. ¿Te estoy imaginando? ¿Qué me está pasando?
  • Ya te he dicho que soy tu nuevo ángel guardián, y me estoy metiendo en problemas justamente porque me puedes ver, y no, soy completamente real; enviado por Dios. Si tienes fé, podrás percibir que soy real.




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