—¡Padre! —Gritó la más pequeña de sus hijas, de unos once años de edad, colgándose del cuello del marino.
—¡Carlota...! Te he echado mucho de menos.
—Y yo a usted, padre...
Clotilde llegó junto a su marido y al joven que permanecía callado a su lado. El marino besó a ambas.
—Clotilde, Rosana y tú también, Carlota...dejadme que os presente a Don Diego Robles, viene de España y pasará unos días con nosotros. Don Diego, esta es mi familia: Clotilde, mi esposa, Rosana mi hija mayor y Carlota, la pequeña de la casa y la más traviesa.
Clotilde y sus hijas le saludaron inclinándose al mismo tiempo.
—Será un placer tenerle con nosotros, Don Diego... —dijo la mujer.
—El placer será enteramente mío, señora, tienen ustedes una casa preciosa.
—El artífice es mi esposa, ella pone el encanto en todo cuanto toca —le aduló su marido a lo que ella contestó con una sonrisa.
—Entremos, seguro que está usted cansado del viaje.
—Su marido es un gran marino, tuvimos viento favorable todo el camino.
—Sí, Pedro es capaz de convocar a los elementos para que trabajen a su favor.
—No tanto, querida, no tanto...—Negó el marino con un gesto de su cabeza.
—Tiene usted una familia encantadora, Don Pedro, lo digo de verdad —la mirada del joven había coincidido con la de Rosana que con timidez la apartó rápidamente. Esos ojos le habían mirado de tal forma que Diego se quedó en silencio durante unos segundos, hechizado por completo.
—Es todo cuanto tengo y deseo. Lo más grande que me ha pasado nunca —dijo el marino de corazón.
Entraron en la casa y Diego se sorprendió de lo agradable y además lo hogareña que resultaba a la vista.
—Siéntese, está usted en su casa —le indicó la anfitriona.
—Muchas gracias.
—¿Le apetece una copa? Tenemos un jerez que nos traen expresamente de un pueblecito de Andalucía.
—Con mucho gusto.
Clotilde sirvió dos copas y luego, tomando a sus hijas por la cintura las indicó que salieran de la habitación.
—Les dejaremos solos —dijo.
—Gracias, cariño.
La última en salir de la habitación y bastante reticente fue, Carlota. Tuvo que ser su hermana la que literalmente la arrastró con ella.
—Pero yo quiero quedarme... —gimió la pequeña.
Pedro sonrió.
—Niños...Son tan curiosos.
—Yo también lo era —confesó, Diego —. Recuerdo los castigos de mi madre al no obedecerla. Ahora ya ve, debí de aprender la lección en algún momento dado. Durante el viaje fui poco...locuaz, le ruego me disculpe.
—Soy de la opinión de que escuchando se aprende más que hablando y trae muchos menos problemas —dijo el marino.
—Estoy de acuerdo y también se debe encontrar al interlocutor perfecto para que la conversación sea interesante.
—Eso también.
—Quisiera preguntarle algo, Don Diego, ya que me ha regalado usted su confianza...
—Pregunté lo que deseé.
—¿Qué opinaría usted de mí si le dijera que los asuntos que me han traído hasta aquí son distintos a los que le expliqué...?
—¿No sé a qué se refiere?
—He venido buscando a alguien... y ese alguien es usted.
—¿Yo? ¿Por qué me busca a mí?
—Le diré tan solo un nombre, luego usted me contará a mí el resto de la historia. Ese nombre es: Cornelius Rocamarga...
Pedro inclinó la cabeza como si el peso de los recuerdos cayera sobre él y no fuera capaz de soportarlo.
—¿Y bien? ¿Recuerda usted ese nombre? —Insistió, Diego.
—Sí, lo recuerdo. Recuerdo perfectamente a aquel que hacía llamarse así. Era mi amigo y yo le traicioné...
—Le traicionó y eso fue su fin...
—No tuve otra opción. Él...él se había vuelto loco, loco de avaricia y de lujuria. No tuve más remedio que detenerle.
—Le delató a las autoridades y ese pobre diablo acabó en la horca —continuó, Diego.
—Era un pirata y un hombre malvado, aunque no lo fue siempre...Quería destruirme... quería destruirme a mí y a mi esposa...
—Él estaba enamorado de su esposa, ¿verdad?
—El amor nunca formó parte de sus deseos. Era vil y sus pensamientos hacia Clotilde eran impuros... Lo hice, sí, le traicioné, pero con ello salvé muchas vidas.
—¡Usted fue el causante de su muerte, Don Cesar! Me ha costado años descubrir su paradero, pero al fin lo he hecho. Le prometí a ese hombre, a Cornelius que vengaría su muerte y ahora lo haré...
—¿Por qué? ¿Quién es usted?
—El verdadero nombre de Cornelius Rocamarga era Jerónimo, Jerónimo Robles...Él era mi padre.
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