Capítulo cuatro
Julieta estaba que podía calentar el agua del mate solo con tocarla. <<El doctorcito se hacía el galancito conmigo y andaba de noviecito>> Sí, todo lo que pensaba terminaba en cito, pero era una manera de darle poca importancia al hecho de que “tal vez”, ella estaba exagerando y él solo fue amable con ella. Debía tranquilizarse, empezó a respirar hondo y pensar que todo había sido parte de su imaginación y el hecho de haber tenido un matrimonio tan raro y poco amable hacían sentirse atraída a cualquier amabilidad del sexo opuesto, si seguramente era eso. Un año de terapia le habían hecho darse cuenta de eso, pero también, siendo sincera nunca se había sentido atraída a otra persona salvo con Juan Ignacio.
Gabriel, el profesor de biología y Adrián el preceptor la habían invitado a cenar, pero a ambos les había dicho que no. No sentía ese cosquilleo en la panza con solo verlos de lejos cómo le pasaba con el doctor, solo sentía cariño fraternal como si fueran sus hermanos. Ambos le habían volcado sus sentimientos en un transcurso de seis meses, con ellos no quería confundir las cosas. Estaba segura que sus sentimientos nunca cambiarían, eran buena gente, pero no lo que ella quería para ella, y no se trataba de su profesión, ni nivel social, ya que uno de ellos, Gabriel, tenía 4 casas en alquiler y un hermoso auto por una herencia que recibió de su familia italiana, lo cual recalcó con mucho orgullo, también resaltó que nunca se había casado y que era cinco años menor, lo cual lo hacía ser un candidato perfecto, según él, claro. Ella fue lo más amable posible, diciendo que no se metía con compañeros de trabajo, además lo quería como a un hermano, lo cual no le cayó nada bien a Gabriel, desde ese día solo la saludaba si la encontraba con otras personas, en forma general y sin siquiera una sonrisa. Adrián, era otro tema, había sido adoptado por una médica muy prestigiosa, soltera, que a los 55 años tuvo su instinto maternal. Había sido una excelente mamá, dulce y cariñosa, tal vez por eso veía las mujeres jóvenes o de su edad como aburridas, sin temas de conversación y que reían por cualquier tontería. Julieta tenía su misma edad, según le dijo cuando la invitó a cenar era la excepción, en ese instante entró a la sala de profesores Andrea, una joven de veinticinco años y recientemente recibida profesora de historia, rubia, de unos dulces ojos celestes y de tez blanca. La cara de Adrián era un poema. Ella se quedó mirando a ambos y sonrió.
—¡Qué buen chiste! —dijo Julieta palmeando la espalda de Adrián— Adrián te presento a Andrea Viotto, la nueva profesora de Historia de primero y tercer año. Vino ayer cuando fuiste de viaje educativo con segundo año. Andrea, él es el preceptor Adrián Soto. Bueno, los dejo me voy a la escuela privada que comienzo hoy. ¡Que tengan un lindo día!
—Ajá —dijo como hipnotizado Adrián, mientras Andrea asintió con la cabeza.
Ya está, la mejor manera de ayudar a un amigo sin herir sus sentimientos. De hecho, sentía que Adrián lo había hecho más como amigo que con segundas intenciones, pero, cuando ella le preguntó por qué la invitaba a cenar y justo cuando él se iba a explicar había llegado la hermosa Andrea. Mientras su mente recorría esos recuerdos, siente un ruido en la puerta del bungalow y levanta la vista.
—¿Media hora para preparar el mate? ¿Qué pasa hija? ¿Creo que el abrazo de esa chica al doctor te dejó media aturdida?
—¡Papá qué decís! pasa que no encontraba los fósforos, pero ya llené el termo, si querés podés llevarlo vos.
—El doctor te está esperando con un rico pan de campo y dulce de leche para desayunar, tus hijos ya están prendidos juntos con los de él. Falta el mate nomás y la chocolatada para los hijos de él la fue a buscar Analía a la despensa. Ahí le dije a Juani que sos una excelente cebadora de mates.
—Los tuyos son más ricos.
—Pero eso no lo va a saber, porque yo vine al baño y me voy a acostar un rato.
—¿Te sentís bien? ¿te duele algo? ¿te mareaste? —dijo preocupada mientras tocaba la frente de su padre y le hacía señas para que se sentara— ¿querés que llame al doctor?
—No, solo es cansancio. No tengo treinta años. Voy al baño y descanso un rato. En una hora llámame así me levanto, por favor.
—Sí papá, pero ¿estás seguro que estás bien? cada tanto vengo y me asomo.
—Déjame dormir tranquilo, sino me vas a interrumpir a cada rato. Si me siento mal te llamo al celular. Andá a cebar mate que deben estar atragantados.
Julieta, salió indecisa para el muelle, levantó la vista y ahí estaba Juani mirándola fijamente como ya era su costumbre. Leyó la preocupación en sus ojos.
—Ma, mil años tardaste con el mate —dijo Misael en tono de queja— me tomé una chocolatada, no pica nada así que me voy a dormir un rato con el abuelo.
—Bueno, no hagas ruido que el abuelo me dijo que no lo moleste —dijo ella mientras su hijo se alejaba.
Ella se sentó en la reposera de su padre y automáticamente Juani acomodó el asiento frente a ella y de espalda al río. Se sentía dichoso de contemplarla tan cerca, pensaba observar cada gesto para memorizarlo. De paso, a la derecha unos metros más allá estaba el bungalow de ella y si algo pasaba con su padre podía estar atento a cualquier pedido de ayuda. Había hablado con él ese rato largo en que Julieta había ido al bungalow y no lo vio mal, solo cansado, pero nunca se sabe, debía estar atento. Analía le ofreció el pan que había hecho y ella empezó la ronda de mate, se había propuesto ser lo más seca posible con Juan Ignacio y amable con la pobre chica.